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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Un niño en las Cortes de Aragón




Dentro del volumen "Crónicas parlamentarias" he ahí mi participación, junto a la de otros escritores. Una visión muy especial de una sesión parlamentaria...

http://www.cortesaragon.es/Cronicas-parlamentarias.1034.0.html?&no_cache=1

Imagen:Palacio de La Aljafería. Sede de las Cortes de Aragón

martes, 28 de octubre de 2014

DE SILENCIO Y LUZ.

DE SILENCIO Y LUZ. Poemas.
Muy pronto ya...



Languidece la tarde.
Es hermosa la calma
cuando yo sé que tú reinas en ella.
Pasan las horas lentamente, sabias,
apenas perceptibles.
Es tu ausencia presencia,
es tu silencio luz.



(c)De Silencio y luz
Imagen: Silencio y luz de Laguna Veneta (c)Mayusta.

viernes, 17 de octubre de 2014

Otoño






Esa nube, presagio de tristeza,
de otoño inacabable que se asoma...

(c)Texto e imagen: Mayusta

lunes, 1 de septiembre de 2014

Reseña de "Ayer fue sombra" por Emilio Quintanilla Buey

El prestigioso escritor y crítico, reseña así el poemario:

AYER FUE SOMBRA
Miguel Ángel Yusta Pérez
I Premio de Poesía “Delegación del Gobierno en Aragón” 2009
Edita: Delegación del Gobierno en Aragón y Cajalón
Editorial AQUA. 47 págs.

“La vida es una cosa —decía Ortega y Gasset— y la poesía es otra cosa. No las mezclemos”.
Probablemente cuando Ortega, dirigiéndose en una tertulia a los poetas del 27, se empeñaba en hacer esta distinción, él mismo era consciente de que estaba formulando un aforismo utópico, y de que cuando la vida y la poesía confluyen es precisamente cuando puede salir a la luz lo más hondo y sublime de ambos conceptos. Ortega lo sabía muy bien, y si en aquella tertulia planteó tal disyuntiva a los jóvenes poetas de su tiempo sería, probablemente, por hacerles cavilar un poco. Ya sabemos cómo le gustaba a nuestro insigne filósofo desflorar los argumentos.
En Ayer fue sombra, Miguel Ángel Yusta sabe mezclar vida y poesía sin que ninguno de los dos ingredientes pierda su propia esencia, y nos demuestra que esa mezcla, cuidadosamente dosificada, puede alumbrar un bello poemario digno de merecer un premio tan prestigioso como el que otorga la Delegación del Gobierno en Aragón.
No sé si, dentro del maremágnum de apellidos que se le suelen atribuir a la poesía, se encuentra ya el de “poesía de la evocación”. Si todavía no estaba consagrada esta definición (y no me suena que lo estuviera) me atribuyo su paternidad y la reivindico desde ahora para referirme a Miguel Ángel Yusta como maestro de la poesía de la evocación.
El poeta nos sitúa en una Zaragoza de mediados del siglo XX que todavía siente el escalofrío de la posguerra y en la que el Yusta niño arraigó. Ese escenario queda magistralmente descrito en una colección de quince poemas donde, entrelazando lo cotidiano con lo trascendente, el autor va evocando, con una admirable carga lírica, estampas y situaciones que a los lectores no nos resulta difícil identificar. Hay lugares conocidos: calle Mayor, Tenor Fleta, el mercado, el Sepu, el bazar X... hay populares personajes de entonces (unos queridos y otros detestables), hay ídolos inolvidables: Gloria Grahame o Bogart en un cine de programa doble, hay reminiscencias íntimas y hay otras muchas cosas: esas “cosas” que probablemente estén todavía en algún lugar y que, si hacemos caso a Borges, durarán más allá de nuestro olvido y no sabrán nunca que nos hemos ido.
Habría sido fácil, con un caldo de cultivo así, caer en sentimentalismos tópicos o en morbosas nostalgias que hicieran peligrar la calidad de la obra, pero esto no ocurre. Miguel Ángel Yusta sabe sortear tales tentaciones y nos ofrece una colección de poemas magníficamente construidos, frescos, ágiles, modernos, gratos de leer. Y sobre todo impregnados de sinceridad, porque Yusta, como Miguel Hernández, empuña el alma cuando canta.
Si amas la buena poesía, querido lector o lectora, no dejes de saborear Ayer fue sombra. No siempre cae en nuestras manos un libro tan estimulante, que además se cierra con un broche de oro: el destierro de la derrota y el atisbo de los días de la luz, que están a la vuelta de la esquina.

domingo, 31 de agosto de 2014

martes, 29 de julio de 2014

Nocturno



En la distancia, el silencio guarda la memoria,
las palabras de la infancia son olvido.
 

En la vejez
solo existe la verdad de los pájaros extraviados.




Na distancia, o silencio garda a memoria,
as palabras da infancia son esquecemento.

Na velleira,
só existe a verdade dos páxaros extraviados.



(M.A.Yusta. "20+1 poemas". Versión gallego: Xavier Frías Conde)

lunes, 19 de mayo de 2014

Rincón de coplas (versión digital)

Ya a la venta.
https://literaturame.net/libro/rincon-de-coplas/

viernes, 16 de mayo de 2014

20+1: Reseña en Heraldo de Aragón





Texto de la reseña del filólogo y poeta Miguel Ángel Longás, publicada en el suplemento literario "Artes y Letras" del diario Heraldo de Aragón el día 15 de mayo de 2014.

(Esta foto es de Columna Villarroya. Me encanta...)

Sueño





Esta noche había soñado, otra vez, contigo y con las cosas que tú destruiste. Soñaba con la historia de la desaparecida lámpara de mi despacho, o la de un cenicero de bohemia donde dejaba enfriar mis pipas. O la de aquella bandejita de plata que un amigo colega, muerto ya, me regaló hace muchos años, o una botella de cristal tallado comprada en Praga en un día hermoso, gris y lánguido. Soñaba con la historia de un esmalte con el rostro hermoso de una virgen ingenua, contemplado furtivamente durante meses en un escaparate, hasta poderlo comprar para mirarlo cada noche y que, también, te habías llevado de nuestra casa.

Soñaba con el olor de la vieja madera del cabecero de mi desaparecida cama, o el tacto suave y frío del mármol de la mesilla de noche que tocaba antes de dormir como si de un mágico talismán se tratase. Pero podría ser tal vez la historia de un sueño que no existió, porque un vendaval de infinita y premeditada crueldad me despertó sin poder siquiera saber si era sueño o realidad aquello que, de repente, se convertía en un inmenso vacío de ausencia. Una ausencia que tú buscaste con cálculo premeditado para romper mis sueños.

Todos los objetos pueden tener vida, si nosotros se la damos. Pueden pensar, hablar y sentir si nosotros así lo queremos. Y dentro de los sentimientos, el dolor se alza como uno de los principales. Yo sé que mis pequeños objetos tan queridos sienten, conmigo, el dolor de la ausencia y cada noche cobran vida y me preguntan el porqué de su forzado peregrinaje. Por eso se introducen en mis sueños, los llenan y me preguntan si alguna vez podrán volver a estar junto a quien tanto los amaba.

Esa noche y muchas noches mis sueños y yo bailamos en silencio hasta la madrugada. Mi estómago se llena de gatos enfurecidos que yo intento perseguir y matar, para que dejen de arañar mis entrañas y mi mente. Las mañanas son terriblemente amargas y cada vez me cuesta más abrir la puerta del día. Pero esta mañana tenía que escribir unas líneas para leerlas por la tarde. Me miré al espejo antes de afeitarme y decidí que tal vez era el momento de comenzar:

Tu camino comienza esta mañana.
Deja que se consuma la noche en el olvido.
Siembra en las luces diurnas las esperanzas nuevas
y mata las que te robaron ayer,
porque ya no merecen tu recuerdo.
 
Comenzar, recomenzar, qué más da. Enciendo el ordenador y mis dedos intentan teclear palabras. Querría que la noche se alejase y el sol volviese a brillar en mis días tan grises, tan sórdidos, tan desesperadamente iguales y llenos de un intenso deseo de no ser...
Los gatos enfurecidos de mi estómago despiertan de nuevo ante el simple pensamiento de tomar un vaso de leche. Recuerdo aquellos días en que, ante el periódico, tomábamos nuestro café, humeante y aromático, con aquellos bollos que comprábamos al señor Manuel, el de la panadería y, sobre todo, con aquella ternura compartida que parecía ser eterna. Hablábamos animados, comentábamos ilusionados cómo crecían nuestros hijos y cómo las incipientes canas eran testigos gloriosos de un amor hecho vida y perpetuado en ellos. Tú estabas allí, entera y cierta, llenando mi vida y haciéndome caminar.

Entonces te escribía poemas de amor. Tú los leías y me mirabas casi indiferente. Jamás me quise dar cuenta de que tras una mirada fría había inicios de premeditado desamor.



Tu camino comienza esta mañana...

Me dirijo al armario donde como una reliquia con olor a naftalina y a recuerdo amargo reposa el chaqué con el que me casé hace ya varios lustros. Me anega la nostalgia de unos días que parecían llenos de luz. Hace años quise ponerme ese traje para una boda de alcurnia: fue imposible porque mi talla y mi felicidad parecían ir parejas. Hoy, sin embargo me disfrazo perfectamente y contemplo mi patética imagen de novio derrotado por la vida y por ti. De fantasma loco poseído de ansiedad y vacío de ilusión, de náufrago sin posibilidad ninguna de encontrar su nueva isla de supervivencia.

Deja que se consuma la noche en el olvido...

Hace meses que no deseo comer. No puedo enfrentarme a mi soledad ni quiero seguir un camino de espinas. Yo sé perfectamente que cada verso de ese poema tiene dos caras, dos lecturas, pero hoy, ahora, tomo la que desea mi ánimo desesperado. Mi noche está siendo larga y tal vez sea una cura el olvido total. El no ser ya nada.

Siembra en las luces diurnas las esperanzas nuevas....

¿Podrá haber siquiera luz donde sembrar? ¿Y si realmente este fantasma que me posee, estos gatos horribles que me atenazan, esta temible espiral de insomnio y apatía, esta náusea permanente pudieran iluminarse de esperanza? Vomito hasta mi desesperación, pero tiene que haber algo, puede que sea una pequeña luz, al final de un camino lleno de negrura.

...Y mata las que te robaron ayer
porque ya no merecen tu recuerdo.

Me desnudo completamente. Y lloro. Lloro con amargura y desesperación, sentado sobre mis talones, imagen viva de una derrota que no deseo pero que parece inevitable.
Ella me dejó así y parece que yo no puedo hacer nada por remediarlo.
A no ser que mate las esperanzas del ayer u ocurra un milagro esta mañana.
O tal vez las dos cosas.
....................................

Suena el teléfono, insistente. No suelo atender el teléfono por las mañanas pero la llamada se repite una y otra vez. Me rehago por un momento y , ni sé por qué, cojo el teléfono.

-¿Papá, estás ahí?
-Hola hija, si, dime cariño, ¿qué tal va todo?
-Papá...acabas de ser abuelo de una niña preciosa...y parisina...
-¿Y estáis bien, hija?
-Muy bien, papá. Pronto vendrás a verla ¿verdad? En unos días...Te esperamos pronto...Te queremos. Un beso.

Cuelgo y mis ojos apenas pueden ver, plenos de lágrimas. Ha cambiado el color del mundo.
Soy otra vez un luchador y he decidido seguir sembrando esperanzas. He decidido VIVIR.

(Zaragoza. Octubre 2005)
_______________________________________________
 (c)"El Laberinto de la dicha". Relatos. Edcs. Alkaid 2014 
(c)Imagen:Mayusta

miércoles, 14 de mayo de 2014

Abrazo



El metal del que yo nazco
tiene la huella del fuego
con que se fundió el abrazo.
 

(c) Texto e imagen: Mayusta

martes, 13 de mayo de 2014

Final de viaje






Te quedaste varado en el andén
de la estación vacía de los sueños...

(Texto e imagen: M.A.Yusta)

miércoles, 7 de mayo de 2014

Mi mar, tu mar, el mar

    

 

   Existe un mar sin brumas ni tinieblas,
vacío de memoria,
donde las olas cantan el olvido.
Promesas de otro tiempo, mis obras incompletas
reposan sumergidas
en el oscuro fondo de silencio.
Esperan algún día la luz renovadora,
la magia que las toque y las despierte.
Mientras, huye la tarde.

Miguel Ángel Yusta: 20+1 Antología. Lastura 2013
Foto:Mayusta

domingo, 20 de abril de 2014

Escribo el verso...







Escribo el verso que tu piel me dicta
y lo impregno de lava apresurada
para que te perfore incandescente.
Tú, señalando el tiempo,
evitas los espacios
donde el miedo se crece y se desnuda.
Ahora puedo luchar contra el pasado,
me pierdo en la distancia,
dejo mi herida en el atardecer
y descanso en las luces de tu sueño.


"Amar y callar", Ed. Sabara 2013
Imagen:Mujer dormida. José Bueno (1920) Pza. Paraíso. Zza. Foto: Mayusta

viernes, 11 de abril de 2014

Mujer dormida

  

Duermes


mientras pasan el tiempo y la distancia

y en tus ojos, cerrados al pasado,

hay un oculto mar de juventud inquieta.

Tus horas pasan

y llegan a la orilla del olvido.

Los pensamientos reposan en tu mente

y en el alma te habitan, silenciosos,

montes de sol y piedra.

Tus manos enlazadas

tendidas suavemente bajo el rostro

sin ánimo de lucha, relajadas,

ponen en son de paz toda tu vida.

Eres perfecta así y en tu reposo

hay un ofrecimiento indefinido

de darte sin pedir, de ser amada.


Peregrino de ausencias. Unaluna 2005

Imagen:  "La Siesta", de Enrique Galcerá, 1963. Pza. Paraíso, Zaragoza. 
Foto: Mayusta.



miércoles, 19 de marzo de 2014

A mi padre (1979)

 


Han pasado los días
y aquella primavera no regresa.
Tú contemplas ya el mundo desde el fondo
de tus muros abiertos hacia el cielo.
Han pasado los días
y se sosiega la desesperanza.
La luz proporcionada del ocaso
se prende de alfileres en las ruinas
de una ciudad sin límites.
Apenas ya resuenan tus pisadas
grises de niebla y de silencios largos.

Has dicho adiós y basta.

Y sin querer marcharte me posees
en una claridad de tu morada
que comparto cogido de tu mano
senil y encallecida.

Ahora camino solo
portador de los grises pensamientos
donde cuelgan las huellas de tu paso
silencioso y pesado.
Ya no escucho siquiera tus ausencias,
tampoco el martilleo denso y duro
de un corazón dormido eternamente
que latió por mis luces y mis sombras.

(M.A.Yusta:Reloj de arena)

sábado, 22 de febrero de 2014

Presentación de "20+1 poemas" en Zaragoza (21.02.2014). Texto de Manuel M. Forega




Ortega y Gasset titula «La aparición del otro» una de las lecciones que recoge en El hombre y la gente. En algunas cuestiones vitales soy adepto a Ortega; por ejemplo, en ésta, que aborda el problema del otro ser humano frente al Yo. Y lo aborda, en efecto, como un «problema», como un conflicto. No es la primera vez que manifiesto esta circunstancia ya clásica de las exégesis críticas literarias (que, por otra parte, proceden de Nietzsche y nadie lo dice). Me refiero a ese concepto de la «otredad», de vasta difusión entre la crítica a partir de los sesenta y cuya génesis (además de Nietzsche, repito) encuentra fundamento en el «Je est un autre» de Rimbaud o en el más cercano «Viver è ser outro de Pessoa». Prefiero yo llamarlo esquizofrenia porque, aun siendo un término metonímico, refleja mejor lo que no sólo al escritor le sucede permanentemente en su vida; no sólo al escritor, digo, sino a cualquier individuo y cualquiera que sea su tarea en la vida.
¿Y por qué este preámbulo? Pues porque no me resisto a incluir la poesía de Miguel Ángel Yusta en ese contexto esquizoidal y porque a Yusta, como poeta que es, le afecta de manera más profunda. Tampoco me resisto a hablar de una existencia otra: la que fija la etimología como ex-ister. Y es que, en efecto, existir significa propiamente «salir», «brotar», «surgir» y no lo que la arbitrariedad terminológica quiso –y pudo, a lo que parece- asignar allá por los años 20 del siglo XX como el modo de ser del hombre, de manera que hoy «existir» y «existencia» designan un carácter, una forma de comportarse el hombre en la sociedad. Sin embargo, es precisamente «vivir» (que es lo contrario a existir) lo que otorga carácter verdadero al ser humano. Y ese ser humano, querámoslo o no, es siempre Yo, con mayúscula; es decir, el yo que es cada cual.
He llegado hasta aquí para advertir ahora de inmediato que muy pocos tan radicalmente Yo, muy pocos tan radicalmente vivos en ese Yo como Miguel Ángel Yusta. Estos 20 + 1 ponen de manifiesto lo que digo porque representan un mosaico (corto, bien es cierto) de su recorrido por la vida extraído de once de sus títulos monográficos. Y no sólo por la vida, sino por la realidad radical que la rodea. Frente a esta radicalidad, Yusta no opondrá un yo estático, ese que proclama Descartes en su célebre y ontológico autorretrato: Moi qui ne suis qu’une chose qui pense, sino que lo hará a partir del bien fundado axioma de otro galo inteligente: Nous ne pensons jamais que ce que nous pensons cache ce que nous sommes. Este «jamás pensamos que lo que pensamos oculta lo que somos» rubricado por Valéry es lo que a la postre pone en marcha todo el mecanismo revelador del Yo para mostrarse vivo frente al Otro. Y ese Otro no es sólo nosotros, receptores del desenmascaramiento del poeta en sus versos; ese Otro es también el propio poeta que sale de sí mismo (es decir, que existe de sí mismo) y se autorretrata en sus poemas, tal cual lo evidencia en ese «Quejido ronco de tambores», una silva asonantada en la que su «figura evanescente», como larva, le hace vagar sin sentido. Es ahí, en ese espagard doloroso entre lo que se es y lo que existe (lo repito: entre lo que se vive y lo que surge de súbito, aparece, o se muestra acaso como una phantasma, como diría Juan Rufo) donde tiene lugar la tensión de un Yo en conflicto. Miguel Ángel Yusta ha querido mostrarnos en este libro unas cuantas pinceladas de su vida en sus también diversas circunstancias, pero seríamos muy ingenuos si pensáramos que esta muestra es su vida misma. No, no es así porque, a pesar de que la vida sea la causa de la movilización estética, estamos hablando de literatura o, lo que es lo mismo, de un embaimiento que trata de superar lo que precisamente el vitalismo llamaba «habitualidad», lugar donde se inscribe la vida como realidad radical del cada uno de los Yoes. Para escapar y trascender esa habitualidad Miguel ángel Yusta se va a París, a su amado París, muy amado, desde luego, por cuanto, como descriptor de su fisonomía divina y humana, le dedica tres textos iconográficos, el 15 % del total de esos casi 20 poemas de amor y una copla casi desesperada. Porque, efectivamente, otra vez huye Yusta de la habitualidad enamorándose, o haciendo que el amor transite por el más allá del más acá que es su realidad habitual. Para abandonar la habitualidad Miguel Ángel Yusta echa mano de la memoria, vuelve casi al útero adoptando la posición natural del neonato; para huir de la habitualidad recoge en frasquitos esenciales la suma de las horas vividas durante su paso por el tiempo. Vemos cómo, por ejemplo, en el poema «El Sena» este prosopopéyico río «Por la noche... parece un inmenso gusano dormido» que «gira sobre sí mismo tantas veces porque quizá no quiera marcharse de París». La acentuación simétrica del soneto «Quisiera ser el amo de tu sueño» se rinde a la armonía de los corazones enamorados con una entrega incondicional, mientras que el poema «Introito» alberga ese anhelo más que rilkeano de regreso a la infancia; diríamos mejor que alberga un deseo de incisión en el plano temporal cuyo vector es naturalmente la memoria. No es el único poema que profundiza en ese asunto central de —me atrevo a decir— toda la literatura universal; «Han pasado los días» es otro texto que trata de redimir el tiempo en la actualización recordatoria de los muertos más queridos. Por fin, sí, el escepticismo desalentador del poeta herido y restañado aparece en aquella copla que citaba y que alude a este plural indefinido, pero plural mayustático: «Dicen amor y es deseo, / dicen te quiero y es nada, / dicen demasiadas veces / palabras, sólo palabras. //»
Sostuvo siempre Ortega y Gasset que la poesía es un modo del conocimiento, o, dicho con otras palabras, que lo dicho por la poesía es verdad. Así como dije al principio estar de acuerdo con Ortega en algunas cuestiones vitales, como la del conflicto del Yo frente al Otro, no lo estoy en esta que acabo de citar. La poesía, aunque sea un modo de conocimiento, no necesariamente es verdad; más bien aspira a la verdad y, en esta aspiración, la poesía sería verosímil; es decir: un símil de la verdad, algo parecido a la verdad. Lo dicho sirve para ese lado al que Yusta también se inclina en sus versos: el lado de la reflexión descriptiva, el lado de la absorción conceptual. Pero esto no es malo, ni mucho menos. Es, sencillamente distinto a lo ideal sin que por ello estos caracteres estéticos dejen de ser aspirantes a una verdad modélica desde el punto de vista de la poesía como fiel reflejo de la vida. Diríamos que este otro talante se adhiere a la filosofía crítica respecto a la manifestación de un desacuerdo con la vida convencional, crítica que el poeta se ve impelido a hacer de vez en cuando para que su inexorable soledad la juzgue. Así, por ejemplo, en estos versos: «Después vendrá el silencio de lo oscuro, / se perderán caminos en la noche. / Se borrará tu huella / y yo me quedaré deshabitado. / Solo. //»
El valor a veces narrativo de Miguel Ángel Yusta radica en su dominio para la creación de atmósferas, para la definición de ámbitos; posee la seguridad de quien deja en suspenso la importancia de lo conocido para trascender por medio de sus versos este límite y alcanzar lo que ha de conocerse, lo que nos es dado conocer. George Bataille llamaba a este gesto así estructurado «el extremo de lo posible», y lo llamaba así porque cualquier otro camino que pudiera tomarse, indicador consciente del fracaso, conducía a la neurosis (lo que el propio Bataille llamó «la vía oblicua»). La palabra de Yusta no es neurótica; la palabra de Yusta no es oblicua; antes al contrario, ha calculado la trascendencia de su gesto hasta hacerse cargo (porque su verbo fue primero humano) de que su prosecución poética debía señalarnos aquel límite: el extremo de lo posible. Nosotros, lectores, desde ese mismo momento sabemos que es así y, además de constatarlo, admiramos que así sea.
¿Y qué es lo que evidencia ese gesto? Pues lo que sucede a veces —sólo a veces—: la naturaleza se sirve de un mediador: lo elige de entre muchos con rigurosos criterios de selección para rendirle pleitesía mediante el tamiz del ser (no del estar, no del parecer); es decir, a través de aquello que constituye la esencialidad de la mirada que se echa sobre lo que se mira y cuyo relato reúne los factores que determinan su hermosura: la emoción distintiva, la resolución diversa de una misma realidad para trascenderla, algo, en fin, que une muy íntimamente a Yusta con su poesía: la lírica —repentina destilación de un complejo mundo de conceptos, concepciones, ideas, emociones tendidas, en tensión, agónicas, resuexcitantes, símbolos cardinales...— que se presenta en imagen bien definida y halla marco precioso en su palabra. Leamos: «Una gota traza un suave camino, / sin contacto posible, hacia mi mano. / Mis dedos han dejado / que se convierta en luz. //» Y también: «Existe un mar sin brumas ni tinieblas, / vacío de memoria, /donde las olas cantan el olvido. //»
Es verdad que en los pocos textos de esta antología apenas puede vislumbrarse una vida atendida por la palabra y, en consecuencia, la recomendación que, como censor hoy aquí, me permito hacer es que su diversidad morfológica presenta sólo registros formales; sin embargo, difumina el carácter, el hondo arriate del que la poesía de Yusta se sirve para caminar por los corazones como lo hace la lluvia cuando se precipita en los hontanares. Disponemos con ello de un perfil grueso, pero se nos hurtan las sutilezas de los rasgos definidores de su belleza.
Toda la hermosura de la poesía de Miguel Ángel Yusta hay que conocerla a través de aquellos títulos de donde se ha extraído éste de hoy y yo, como lector de su Ayer fue sombra, de El camino de tu nombre, de Amar y callar, de Silencio y luz y otros tantos, quiero constatarlo.
Recibí de un amigo el miércoles pasado un libro de poemas titulado El arte de los sueños. Y «todo el mundo sabe —nos advertía Gérard de Nerval— que en los sueños nunca se ve el sol». «En las horas de las largas noches / durmió el poema hasta llegar la aurora», nos dice Yusta; y en otro poema, refiriéndose a sus obras incompletas, añade que «esperan algún día la luz renovadora, la magia que las toque y las despierte».
Concluiré con Antonio Machado: «Tras el vivir y el soñar, / está lo que más importa: / despertar.»
Manuel Martínez Forega
Zaragoza, 21 de febrero de 2014

jueves, 30 de enero de 2014

Félix Grande





Murió el poeta. Vive su poesía.
He aquí una soleá. ¿Se puede decir más con menos palabras? Poesía social pura...


Mira que soy desgrasiao
que estoy deseando morir
solo pa tener techao


Y una copla maravillosa:

Como los railes del tren, 
son tu cariño y el mío, 
uno al laito del otro, 
to seguío, to seguío…

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