Esta noche había soñado, otra vez, contigo y con las cosas que tú destruiste. Soñaba con la historia de la desaparecida lámpara de mi despacho, o la de un cenicero de bohemia donde dejaba enfriar mis pipas. O la de aquella bandejita de plata que un amigo colega, muerto ya, me regaló hace muchos años, o una botella de cristal tallado comprada en Praga en un día hermoso, gris y lánguido. Soñaba con la historia de un esmalte con el rostro hermoso de una virgen ingenua, contemplado furtivamente durante meses en un escaparate, hasta poderlo comprar para mirarlo cada noche y que, también, te habías llevado de nuestra casa.
Soñaba con el olor de la vieja madera del cabecero de mi desaparecida cama, o el tacto suave y frío del mármol de la mesilla de noche que tocaba antes de dormir como si de un mágico talismán se tratase. Pero podría ser tal vez la historia de un sueño que no existió, porque un vendaval de infinita y premeditada crueldad me despertó sin poder siquiera saber si era sueño o realidad aquello que, de repente, se convertía en un inmenso vacío de ausencia. Una ausencia que tú buscaste con cálculo premeditado para romper mis sueños.
Todos los objetos pueden tener vida, si nosotros se la damos. Pueden pensar, hablar y sentir si nosotros así lo queremos. Y dentro de los sentimientos, el dolor se alza como uno de los principales. Yo sé que mis pequeños objetos tan queridos sienten, conmigo, el dolor de la ausencia y cada noche cobran vida y me preguntan el porqué de su forzado peregrinaje. Por eso se introducen en mis sueños, los llenan y me preguntan si alguna vez podrán volver a estar junto a quien tanto los amaba.
Esa noche y muchas noches mis sueños y yo bailamos en silencio hasta la madrugada. Mi estómago se llena de gatos enfurecidos que yo intento perseguir y matar, para que dejen de arañar mis entrañas y mi mente. Las mañanas son terriblemente amargas y cada vez me cuesta más abrir la puerta del día. Pero esta mañana tenía que escribir unas líneas para leerlas por la tarde. Me miré al espejo antes de afeitarme y decidí que tal vez era el momento de comenzar:
Tu camino comienza esta mañana.
Deja que se consuma la noche en el olvido.
Siembra en las luces diurnas las esperanzas nuevas
y mata las que te robaron ayer,
porque ya no merecen tu recuerdo.
Comenzar, recomenzar, qué más da. Enciendo el ordenador y mis dedos intentan teclear palabras. Querría que la noche se alejase y el sol volviese a brillar en mis días tan grises, tan sórdidos, tan desesperadamente iguales y llenos de un intenso deseo de no ser...
Los gatos enfurecidos de mi estómago despiertan de nuevo ante el simple pensamiento de tomar un vaso de leche. Recuerdo aquellos días en que, ante el periódico, tomábamos nuestro café, humeante y aromático, con aquellos bollos que comprábamos al señor Manuel, el de la panadería y, sobre todo, con aquella ternura compartida que parecía ser eterna. Hablábamos animados, comentábamos ilusionados cómo crecían nuestros hijos y cómo las incipientes canas eran testigos gloriosos de un amor hecho vida y perpetuado en ellos. Tú estabas allí, entera y cierta, llenando mi vida y haciéndome caminar.
Entonces te escribía poemas de amor. Tú los leías y me mirabas casi indiferente. Jamás me quise dar cuenta de que tras una mirada fría había inicios de premeditado desamor.
Tu camino comienza esta mañana...
Me dirijo al armario donde como una reliquia con olor a naftalina y a recuerdo amargo reposa el chaqué con el que me casé hace ya varios lustros. Me anega la nostalgia de unos días que parecían llenos de luz. Hace años quise ponerme ese traje para una boda de alcurnia: fue imposible porque mi talla y mi felicidad parecían ir parejas. Hoy, sin embargo me disfrazo perfectamente y contemplo mi patética imagen de novio derrotado por la vida y por ti. De fantasma loco poseído de ansiedad y vacío de ilusión, de náufrago sin posibilidad ninguna de encontrar su nueva isla de supervivencia.
Deja que se consuma la noche en el olvido...
Hace meses que no deseo comer. No puedo enfrentarme a mi soledad ni quiero seguir un camino de espinas. Yo sé perfectamente que cada verso de ese poema tiene dos caras, dos lecturas, pero hoy, ahora, tomo la que desea mi ánimo desesperado. Mi noche está siendo larga y tal vez sea una cura el olvido total. El no ser ya nada.
Siembra en las luces diurnas las esperanzas nuevas....
¿Podrá haber siquiera luz donde sembrar? ¿Y si realmente este fantasma que me posee, estos gatos horribles que me atenazan, esta temible espiral de insomnio y apatía, esta náusea permanente pudieran iluminarse de esperanza? Vomito hasta mi desesperación, pero tiene que haber algo, puede que sea una pequeña luz, al final de un camino lleno de negrura.
...Y mata las que te robaron ayer
porque ya no merecen tu recuerdo.
Me desnudo completamente. Y lloro. Lloro con amargura y desesperación, sentado sobre mis talones, imagen viva de una derrota que no deseo pero que parece inevitable.
Ella me dejó así y parece que yo no puedo hacer nada por remediarlo.
A no ser que mate las esperanzas del ayer u ocurra un milagro esta mañana.
O tal vez las dos cosas.
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Suena el teléfono, insistente. No suelo atender el teléfono por las mañanas pero la llamada se repite una y otra vez. Me rehago por un momento y , ni sé por qué, cojo el teléfono.
-¿Papá, estás ahí?
-Hola hija, si, dime cariño, ¿qué tal va todo?
-Papá...acabas de ser abuelo de una niña preciosa...y parisina...
-¿Y estáis bien, hija?
-Muy bien, papá. Pronto vendrás a verla ¿verdad? En unos días...Te esperamos pronto...Te queremos. Un beso.
Cuelgo y mis ojos apenas pueden ver, plenos de lágrimas. Ha cambiado el color del mundo.
Soy otra vez un luchador y he decidido seguir sembrando esperanzas. He decidido VIVIR.
(Zaragoza.
Octubre 2005)
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(c)"El Laberinto de la dicha". Relatos. Edcs. Alkaid 2014
(c)Imagen:Mayusta
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