Datos personales
- Miguel Ángel Yusta.
- Fotos de portada:Columna Villarroya 2010. Maica Rivera 2018. Todos los contenidos registrados.
miércoles, 26 de diciembre de 2018
viernes, 14 de diciembre de 2018
Presentación.
Lectura y presentación en la Casa de Aragón en Madrid. 11.12.2018
Toda la información en este enlace:
https://www.facebook.com/mayusta
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sábado, 1 de diciembre de 2018
lunes, 26 de noviembre de 2018
lunes, 5 de noviembre de 2018
Pasajero de otoño: un fragmento
Se ha quedado vacía la estación
y tal vez aparcado en vía muerta,
olvidado el orgullo, el vagón de mis sueños.
M.A.Yusta. "Pasajero de otoño" 2018.
miércoles, 31 de octubre de 2018
Presentación de "Pasajero de otoño" en Zaragoza. Texto de Alfredo Saldaña
Texto de la presentación en Librería Cálamo de Zaragoza de "Pasajero de otoño", por el catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Zaragoza, Alfredo Saldaña.
NAVEGAR EN
SILENCIO POR LO OSCURO
Miguel Ángel Yusta ha ido
elaborando a lo largo de estos años una obra poética singular
dotada con unas señas de identidad con denominación de origen,
rasgo de estilo que no todos los escritores alcanzan. Con todo, yo no
sé si estamos —si nos ceñimos al libro que hoy presentamos—
ante uno de esos poetas cuya escritura es proyección y consecuencia
de su vida o ante una de esas personas cuya vida es reflejo y
prolongación de su escritura (y trataré de glosar esta
incertidumbre a lo largo de mi intervención en este acto); en todo
caso, me temo que nos encontramos ante uno de esos individuos en los
que vida y obra son manifestaciones inseparables —y a menudo
indistinguibles— de un mismo binomio.
No
es ni mucho menos mi intención presentar aquí, en su ciudad, a
Miguel Ángel Yusta, alguien que ha desarrollado en estas últimas
décadas una importantísima labor como letrista de grabaciones
discográficas, coordinador de numerosas actividades literarias,
columnista en Heraldo de Aragón y poeta. Entre sus libros de
poesía, entre otros, encontramos: Ayer fue sombra (2010
—Aqua— y 2017 —Lastura), Cancionero de coplas aragonesas
(2011, Olifante), Pavesas del silencio y de la espera (2012,
La fragua del trovador), Amar y callar (2013, Sabara), De
silencio y luz (2015, Lastura). Y ahora publica, acompañado de
un iluminador prólogo de Fernando Aínsa, Pasajero de Otoño,
para mí, su mejor libro. Voy a intentar argumentar por qué.
Siempre
me ha llamado la atención la curiosidad y el interés que en todo
momento ha mostrado Miguel Ángel por la literatura, una relación
marcada por la pasión y el rigor. Yo creo que para él la poesía es
palabra que refleja la huella de un tiempo vencido, palabra que lucha
por permanecer en la memoria una vez que ha hecho su trabajo el
arrasador ángel de la historia del que hablara Walter Benjamin,
palabra de arena que trata de resistir los embates del viento,
palabra de agua que desgarra con su grito las venas encendidas de la
tierra. Así, algo de todo esto —y mucho más, por supuesto—
encontramos en esta reveladora y radical entrega poética que hoy
presentamos, donde la palabra encuentra su paraíso innominado entre
los márgenes del poema.
Más allá
del sentido y profundo homenaje implícito a diferentes ciudades y
paisajes que alberga el discurrir de este libro (París, Roma,
Grecia), Pasajero de Otoño
plantea —desde un conocimiento exhaustivo de las grandes corrientes
artísticas y de pensamiento que se han sucedido en Occidente—
algunas de las cuestiones centrales a las que se ha enfrentado la
escritura poética a lo largo de su historia. Aquí la palabra es
desafío del lenguaje a la posibilidad de su propia extinción,
acontecimiento que se disuelve en la imagen que lo genera —y en
este sentido cabe hablar tanto de imágenes poéticas como de
imágenes visuales, plásticas—, palabra que versa sobre esa
inefabilidad propia de cierta poesía, esa actitud entregada y
valiente que consiste en llegar hasta el fondo de un agujero para
hablar desde ahí, desde ese lugar —como se lee en el poema que
abre el libro— ubicado «en las orillas de la duda / entre el sol y
la muerte» (p. 25) donde se encuentra ese organillero solitario cuya
música —como ocurre con la del trompetista del metro— ya nadie
escucha. Desde luego, el viaje —como muy bien señala Fernando
Aínsa en el prólogo— es un motivo vehicular y estructural en el
libro. Miguel Ángel incorpora a su imaginario algunos lugares más o
menos conocidos de la tradición pero, en este caso, lo relevante,
para mí, es la actitud con la que se afronta esa experiencia y el
reconocimiento de que lo verdaderamente singular y extraordinario de
ese acontecimiento no se encuentra en el destino —«tocar el
cielo», por ejemplo, como se afirma en el preludio de este libro—
sino en el propio viaje.
Pasajero
de Otoño apuesta claramente por un
decir repleto de música y de referencias intertextuales a otros
ámbitos artísticos y en el que la máxima significación se halla
en el hecho mismo de decir. Su autor ha viajado por senderos
por donde solo son capaces de transitar aquellas personas que intuyen
que para encontrarse antes hay que perderse. Un
viaje —acompasado con el ritmo de una personal y sugerente banda
sonora— que implica en todo caso un recorrido sentimental e
ideológico por algunos de los principales escenarios —rincones,
calles, plazas, teatros y museos, etc.— por los que el sujeto
poético ha transitado a lo largo de los años, un viaje que supone
pérdida y ganancia, olvidos y encuentros, y que acaba resumiéndose
—como se lee en el memorable poema que cierra el poemario— en ese
silencio que se escucha «por lo oscuro» cuando se navega a la
espera «del profundo arañazo de la Dama» (p. 91), ese silencio que
podría funcionar muy bien como metáfora de esa música infinita y
total que permite al sujeto buscarse entre las sombras y disolverse
entre la nada para siempre. En ese sentido, estos poemas —escritos
algunos de ellos en primera persona y en los que se recrean, desde
una cierta distancia, anécdotas y situaciones del imaginario vital
del propio poeta— tienen algo de homenaje a un universo personal y
colectivo que el autor ha querido retratar. La vida, como la
escritura, es un viaje al corazón de la noche, donde aguarda el
secreto del poema, la sensación de un sentimiento de pérdida. En
«Palais Garnier» leemos: «Estoy otra vez sentado en la oscuridad.
/ En una blanda oscuridad acompasada. / El tiempo se detiene en los
dorados y en las lámparas, / en los terciopelos rojos que saben de
pieles adormecidas. / Tengo miedo» (p. 35).
Yo creo que Miguel Ángel Yusta
sabe muy bien que los viajes que importan suceden siempre en lo más
hondo de uno mismo, guiados por esos «ojos sedientos de luz» (p.
36), como leemos en otro poema de este libro. Y en ese proceso —que
no es sino un movimiento de aprendizaje, un viaje de conocimiento—
la voz poética ha sabido desprenderse de lo accesorio y lo superfluo
y partir a la búsqueda de lo esencial, hacia el encuentro de la raíz
de las cosas. Eso es, sobre todo, Pasajero de Otoño, poesía
que se enriquece conforme pierde elementos, tejida a golpes de
libertad contra la mudez de la piedra y el sinsentido del ruido,
poesía elaborada desde la conciencia de la pobreza y de la pérdida.
Miguel Ángel Yusta plantea de este modo un escenario poético e
imaginario en el que el paisaje natural ha sido trascendido por la
sugerente plasticidad de las imágenes poéticas empleadas, un
escenario —decía— en el que emerge una voz singular y
extremadamente autoconsciente del trabajo llevado a cabo, una voz que
ha sabido horadar en las hendiduras e intersticios del lenguaje y que
aflora a la búsqueda de lo esencial, en ese viaje en el que solo se
ve acompañado por su «sombra / de viajero sin nombre» (p. 81),
como leemos en el poema que da título al libro, probablemente, como
sugiere Fernando Aínsa en su prólogo, el más compacto de todos los
que lo conforman.
Pasajero de Otoño recoge
dos grandes motivos de la literatura universal, y ambos
interrelacionados: los motivos de la pérdida y de la búsqueda; todo
canto poético surge de una tensión o una insatisfacción y de la
necesidad de cubrir esa falta con la conquista de un nuevo horizonte.
Podría decirse, después de todo, que esta obra poetiza el conflicto
del vaciamiento que adquiere imagen en la conciencia del propio viaje
donde se entrecruzan la realidad y la ilusión y que, sin
pretenderlo, nos enseña al final que toda pérdida conlleva una
ganancia. No hay desafío mayor que este que Miguel Ángel Yusta
afronta en este singular libro —el mejor, para mí, repito, de
todos los que ha escrito— y ese reto consiste en agujerear las
cimas del pensamiento hasta dar con la profundidad del verbo, ese
lugar donde esa palabra de música que es la poesía se disuelve en
su silencio (la música, lo anoto tan solo entre paréntesis,
desempeña una función central como hilo conductor y elemento de
cohesión a lo largo de todo el libro); el autor de esta obra ha
comprendido aquello que la poesía tiene de radical y esencial: la
puesta en juego de la palabra, la vida, asumiendo el riesgo de la
pérdida. Miguel Ángel Yusta nos ha entregado un gran libro.
Alfredo Saldaña
Miguel Ángel Yusta, Pasajero
de Otoño, Madrid, Huerga y Fierro editores, 2018.
martes, 30 de octubre de 2018
Francisco Caro presenta en Madrid mi Pasajero de otoño
Texto de la presentación, por Francisco Caro, de Pasajero de otoño en el Café Comercial de Madrid el pasado 24 de septiembre de 2018.
Los trenes que nos llevan
Pasajero de otoño. Miguel Ángel Yusta. Madrid 2018. Huerga y Fierro.
Dijo Alfredo Saldaña al presentar este libro en Zaragoza que era harto difícil conseguir separar en nuestro autor vida y literatura. Coincido. La vida de este maño eterno que es Miguel Ángel Yusta no puede comprenderse sin la presencia de la literatura y de la música, de su afición a la copla, de sus colaboraciones periodísticas, pero tampoco sin su afición por la fotografía y los viajes. De su vida nace su literatura.
Hombre social, cordial y amigo, alterna días de sosiego con excitados, de la misma manera que habita Madrid y Zaragoza. En los excitados, escribe. Excitados por el recuerdo o por la melancolía del tempus fugit, dos universos que como líneas abscisa y ordenada organizan su espacio escribidor. Un territorio dilatado tanto en el espacio-tiempo como en las publicaciones.
Conozco a Miguel Ángel desde 2011, desde entonces la amistad no ha hecho sino crecer en lo personal y en lo poético. Leí últimamente sus Pavesas, haikus sensibles de la época del vino y de las rosas fúlgidas. Y recuerdo con temblor su sensacional Ayer fue sombra, que le reeditó Lastura y donde la evocación de su infancia posbélica es el retrato sentimental de una generación, la nuestra, la de la luz difusa, pero la que años después construiría una España de luz esperanzada. Y es que posiblemente no haya poesía sin infancia en plenitud. Aquella infancia de programas dobles y trenes de tercera, o de madera, la que nos agrupa a tantos supervivientes dispuestos todavía –no a sobrevivir– sino a vivir. Ahora nos acerca este Pasajero de otoño, y es que siguiendo sus palabras "Como émulos de Ulises, navegamos a ciegas en la noche cerrada.” Hacia una Ítaca imposible, añado.
Escribe Fernando Ainsa en su prólogo que el otoño “es la estación que se asimila con el declive de la edad, en que las fuerzas del cuerpo languidecen, pero donde la madurez ganada con el tiempo revierte en mayor sensibilidad para percibir el mundo que se recorre.” Es difícil no estar de acuerdo. Si a esto añadimos que la poesía debe estar teñida, lo dijo Auden, por el buen hacer y por la inteligencia, nos encontramos en M.A.Yusta con el cronista, con el autor ideal para acompañarnos en la travesía de esta estación del año tan dada a la metáfora de lo que se agota.
Pasajero de otoño, pues, otoño de un pasajero. Un texto destilado en perfección y producto de cuatro distintas e intensas situaciones emocionales. El poemario permite al lector sensible situarse junto al poeta en cuatro escenarios ligados por la persistencia del recuerdo. Tanto si este aparece como refugio de belleza e identidad como si se ofrece para ser alambique de futuros. Y son cuatro escenarios distintos en sus provocaciones, y a mi modo de ver surgidos en alejados momentos durante ese vagabundeo existencial que supone el oficio de vivir. Y no todos ocurren en el otoño, aunque ahora los agrupe el título. No es otoño cuando París explota en juventud, como no es otoño Roma nocturna y el amor guardando su costado. Tampoco es otoño la búsqueda de plenitudes que supone el anhelo de Ítaca. Admito que pueda ser de otoño la mirada del poeta de hoy la que se vuelve sobre los paisajes, pero no para teñirlos con intención elegíaca, llorona, sino para recuperarlos en su momento exacto de plenitudes y canto, listos para un nuevo disfrute sanador. Todo eso dice el libro. Por eso es mucho más gozo que lamento. Por eso es un disfrute que se ofrece sí mismo y a los demás.
Hay un preludio, del que hablaré al final y hay un poema final del que nada diré. Entre ambos 46 textos magníficos, decantados, de lo mejor del poeta. De ellos, 37 forman el apartado “Ciudades y Paisajes” y sólo nueve el apartado que titula “Pasajero de otoño”, como el libro. Hablemos de este último. Son nueve poemas que se dedican a la descripción de la madurez constatada, al territorio de las hojas ocre, al aviso de un mes llamado octubre. Es en estos nueve poemas en suite, y numerados, donde el poeta advierte y nos advierte
He llenado mi ser de cicatrices / en batallas inútiles / donde estaba cantada la derrota. / No importa, pertenezco a una raza incombustible, / que hace comino a corazón abierto.
A corazón abierto y a vértebra dañada, podríamos añadir.
Nueve poemas donde los trenes que nos llevan vuelven a significar lo que tanto significan en Ayer fue sombra. El viaje como objeto del deseo. Bien sea el viaje físico, bien el emocional, el tren como posibilidad de mundos soñados, como la última ocasión Que nunca es la última, aunque oigamos acercase su silbido desde lo profundo de la noche. Digamos que acude a los poemas de esta parte un tú autorreferencial, una sombra con la que el yo del poeta conversa y se confiesa. Y lo hace sobre el ocaso –ese fantasma rosa–, sobre la memoria del amor gozado, sobre la soledad de los vagones, sobre la nieve que viste las ausencias, sobre la música y la vida que pasa lentamente. También sobre la vida que le acompañó, la que aún le acompaña ahora, esa que espera que todavía esté con él cuando el tren anuncie la estación final. Porque este pasajero que se llama Miguel Ángel Yusta se sabe tan tatuado de cicatrices como rico de aventuras. Y es que la vida y él han intercambiado cromos y afanes, arias y desolaciones, linos y espinas, hasta lograr saberse a fondo, hasta beberse, ese beberse que no es sino vivirse con b que diría nuestro testigo Rafael Soler.
Mayor extensión -37 poemas- ocupa el apartado “Ciudades y Paisajes”. Allí el París de su juventud con aire de libertades sigue siendo el paisaje soñado, el lugar de las mujeres frescas, como la que sienta frente a él en la línea 6 del metro, del bello Sena y sereno. El Paris que mitiga la soledad, el que recibe las maletas emigrantes en Austerlitz, el que “acaricia con brisa el pubis indefenso de Olimpia" o nos invita a "penetrar el Origen del mundo” (son sus versos), el que lava nuestros ojos de celtiberismos, el de las chimeneas, el de la inteligencia en La Coupole, donde se sueña con los cuerpos jóvenes y se sabe que un día tendremos todo el tiempo del mundo.
París está lluvioso en la mañana. Es un gigante gris de corazón cansado / que a diario reviven con sus risas / muchachas de piel tersa y ojos llenos de luz.
Y tras Paris, una Roma de piedras antiguas y de amor cercano, una Roma de mujer en ansia compartida. Una Roma preñada de atardeceres cogidos de la mano. Si en la Fontana lava el poeta sus manos de toda culpa pensada con la voluptuosa Anita, es en la Piazza de Spagna donde las dos almas quedan enlazadas escuchando el rumor del agua eterna. “Acaricié su rostro –dice– y se encendieron lenguas en los vientres.” Y tras Roma, una Grecia de empeño por Ítaca, ese lugar donde habita la felicidad de los anhelos, ese bosque siempre perseguido, ese tremor de intenciones, y a donde el poeta en su poema pórtico afirma que jamás, tras haber tocado el cielo, volverá a intentarlo. Y lo dice él, a quien se le han encendido y apagado estrellas, él, que ha viajado entre el cenit y el desengaño.
Pasajero de otoño y los lugares en donde la persistencia del tiempo vivido y la conciencia de existir se superponen hasta confundirse. Descansado una en otra, preguntándose una a otra. Es el milagro literario y vital de poder sentirnos uno con nosotros mismos, algo que el poeta logra para sí y que gracias al poema nos contagia como posibilidad al alcance. Todo está dicho desde la amabilidad de un verso cordial y perfectamente construido, sin sobreexcitaciones ni imposturas. Un libro en donde vivir.
Francisco Caro
(Profesor y poeta)
martes, 23 de octubre de 2018
Manuel López Azorín, reseña "Pasajero de otoño"
El reconocido poeta y crítico Manuel López Azorín, reseña en su blog el poemario "Pasajero de otoño".
https://manuellopezazorin.blogspot.com/2018/10/miguel-angel-yusta-pasajero-de-otono.html
viernes, 19 de octubre de 2018
Alicia Mendoza Krauss* reseña "Pasajero de otoño"
“Pasajero de otoño” sugiere de manera inevitable melancolía, añoranza y trayecto final. En el último poema, “Ligero de equipaje”, el poeta anuncia que se marchará «a la luz tenue del ocaso/ en la góndola llena/ de todos los recuerdos», y aguardará paciente «el resplandor/ del profundo arañazo de la Dama…».
Enlaza temáticamente con el reeditado “Ayer fue sombra”, que es un recorrido por la memoria de la niñez y la juventud. Y no es casualidad que la foto de cubierta de “Pasajero de otoño” sea la de unas vías de tren que se pierden en la niebla. El tren es un elemento recurrente, a la vez real y metafórico: «Trenes de vagones de madera», «que pasaban cercanos a mi casa», de los recuerdos de infancia; trenes en la «Gare d’Austerlitz»; el «Metro de París, Línea 6». Pero también el tren como símbolo del viaje de la vida: «Llega el ocaso como un fantasma azul./ Se hace largo ya el viaje/ lleno de noches largas y silentes/ que asfixian soledades presentidas»; «¿Por qué me asalta siempre ese recuerdo/ de los días de negra incertidumbre/ cuando el viaje se acerca a su final?» «Pasajero de otoño,/ viajero sin destino./ Se ha quedado vacía la estación/ y tal vez aparcado en vía muerta,/ olvidado el orgullo, el vagón de mis sueños».
No puedo evitar la evocación de Ulises, y menos cuando el propio autor nos lo trae de forma directa durante su viaje a Grecia y al final de su primer poema (“Preludio”): «Nunca jamás querré viajar a Ítaca». Y me resulta obligado citar al poeta Carlos Vaquerizo, en “Recuerdo (II)”: «Una sirena: tú,/ Yo, atado todavía/ al mástil del recuerdo»; como él, Miguel Ángel Yusta está atado a sus recuerdos para no perder el rumbo frente a las asechanzas de las hijas de Aqueloo. Y también quiero citar a Juan Ramón Barat, en “Todos los destinos se llaman Ítaca”: «No escuches las sirenas perversas» (a las que no me atrevo a identificar desvelando la metáfora).
Pero, como dice Encarnación Pisonero, Ulises no sería Ulises si no hubiera escuchado los cantos de sirenas, pues sólo dejándose arrullar con la música de mares sin nombre se puede conquistar todo imposible. El viaje de Miguel Ángel Yusta, sin duda ha sido como el que recomendaba Kavafis (“Ítaca”): «Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,/ pide que tu camino sea largo,/ rico en experiencias, en conocimiento».
Tal vez ya no haya una Penélope y, por eso, el poeta escribe: «Mi manos no son ciertas/ […] Solo quieren dormir sobre el regazo/ de la madre que a todos nos acoge». Porque regresar, como alguien dijo, es morir un poco. O quizás Miguel Ángel Yusta sea como el Odiseo borgiano, cuya patria es el viaje mismo y no Ítaca, cuyas arenas son de otro mar que quizás ya no existe.
Costaría sobreponerse a tanta melancolía, de no ser por la fuerza del amor «pues ningún edificio se derrumba/ si el buril del amor fue su arquitecto», y de ese amor esencial hay mucho en los poemas de “Pasajero de otoño”, «porque donde hubo amor en llama viva/ aún mantiene un rescoldo la memoria» La gran paradoja es que la muerte no puede vencer al amor y al recuerdo (diría que tampoco a la fe, pero no en estas líneas); y traigo a la memoria las mejores palabras de consuelo para alguien muy querido que se nos iba: «Aunque el mundo cambie ahora, mi amor, no tengas miedo; te amamos, te amamos. No vas a desaparecer: estamos aquí contigo; estaremos siempre contigo».
Si Pasajero de otoño fuese una tesis, contestaría con un poema de Aurora Luque: «Cómo decirle al tiempo que el otoño es mentira/ y que la vida puede valer lo que una noche/ de julio solamente porque tuvo el deseo/ el ardor excesivo de una piel de sirena».
Pero no es una tesis, sino una preciosísima colección de poemas.
Alicia M. K.
*Alicia Mendoza Krauss es filóloga ( hispánica y Clásica) y poeta.
lunes, 1 de octubre de 2018
martes, 25 de septiembre de 2018
sábado, 8 de septiembre de 2018
lunes, 27 de agosto de 2018
martes, 17 de julio de 2018
Memoria
En la distancia,
el silencio custodia la memoria;
las palabras de la infancia son olvido.
En la vejez,
sólo existe la verdad de los pájaros extraviados.
M.A.Yusta. "El camino de tu nombre".2011.
(Imagen: Mayusta. Paraninfo Universidad de Zaragoza).
sábado, 7 de julio de 2018
Eros 11. (Un viejo poema se ha colado...)
Adoré los gemidos de tu cuerpo pagano,
tus ojos entreabiertos en mil flores de
seda,
la música prohibida de tus labios
como el rumor de la espuma de mar,
el perfume violento de tu piel
acreciendo mis ansias
de tener tu jardín.
Todo fue un himno susurrado y suave
y el despertar del sol en la mañana
encontró nuestros cuerpos
cubiertos ya de luz.
(c) mayusta 2011
(c) mayusta 2011
miércoles, 4 de julio de 2018
Pasajero de otoño. Poema final
Ligero de equipaje
marcharé a la luz tenue del ocaso
en la góndola llena
de todos los recuerdos.
Surcaré los canales escondidos
del siempre recatado Cannaregio
y llegaré sin miedo a la Laguna.
Efímera luciérnaga
navegaré en silencio por lo oscuro
y aguardaré paciente el resplandor
del profundo arañazo de la Dama...
Miguel Ángel Yusta. "Pasajero de otoño" . Huerga y Fierro Editores. Madrid 2018
Imagen:Mayusta
sábado, 16 de junio de 2018
Presentación de Pasajero de otoño en Zaragoza.
Texto
elaborado por el escritor y catedrático de Teoría de la Literatura y
Literatura comparada de la Universidad de Zaragoza, Alfredo Saldaña,
para la presentación en Zaragoza, Librería Cálamo el día 13 de
junio de 2018.
Miguel Ángel Yusta ha ido elaborando a lo largo de estos años una obra poética singular dotada con unas señas de identidad con denominación de origen, rasgo de estilo que no todos los escritores alcanzan. Con todo, yo no sé si estamos —si nos ceñimos al libro que hoy presentamos— ante uno de esos poetas cuya escritura es proyección y consecuencia de su vida o ante una de esas personas cuya vida es reflejo y prolongación de su escritura (y trataré de glosar esta incertidumbre a lo largo de mi intervención en este acto); en todo caso, me temo que nos encontramos ante uno de esos individuos en los que vida y obra son manifestaciones inseparables —y a menudo indistinguibles— de un mismo binomio.
No es ni mucho menos mi intención presentar aquí, en su ciudad, a Miguel Ángel Yusta, alguien que ha desarrollado en estas últimas décadas una importantísima labor como letrista de grabaciones discográficas, coordinador de numerosas actividades literarias, columnista en Heraldo de Aragón y poeta. Entre sus libros de poesía, entre otros, encontramos: Ayer fue sombra (2010 —Aqua— y 2017 —Lastura), Cancionero de coplas aragonesas (2011, Olifante), Pavesas del silencio y de la espera (2012, La fragua del trovador), Amar y callar (2013, Sabara), De silencio y luz (2015, Lastura). Y ahora publica, acompañado de un iluminador prólogo de Fernando Aínsa, Pasajero de Otoño, para mí, su mejor libro. Voy a intentar argumentar por qué.
Siempre me ha llamado la atención la curiosidad y el interés que en todo momento ha mostrado Miguel Ángel por la literatura, una relación marcada por la pasión y el rigor. Yo creo que para él la poesía es palabra que refleja la huella de un tiempo vencido, palabra que lucha por permanecer en la memoria una vez que ha hecho su trabajo el arrasador ángel de la historia del que hablara Walter Benjamin, palabra de arena que trata de resistir los embates del viento, palabra de agua que desgarra con su grito las venas encendidas de la tierra. Así, algo de todo esto —y mucho más, por supuesto— encontramos en esta reveladora y radical entrega poética que hoy presentamos, donde la palabra encuentra su paraíso innominado entre los márgenes del poema.
Más allá del sentido y profundo homenaje implícito a diferentes ciudades y paisajes que alberga el discurrir de este libro (París, Roma, Grecia), Pasajero de Otoño plantea —desde un conocimiento exhaustivo de las grandes corrientes artísticas y de pensamiento que se han sucedido en Occidente— algunas de las cuestiones centrales a las que se ha enfrentado la escritura poética a lo
largo de su historia. Aquí la palabra es desafío del lenguaje a la posibilidad de su propia extinción, acontecimiento que se disuelve en la imagen que lo genera —y en este sentido cabe hablar tanto de imágenes poéticas como de imágenes visuales, plásticas—, palabra que versa sobre esa inefabilidad propia de cierta poesía, esa actitud entregada y valiente que consiste en llegar hasta el fondo de un agujero para hablar desde ahí, desde ese lugar —como se lee en el poema que abre el libro— ubicado «en las orillas de la duda / entre el sol y la muerte» (p. 25) donde se encuentra ese organillero solitario cuya música —como ocurre con la del trompetista del metro— ya nadie escucha. Desde luego, el viaje —como muy bien señala Fernando Aínsa en el prólogo— es un motivo vehicular y estructural en el libro. Miguel Ángel incorpora a su imaginario algunos lugares más o menos conocidos de la tradición pero, en este caso, lo relevante, para mí, es la actitud con la que se afronta esa experiencia y el reconocimiento de que lo verdaderamente singular y extraordinario de ese acontecimiento no se encuentra en el destino —«tocar el cielo», por ejemplo, como se afirma en el preludio de este libro— sino en el propio viaje.
Pasajero de Otoño apuesta claramente por un decir repleto de música y de referencias intertextuales a otros ámbitos artísticos y en el que la máxima significación se halla en el hecho mismo de decir. Su autor ha viajado por senderos por donde solo son capaces de transitar aquellas personas que intuyen que para encontrarse antes hay que perderse. Un viaje —acompasado con el ritmo de una personal y sugerente banda sonora— que implica en todo caso un recorrido sentimental e ideológico por algunos de los principales escenarios —rincones, calles, plazas, teatros y museos, etc.— por los que el sujeto poético ha transitado a lo largo de los años, un viaje que supone pérdida y ganancia, olvidos y encuentros, y que acaba resumiéndose —como se lee en el memorable poema que cierra el poemario— en ese silencio que se escucha «por lo oscuro» cuando se navega a la espera «del profundo arañazo de la Dama» (p. 91), ese silencio que podría funcionar muy bien como metáfora de esa música infinita y total que permite al sujeto buscarse entre las sombras y disolverse entre la nada para siempre. En ese sentido, estos poemas —escritos algunos de ellos en primera persona y en los que se recrean, desde una cierta distancia, anécdotas y situaciones del imaginario vital del propio poeta— tienen algo de homenaje a un universo personal y colectivo que el autor ha querido retratar. La vida, como la escritura, es un viaje al corazón de la noche, donde aguarda el secreto del poema, la sensación de un sentimiento de pérdida. En «Palais Garnier» leemos: «Estoy otra vez sentado en la oscuridad. / En una blanda oscuridad acompasada. / El tiempo se detiene en los dorados y en las lámparas, / en los terciopelos rojos que saben de pieles adormecidas. / Tengo miedo» (p. 35).
Yo creo que Miguel Ángel Yusta sabe muy bien que los viajes que importan suceden siempre en lo más hondo de uno mismo, guiados por esos «ojos sedientos de luz» (p. 36), como leemos en otro poema de este libro. Y en ese proceso —que no es sino un movimiento de aprendizaje, un viaje de conocimiento— la voz poética ha sabido desprenderse de lo accesorio y lo superfluo y partir a la búsqueda de lo esencial, hacia el encuentro de la raíz de las cosas. Eso es, sobre todo, Pasajero de Otoño, poesía que se enriquece conforme pierde elementos, tejida a golpes de libertad contra la mudez de la piedra y el sinsentido del ruido, poesía elaborada desde la conciencia de la pobreza y de la pérdida. Miguel Ángel Yusta plantea de este modo un escenario poético e imaginario en el que el paisaje natural ha sido trascendido por la sugerente plasticidad de las imágenes poéticas empleadas, un escenario —decía— en el que emerge una voz singular y extremadamente autoconsciente del trabajo llevado a cabo, una voz que ha sabido horadar en las hendiduras e intersticios del lenguaje y que aflora a la búsqueda de lo esencial, en ese viaje en el que solo se ve acompañado por su «sombra / de viajero sin nombre» (p. 81), como leemos en el poema que da título al libro, probablemente, como sugiere Fernando Aínsa en su prólogo, el más compacto de todos los que lo conforman.
Pasajero de Otoño recoge dos grandes motivos de la literatura universal, y ambos interrelacionados: los motivos de la pérdida y de la búsqueda; todo canto poético surge de una tensión o una insatisfacción y de la necesidad de cubrir esa falta con la conquista de un nuevo horizonte. Podría decirse, después de todo, que esta obra poetiza el conflicto del vaciamiento que adquiere imagen en la conciencia del propio viaje donde se entrecruzan la realidad y la ilusión y que, sin pretenderlo, nos enseña al final que toda pérdida conlleva una ganancia. No hay desafío mayor que este que Miguel Ángel Yusta afronta en este singular libro —el mejor, para mí, repito, de todos los que ha escrito— y ese reto consiste en agujerear las cimas del pensamiento hasta dar con la profundidad del verbo, ese lugar donde esa palabra de música que es la poesía se disuelve en su silencio (la música, lo anoto tan solo entre paréntesis, desempeña una función central como hilo conductor y elemento de cohesión a lo largo de todo el libro); el autor de esta obra ha comprendido aquello que la poesía tiene de radical y esencial: la puesta en juego de la palabra, la vida, asumiendo el riesgo de la pérdida. Miguel Ángel Yusta nos ha entregado un gran libro.
Alfredo Saldaña
*Miguel Ángel Yusta, Pasajero de Otoño, Madrid, Huerga y Fierro editores, 2018.
lunes, 11 de junio de 2018
Pasajero de otoño, en Andalán.
Miguel Ángel Yusta, otro viejo amigo, ya en el
camino a la vejez, que lleva con garbo físico y mental, ha escrito dos
grandes poemarios de amor: la pérdida y el ¿inútil? recuerdo. Hubo
primero un momento de “Des-Concierto” (La Fragua del trovador) que es un
libro anterior no presentado ni comentado aquí, por ello. Luisa Miñana
aduce en su prólogo que la poesía no lo precisa, pero señala agudamente
sus tempos musicales, tan querida la gran arte por el poeta, su poema a
un viejo coche y otros aciertos. Hay en el libro quejidos por una
separación reciente, evocando un cuerpo que sabe a noche y navega
vibrante por las oscuras aguas del deseo, descendiendo por la escala del
miedo, hacia el ocaso en despedida tras tanto amar, viaje ya sin meta.
Los recuerdos quedan en blanco y negro, nombres, ciudades, lugares,
naufragios en silencio, cenizas hacia la templada muerte. Y aforismo en
que se desperza el verso, y un decrépito poeta, “cansado de nadar
contracorriente”.
Mariano Castro, poeta, opina sobre 'Pasajero de otoño'
He leído con extraordinario placer tu Pasajero de Otoño. Viaje
–viaje siempre es singular y nos remite a ese otro viaje único con su
rostro bifronte, como Jano, vida y muerte inscritos en él- viaje, decía,
a tres ciudades símbolo donde se mira –y mira- el yo lírico para
atender, con gran exquisitez formal, aspectos universales de lo humano.
El equilibrio rítmico reproduce, con brillantes imágenes, el latido del sentimiento.
Y
terminas, querido amigo, con una tercera parte –la que da nombre al
libro- que recoge la experiencia del viajero, en apretada síntesis, para
ofrecer la destilación de un pensamiento poético donde asoma la
sabiduría que concede el amor a la vida y a las palabras (“pues ningún
edificio se derrumba / si el buril del amor fue su arquitecto.”).
Cortas mis palabras para tu largo aliento.
domingo, 3 de junio de 2018
Presentación de "Resistencia del aire" de F. Aínsa.
Feria
del Libro. Zaragoza, 2 de junio de 2018.
Presentación:
“Resistencia del aire", por Miguel Ángel Yusta.
Autor:
Fernando Aínsa Amigues. Edcs. Renacimiento.
Buenas
noches señoras y señores:
Poca
presentación es necesaria en el caso del escritor Fernando Aínsa y
diremos lo imprescindible en cuanto a datos personales y extensísima
obra, que hoy en día todos pueden consultar en la RED
Quién
es Fernando Aínsa escritor.
Fernando Aínsa (Palma de Mallorca,
1937) es un escritor hispano-uruguayo. Trabajó en la UNESCO (París)
entre 1974 y 1999, donde fue
Director Literario de Ediciones. Desde 1999 reside entre Zaragoza y
Oliete (Teruel). Es autor de una amplia obra como ensayista,
narrador, poeta y crítico literario. Su obra ha sido traducida al
inglés, francés, italiano, portugués, árabe, polaco, rumano, ruso
y macedonio. Es miembro correspondiente de la Academia Nacional de
Letras del Uruguay y de la de Venezuela y miembro del Patronato Real
de la Biblioteca Nacional de España. Ha recibido premios nacionales
e internacionales en Cuba, México, Argentina, España, Francia y
Uruguay y recientemente ha sido nombrado Doctor Honoris Causa por la
Universidad de Poitiers, Francia.
Su
trayectoria abarca tanto el análisis
de la literatura y el pensamiento
latinoamericanos como la creación
propiamente dicha. Para el estudioso Ángel Esteban, «Fernando Aínsa
no es el típico académico, entre otras cosas, porque no es un
académico en sentido estricto. Es decir, nunca ha estado ligado a
través de un contrato permanente, con universidad alguna. Sin
embargo, todo lo que gravita alrededor del mundo académico, ha sido
el pasto de su propia historia intelectual».
Fernando
Aínsa es, pues, reconocido ensayista y experimentado prosista, con
una ingente obra a sus espaldas, que da paso hace unos pocos años
al Fernando Aínsa
poeta, al menos en
publicaciónes, pues sin duda lo fue toda su ya larga existencia y es
ahora, en el reposo de la edad madura cuando nos va ofreciendo su
creatividad poética que hoy se presenta reunida en este volumen,
Resistencia del aire,
publicado por ediciones Renacimiento.
Es
Aínsa, poeta, un nostálgico de la Memoria que proyecta en varios
hermosos poemas, cantor impaciente de experiencias, lugares,
situaciones y reflexiones vitales que desea comunicar a través de su
obra, que no por tardía es menos vivaz, sino que adquiere un
contenido lírico vigente y actual y nos presenta, en un especial yb
elaborado lenguaje poético, retazos de una vida rica y llena de
experiencias de un hombre observador de su entorno y siempre atento a
cuanto le rodea en el plano familiar y en el amplio panorama de su
recorrido vital, del mundo.
Como
señala Virgilio López Lemus en el prólogo de su edición de Clima
húmedo, uno de sus
libros de mi preferencia dentro de su obra, “Aínsa
nos da fe de vida, debida a su fe en el amor a la vida. Esa fe
comprende nostalgia y, a la vez, se presenta como un ahora que se
desea vivir con intensidad” y añade que el autor “ha mostrado su
creatividad por medio de una mirada lírica muy suya del mundo, y nos
la regala generoso”.
No
es , pues, Aínsa poeta de una lectura superficial, sino de una
serena y meditada reflexión que su poesía, no sujeta a formas
métricas tradicionales pero acogida a un elaborado ritmo interior,
transmite con un mensaje de interrogación permanente.
Y
ya solo con eso (hay mucho más) vemos que estamos ante una autoridad
literaria de renombre internacional que sigue día a día su
incansable actividad creadora.
Pero
quién es NUESTRO Fernando Aínsa
Conocí
personalmente a Fernando Aínsa hace algunos años. Siempre lamentaré
no haberlo conocido antes para disfrutar de su amistad cercana y de
su magisterio. Porque Fernando es un hombre que, a pesar de estar de
vuelta de muchas singladuras, aparece renovado cada momento y siempre
preparado para tomar las maletas hacia un nuevo viaje, una nueva
aventura literaria.
Es
hombre cercano, afable y discreto, viste con singularidad y tiene, a
veces, un aire de intelectual despistado que, tras sus gafas, nos
observa de una manera especial. Su mirada es penetrante, siempre
interrogadora pero a la vez llena de cariño. Habla pausadamente
usando las palabras justas en el momento adecuado.
Fernando
pasea hoy por Zaragoza con tranquilidad y reposo, antes lo hizo con
inquietud y curiosidad de escritor y editor por diversos caminos
literarios y geográficos: Sudamérica, París donde, como ya he
señalado, fue Director de Ediciones de la Unesco con Federico Mayor
Zaragoza y donde visita con frecuencia a sus hijos y nieta y su
Oliete turolense, su querido lugar, donde disfruta del cariño de
todos y crea ese mundo poético del que hoy tenemos esta preciosa y
completa edición.
Quiero
citar, para un mejor conocimiento del autor y de su enorme categoría
literaria, algunas líneas de “El escritor y el intelectual entre
dos mundos”. libro que se editó con motivo del homenaje
internacional que se le dedicó en la ciudad francesa de Lille los
días 5 y 6 de junio de 2009.
Allí
se decía entre otras cosas que “Pocas personas como Fernando
Aínsa se han dedicado en los últimos treinta años a estudiar,
reflexionar y elaborar síntesis sobre el pensamiento latinoamericano
y las representaciones literarias que han contribuido a construir su
identidad en movimiento. Fernando Aínsa se comporta como un
humanista renacentista de los tiempos modernos: es el hombre culto
que deambula por los ámbitos más variados de la cultura, un
intelectual reflexivo y pleno de referencias cuyo pensamiento sin
anteojeras fluye tanto en la obra del crítico y como en la del
escritor. Aínsa tiene el privilegio de ser hispano-uruguayo, es
decir de haber vivido siempre entre dos continentes: quizás por eso
ha sabido utilizar tanto los lentes de cerca como los de lejos para
enfocar y ofrecer lecturas nutridas y originales perspectivas de
análisis.” y también que “Su ensayística pone en evidencia,
con originalidad y talento, un pensamiento latinoamericano sellado
por la idea de utopía, con su propia identidad, ligada al mismo
tiempo a Europa y a Estados Unidos, tanto por relaciones de atracción
como por cuestiones de diferendo y de conflicto.
Su
extensa obra -como he dicho anteriormente- se puede consultar en la
Red. Aquí , esta noche, vamos a comentar muy brevemente su creación
poética. Siempre he pensado y vuelvo a insistir en que, aunque su
obra poética se publica tardíamente, Fernando Aínsa es poeta desde
siempre y que sus versos han sido cuidadosamente, celosamente
guardados, hasta ver la luz en unos libros que se compendian en
Resistencia del aire,
obra que presentamos
hoy en la Feria del Libro de Zaragoza.
La
obra que hoy presentamos en Zaragoza.
Resistencia
del aire comprende
cinco obras:
Aprendizajes
tardíos (2007),
Bodas
de oro (2011) ,
Clima
húmedo (2011),
Poder
del buitre sobre sus lentas alas (2012)
Capitulaciones
del silencio (2015).
Un
conjunto de buena poesía que nos lleva a un recorrido completo por
la reciente, pero importante y ya amplia obra poética de Fernando
Ainsa.
Si
nos asombró la pulcritud y sensibilidad de su irrupción en el mundo
poético con 'Aprendizajes tardíos', hay que decir también que la
obra de Fernando, poeta, ha ido abriéndose con una amplitud y fuerza
determinantes de un estilo propio, cultivado, y de un lenguaje bien
elaborado y rico del gran escritor que es, experto y acostumbrado a
hacer literatura
cuando escribe y que por ello -y añadiendo al lenguaje poético
especiales características de sensibilidad y habilidad- lleva
indefectiblemente al lector al pleno disfrute de su poesía.
Porque
poesía excelente (de excelencia, quiero decir) es cada uno de sus
poemarios.
En
Aprendizajes
tardíos,
Que comienza con el bello poema introductorio “Me presento” le
ocupa, en sus palabras: descubrir
el ritmo secreto de lo que me rodea; reflexiona
sobre el triste destino de las frutas a punto de morir; nos habla de
las nueces ese seso
vegetal; desea
desaparecer en invierno, como las lagartijas y añora a su padre que
vuelve a su tierra recogiendo
las redes de su vida
y deseando el descanso final, a su lado, allá en lo alto del cabezo
en ese pueblo raíz, aunque con “ella”,
con esa enemiga de
delgada silueta con
la que dialoga, mantiene una lucha sin cuartel y la invita (émulo
del caballero del Séptimo sello) a largas
partidas de ajedrez
donde, hábil, posterga
el jaque mate con que gana siempre.
Fernando
necesitaba comenzar su obra poética testimoniando su resistencia -y
al mismo tiempo dando fe de su ya merecido descanso- en esos poemas
con cierto aire de égloga que forman esta primera entrega de la
serie.
Bodas
de oro, es un libro
que a mí me también me emociona especialmente. Es fundamentalmente
un canto a su amada Mónica, la mujer que le apoya y en la que se
apoya, la compañera de
mis peores momentos y de los días más felices de mi vida, como
nos dice en las líneas preliminares de su antología “Pausa
poética”. Y es que Mónica es una gran persona, una gran mujer:
elegante, inteligente, discreta, llena de una especial sensibilidad y
gran lectora, es el fundamental soporte de Fernando a quien ciuda y
aconseja, complementa y construye. Bodas de oro es un conjunto de
poemas de amor, impregnados de nostalgia, de ternura (¡y qué es el
amor si no se enmarca en ternura!) donde aparecen escenas cotidianas
Cuando la oigo hablar
con los perros me conforto / sé que sigue ahí o
reflexiona sobre el Tiempo
restante. O cuando
se despierta en la noche y escudriña
cómo oscila su pecho en la sombra,
deseando, si es que termina el tiempo (¡y cómo sentimos eso cuantos
amamos!), no sobrevivirla, por no sufrir su ausencia...El temor a la
pérdida es una constante y en ese momento el poeta parece querer
redimirse de sus posibles fallos: Échame
en cara lo que fue y pudo ser
en un emotivo acto de sincera recapacitación y entrega final a la
amada.
Clima
húmedo es un libro
que tuve el placer de presentar y reseñar en prensa y transcribo
parte de lo que ya dije entonces al respecto:
“Aínsa
adhiere un contenido lírico vigente y actual a cada retazo de vida
encarnado en esa humedad, no efímera, sino consustancial y femenina
que impregna todo el poemario.
La
humedad, metáfora de la vida, de la creación, del amor sensual, es
el componente de su particular clima, donde nos sumerge con
expresividad y belleza. Nos abre sus dudas, inquietudes, temores y
expectativas ante esa puerta desconocida a la que nos aproximamos
inexorablemente y que, sin duda, solamente abre la llave del amor”.
Como
señala Virgilio López Lemus en el prólogo, en Clima
húmedo “Aínsa nos
da fe de vida, debida a su fe en el amor a la vida. Esa fe comprende
nostalgia y, a la vez, se presenta como un ahora que se desea vivir
con intensidad” y añade que el autor “ha mostrado su creatividad
por medio de una mirada lírica muy suya del mundo, y nos la regala
generoso”. También en el Post facio, Antonella Carcellier señala
que “el recorrrido a través de la humedad es también un viaje al
corazón de la lengua que nace de una atención de Aínsa por los
detalles incluso menudos de la vida cotidiana y por la vitalidad que
sabe captar en las palabras, pero también por la sensación de
alteridad de quien ha vivido en muchas partes”.
Divide
Ainsa su libro en tres partes: “Vivir la humedad desde adentro”,
“Variantes de nuestra humedad” y “La triste alegoría de tu
entorno”, y tras iniciar el camino (Regresé
del Sur hace unos años / Olvidé la humedad en un armario / Lo cerré
a cal y canto, / ligeramente desmemoriado),
nos lleva en sus poemas por los humedales de la memoria y de los
sentimientos hasta un final-regreso (que el poeta espera definitivo)
y a un presente tal vez desencantado del camino pues concluye que
Duro / inútil ha sido
el combate, / te dijiste antes de iniciar el retorno / que esperas
definitivo / al clima seco de tu presente.
Poder
del buitre sobre sus lentas alas.
Tuve
también el honor de presentar en su día este poemario del que dije
y digo: “Libro de fondo y forma, impecables y pulcros, de escritor
y poeta en plenitud. Su riqueza de símbolos e imágenes, el ritmo de
sus versos y de sus silencios, la economía sabia de palabras vanas
para llegar directa, limpia y bellamente al fondo del poema hacen de
'El Buitre' un libro pasional y apasionante, repleto de bellas
imágenes y, como digo, de silencios tan evocadores como ellas, que
llenan unos poemas donde el lector queda atrapado y pensativo. Un
libro nuevo, valiente y original, que recomiendo leer varias veces y
meditar sobre él muchas más. Y cito sus versos: bate
alas desde la cima
no
repta en la
tierra para vivir sin riesgo y
eso le hace grande, porque gana batallas en
esta tierra /donde todavía es posible / apurar el amargo cáliz
hasta las heces.
Un
libro para reflexionar pues a mi juicio -como acabo de señalar-
tiene más de una lectura y en mi opinión constituye una hermosa
metáfora del destino humano. Un poemario innovador y comprometido
que también nos acerca a la Naturaleza de la mano sabia del autor y,
en acertada reflexión poética, nos avisa del desastre -ya evidente-
de nuestra voracidad destructora.
Cinco
poemas de Poder del
buitre son , para mí,
especialmente emotivos: Peinan
el silencio del aire,
No pretendas volar en
presencia del Zar, que
se refiere al ajusticiamiento de un hombre llamado Nikita, en el
Moscú de 1505, por querer volar cuando se consideraba un acto
prohibido. El poeta nos dice al respecto que aún cuando se nos
aconseje repta en
tierra y vivirás sin riesgo,
recordemos que Nikita fue decapitado, sí, pero que salió
su alma y voló ante todos / hasta perderse en lo alto...
“La
muerte es vida”, “Paz en las alturas” y “Esperado festín en
las alturas”, son otros notable poemas de este libro.
Capitulaciones
del silencio y otras memorias, pone
punto final a esta obra recopilatoria. El poema Mamá
sentada en el sofá con un vaso de whisky en la mano, es
un canto lleno de cariño y nostalgia a la madre a quien recuerda
hermosa y enérgica
antes de esa guerra
que nos dividió sin otro consuelo que la memoria,
o la visión de la anciana cuyo mundo se
reduce a medida que el frío le sube por las piernas...El
poeta sabe que algún
día me pasará lo mismo.
Y ese conocimiento, cuando se va acabando el camino, es una constante
en la obra poética de Fernando Aínsa, como lo es, aun inconfesado,
en todos los seres humanos que nos sabemos con un tiempo limitado.
Y
concluyo pues el poeta y no el presentador es protagonista de este
acto, diciendo que esta acertada antología es un libro
imprescindible, suma de libros que han sido escritos tras muchos años
de trabajo, de ir y venir por ese mundo, de trasiego de casas y
gentes, de viajes y responsablidades, de obra de ensayo fecundísima
y reconocida universalmente...Pero Fernando es y ha sido poeta y
guardaba en un rincón de la memoria todas esas percepciones de su
entorno y de sí mismo que ahora nos va desgranando con maestría en
esos libros que, a no dudar, van a tener pronta y generosa
continuidad, porque Fernando Aínsa tiene mucho que decirnos y
enseñarnos y nosotros, que tanto le queremos, estamos deseando ese
magisterio que da una vida llena de literatura, de vivencias y de
sensibilidad.
Este
libro es bello en el fondo y en la forma, impecable y pulcra, de
escritor y poeta en plenitud. Su poesía está trufada de bellas
imágenes y de silencios tan valiosos como ellas, que llenan unos
poemas donde el lector queda atrapado inequívocamente. La poesía de
Fernando Aínsa es valiente y original, evocadora y sutil, suavemente
nostálgica y a veces provocadora, pero siempre con la discreción y
elegancia de su autor.
Y
siempre -también- emotiva y bella.
Ahora
damos paso a la palabra del autor y posteriormente a la de todos
ustedes que quieran hacer alguna pregunta.
MUCHAS
GRACIAS
viernes, 1 de junio de 2018
Reseñas: Des-Concierto y Pasajero de otoño
La Revista ANDALÁN, de cultura aragonesa, que dirige Eloy Fernández Clemente, publica, entre otras, reseñas de mis últimos poemarios "Des-Concierto" y el reciente "Pasajero de otoño (H&F) de próxima presentación en Zaragoza, Madrid y varias ciudades españolas.
http://www.andalan.es/?p=14451
" Miguel Ángel Yusta ha visto, rara avis, reedición de su “Ayer fue sombra” y ediciones de “Cuaderno de damas” (La fragua del trovador), con dibujos de Alberto Calvo, poesía popular, ligera (50 textos que son codas flamencas, soleás, seguidillas, coplas, haikus…). Y “Des-concierto”, su último poemario, un canto de desamor o es la revelación de las heridas del poeta. Y un blog muy estimulante. Ojo con él, que se está convirtiendo en eso tan hermoso y peligroso que es ser un poeta de culto…"
DES-CONCIERTO
Reseña de Laura Gómez Recas en:
http://lagosavari.blogspot.com/2018/01/el-buen-orden-resena-de-des-concierto.html
http://www.andalan.es/?p=14451
" Miguel Ángel Yusta ha visto, rara avis, reedición de su “Ayer fue sombra” y ediciones de “Cuaderno de damas” (La fragua del trovador), con dibujos de Alberto Calvo, poesía popular, ligera (50 textos que son codas flamencas, soleás, seguidillas, coplas, haikus…). Y “Des-concierto”, su último poemario, un canto de desamor o es la revelación de las heridas del poeta. Y un blog muy estimulante. Ojo con él, que se está convirtiendo en eso tan hermoso y peligroso que es ser un poeta de culto…"
DES-CONCIERTO
Reseña de Laura Gómez Recas en:
http://lagosavari.blogspot.com/2018/01/el-buen-orden-resena-de-des-concierto.html
lunes, 28 de mayo de 2018
Pequeña antología
Por si queréis escucharlos, he aquí una pequeña antología de mis últimos poemarios.
viernes, 25 de mayo de 2018
sábado, 19 de mayo de 2018
Pasajero de otoño, por Valentín Martín
Valentín Martín* escribe sobre "Pasajero de otoño"
Muchas gracias...
MAYUSTA EN MAYO.
Tiene la voz de Miguel Fleta, las ganas de un jeque, y el corazón en los amigos y los nietos. Coplero. Y poeta pitón que se estira más allá de los alejandrinos si quiere. Con motivos. O se despierta con la seductora propuesta de cortar el mes de los membrillos en la furia de un ritmo que te obliga a tocar físicamente aquel tiempo suyo que se parece tanto al tuyo.
Tiene la voz de Miguel Fleta, las ganas de un jeque, y el corazón en los amigos y los nietos. Coplero. Y poeta pitón que se estira más allá de los alejandrinos si quiere. Con motivos. O se despierta con la seductora propuesta de cortar el mes de los membrillos en la furia de un ritmo que te obliga a tocar físicamente aquel tiempo suyo que se parece tanto al tuyo.
Charo Fierro le ha puesto un tren para que vuelva a los lugares donde un día fue feliz o lo creyó. Y él, "Pasajero de Otoño", ha obedecido como los violonchelos de Paul y ha vuelto en un volver, no para quedarse, sino para entrar en las torres y los puentes que forman parte de sí mismo.
Mochilero también. Porque sabe que la posible felicidad reside en la libertad de viajar por su cuenta y volver - hacia adelante o hacia atrás- a adentrarse en todos los vacíos que fue dejando. Y volver a llenarnos, y volver a vivirlos.
En "Pasajero de Otoño" emerge de nuevo aquel Miguel Ángel Yusta, el que tiene buen saque, el de la voz loca de estíos y ninguna canícula, el que te hace sentir y luego pensar.
Se hace largo el viaje, dice él. Y a la vez se responde que alguna vez alguien tendrá todo el tiempo del mundo. Y es que pocas veces un libro fue tan certero a la hora de las dudas, se lo digo ahora desde la radiación de los hermanos soles de la noche, porque yo también quise ser revólver y no pude.
Miguel Ángel Yusta ha escrito un libro tan rico que parece fácil.
Porque es una entrega de alta costura que le sienta bien a todos los que un día aprendimos a vivir con las cosas sencillas como mecer un niño, usar una llave para salir, arrepentirse de la prudencia por haber hecho una casa a la que siempre le falta una ventana o te queda muy grande porque todos se van, tener más amigos que parientes, y cosas así.
"Pasajero de Otoño" es un libro sin insomnios al que muchas vírgenes esperan para ver qué se siente en los crepúsculos sin tener que vender sus gotitas de abril. Quiero decir que tiene la sagacidad de abrirse y abrirte sin la necesidad de anestesias, porque a medida que vas leyendo te cubre la dulzura de los despertares y ninguna nostalgia. Caminas por los versos sin rubor como los hombres que hablan de construir un sabor para la boca de los niños.
Y es un libro donde la belleza estalla con la altura de un pozo, y la pujanza de una interrogación que colgaba chupamiel desde el tejado familiar. No hay dilemas para los fusiles, porque todo está en su sitio y en calma.
Por eso desde ahí va Miguel Ángel Yusta vestido de futuro.
______________
*Valentín Martín es periodista y escritor.
domingo, 13 de mayo de 2018
Ópera en Zaragoza.
Ópera en Zaragoza
Pequeña historia de grandes intérpretes.
1-Los que fueron.
Aunque en la actualidad, las representaciones operísticas en Zaragoza pasan por una época de escasez alarmante, no siempre ha sido así. La ciudad tiene una larga trayectoria de vida operística que se remonta a los inicios del esplendor de este género y Aragón ha dado nombres de fama universal que han pisado los mejores escenarios de ópera del mundo.
Citaremos de pasada a varios intérpretes que, nacidos en esta tierra, fueron en su época figuras muy destacadas, e invitamos al lector curioso a ampliar esta información en numerosas fuentes bibliográficas y en la Red, donde también se pueden encontrar grabaciones de algunos de ellos que citamos brevemente:
Antonio Aramburo (Erla 1840-Montevideo 1912) tenor, que según Enrique O`Neil, foniatra catalán poseía: “La voz más perfecta del XIX en extensión, calidad, timbre y color” Se comparó con ventaja a Gayarre según testimonios de la época. Tuvo una vida agitada y llena de curiosas anécdotas.
Andrés Marín. (Teruel 1843). De familia humilde. Gran amigo de Julián Gayarre. Al retirarse fue alcalde de Teruel. Hoy, un teatro lleva su nombre en la ciudad bajoaragonesa.
Eduardo García Bergés (Zaragoza 1852). Tenor de la época dorada de la zarzuela, la de Chapí y Barbieri, hoy olvidado como tantos otros y que, al parecer, murió en la indigencia.
Julián Biel, (Zaragoza 1869) tenor dramático muy destacado, llamado en 1899 “el tenor del porvenir” que actuó en el Real también con asiduidad en los primeros años del siglo XX. Murió en Barcelona en 1948. Fueron memorables sus interpretaciones de El trovador.
Marino Aineto, (Murillo de Gállego, 1873- Milán 1931). Barítono, que formó compañía con Julián Biel y Fidela Gardeta a principios del siglo XX y cantó en el Real, Liceo, y principales teatros de Europa y América incluídos los grandes papeles wagnerianos (Lohengrín, Parsifal).
Amable Leal (Alcañiz 1875) de quien poco se sabe pero que ha sido recuperado en un reciente libro del profesor Juan Villalba Sebastian, junto a Pascual Albero (Alcaine 1906- Zaragoza 1999), de interesante trayectoria , y que llegó a salir a hombros y paseado por La Rambla tras una exitosa Marina en el Teatro Victoria en 1932 .
Fidela Gardeta. Mezzosoprano de Huesca (1876-1922). Cantó varias temporadas en el Real y en 1901 en el Principal de Zaragoza con Aineto y Biel.
Victoriano Redondo del Castillo. (Alfambra 1891-Madrid 1933). Bajo. Amigo de Marcos Redondo. Cantó fundamentalmente zarzuelas de Amadeo Vives de quien fue amigo. Alternó con Hipólito Lázaro, Fleta y Elvira de Hidalgo en varios representaciones de Rigoletto.
Juan Francisco García Muñoz, de nombre artístico Juan García (Sarrión 1896- Buenos Aires 1969), tenor contemporáneo de Fleta y de vida con cierto paralelismo, fue un intérprete, actor, compositor que siempre tuvo a gala su origen aragonés.
Vicente Simón (Zaragoza 1899-Madrid 1963), que fue un destacado intérprete de zarzuela en los años treinta, especialmente de la obra más significativa del maestro Serrano, La Dolorosa.
Carmen Gracia Tesán. Soprano coloratura de La Puebla de Hijar. Fallecida en Ginebra 2003. Actuó en el Liceo, donde triunfó, así como en La Scala y el Metropolitan. Interpretó una memortable Lucía de Lammermoor en el Principal de Zaragoza, actuando en los años 1940 y 41 .
La gran Elvira Juana Rodríguez Roglán conocida artísticamente como Elvira de Hidalgo (Valderobres 1891- Milán 1980) soprano de coloratura y maestra de cantantes, entre ellos la gran María Callas con quien mantuvo siempre una gran amistad.
Miguel Fleta y Pilar Lorengar, los más grandes, de quienes poco podemos añadir a la abundante bibliografía y grabaciones que todos podemos consultar, así como de Bernabé Martí, el buen tenor de Villaroya de la Sierra que con Montserrat Caballé, su esposa, tantas buenas veladas nos dieron en las temporadas de ópera del Teatro Principal de los años setenta del siglo pasado, que comentaremos más adelante. Destacamos también al tenor Santiago Sánchez Jericó (Zaragoza 1946) de larga y fecunda carrera de treinta y cinco años por los mejores escenarios operísticos españoles e internacionales y que, ya retirado, se dedica a la preparación de nuevos valores.
Y terminamos este pequeño recuerdo, en el que sin duda faltan otros personajes, que aportaron su trabajo al arte lírico, con una mención a Pilar Andrés (Zaragoza 1921-2006) soprano y profesora de generaciones y, cómo no, al incombustible Placido Domingo, que tiene sangre aragonesa y que sigue todavía en activo y es un auténtico milagro de pervivencia en los escenarios.
2-Y los que son.
Hoy hay numerosos cantantes que siguen paseando el nombre de Aragón por los mejores escenarios operísticos del mundo. No es misión de este trabajo dar fe y datos de todos ellos, pero sí quiero resaltar a algunos que están siguiendo la estela de los grandes y también a los jóvenes que van haciéndose hueco poco a poco -ya que la carrera de cantante de ópera es larga y costosa- en este difícil pero maravilloso mundo de la ópera.
Mención especial merecen el bajo Carlos Chausson, un veterano todavía en activo con una larga carrera de éxitos a sus espaldas; Pilar Torreblanca Pelegrin, soprano, discípula de Pilar Andrés que, a su vez lo fue de la maestra de Fleta, Luisa Pierrick y también Beatriz Gimeno , mezzosoprano, profesora y trabajadora entusiasta; Eduardo Aladren , tenor, protagonizando ya importantes papeles protagonistas en los mejores teatros de ópera y que reside entre EE UU y España; Francisco Vas , tenor, una voz del Liceo con importantes intervenciones en diversas obras y escenarios;
Ruth Iniesta, soprano con una carrera ascendente, Eugenia Enguita , soprano; Isaac Galán barítono, siempre alabado por la crítica; Eugenia Boix, soprano, de Monzón con una brillante trayectoria; Pilar Belaval. Mezzosoprano , hija de Emilio Belaval, zaragozano de Puerto Rico y fundador del Teatro Lírico de Zaragoza; Jorge Franco Bajo tenor lírico ligero de Huesca, Sara Almazán Mezzosoprano,; Marta Almajano; Rodolfo Albero Colino-Esbec, nieto de Pascual, tenor entusiasta y trabajador, que ha recogido el testigo de la saga familiar y que lleva a cabo con su “Camerata Lírica” una importante labor por todo el país; Rebeca Cardiel Moreno joven soprano, y tantos otros muy numerosos que trabajan día a día por encotrar un lugar en el difícil mundo de la ópera.
…...........
3- Curiosidades: La ópera en las Fiestas del Pilar
“Zaragoza de gala vestida está”. Con estas palabras comienza uno de los famosos coros de Gigantes y Cabezudos, que tal vez retrata, con el mejor aire costumbrista, una ciudad y sus gentes en una época determinada, difícil pero idealizada por los autores. Y es que Zaragoza, para su doce de octubre, día del Pilar y eje esencial de sus fiestas mayores, siempre saca sus mejores galas y ofrece eventos para todos los públicos que a ella acuden.
Cierto es que, en el aspecto teatral, han predominado en épocas pretéritas tanto las funciones de Revista (ese impagable género, versión de la comedia musical a la española), como comedias y, sobre todo, festivales de jota que en las primeras décadas del pasado siglo atraían a numeroso y fiel público.
Aunque en otras épocas del año había representaciones de ópera y zarzuela, no era un espectáculo demasiado frecuente precisamente el día del Pilar. En primavera sí había funciones e incluso pequeñas temporadas, circunstancia que se prolongó en los años setenta con una espléndida temporada de ópera en primavera, con figuras como Montserrat Caballé, Plácido Domingo, Alfredo Kraus, Jaume Aragall, Jose Carreras, Juan Pons (que debutó aquí), Bernabé Martí, Bianca Berini, la recientemente fallecida Elena Obraztsova, Marylou Fleta y tantos otros y de la que damos detalles más adelante. Pero aquella temporada feneció y no ha habido ya más representaciones de primera línea, encargándose actualmente funciones aisladas de ópera a compañías itinerantes que ponen en escena obras de repertorio con cierta dignidad en nuestro Teatro Principal.
Haciendo un ejercicio de saludable nostalgia, vamos a reseñar en este pequeño trabajo, para el lector curioso, tres meritorias funciones de ópera y zarzuela representadas en distintos años en el día del Pilar recordando de pasada alguna más, tanto en el Teatro Principal como en el desaparecido Teatro Iris, antecesor del desgraciado Teatro Fleta, en el que tantas ilusiones se pusieron en su día y donde también vimos ópera en los años primeros de su hoy truncada andadura.
El doce de octubre de mil novecientos cuarenta se representó en el Teatro Principal Lucia de Lammermoor, con Carmen Gracia Tesán, a la que ya nos hemos referido con anterioridad.
El día del Pilar de mil novecientos cuarenta y seis, Gigantes y Cabezudos, la obra de Echegaray y Caballero, estrenada en el Teatro de la Zarzuela en noviembre de mil ochocientos noventa y ocho
Y otro día del Pilar, en 1947, se representó La Dolores, la ópera de Tomás Bretón también estrenada, en mil novecientos noventa y cinco, en el madrileño Teatro de la Zarzuela.
En otras épocas del año son destacables las intervenciones de nuestro paisano Miguel Fleta en la década de los treinta, ya de vuelta de sus triunfos en escenarios de todo el mundo. Citaré al respecto un recital en el que también participó la pianista Pilar Bayona el 15 de junio de mil novecientos treinta y dos en el Teatro Principal, y las representaciones de Marina el cuatro de abril y de Carmen, el día ocho, ambos de mil novecientos treinta y cinco en el Teatro Iris, entonces en pleno apogeo dentro del complejo recreativo Iris Park, situado en la zona donde hoy se ubica el esqueleto del Gran Teatro Fleta. Tras la muerte del tenor, Zaragoza le rindió un gran homenaje en mayo de mil novecientos cuarenta y uno.
Permítasenos la nostalgia de aquellas noches de gala en nuestro Teatro Principal, donde disfrutaron nuestros antepasados y el recuerdo de las fiestas zaragozanas con esas representaciones de ópera en la fecha del doce de octubre, día clave de nuestras Fiestas del Pilar.
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4- Las Temporadas de los años setenta.
Y ya entramos en el recuerdo de las últimas temporadas de representaciones operísticas en Zaragoza que tuvieron lugar en la década de los setenta del pasado siglo. Pero antes, el 6 de mayo de 1967 es de destacar una representación de Madame Butterfly, que protagonizó la inolvidable Pilar Lorengar en el teatro Principal de Zaragoza.
Por este querido teatro Principal, como ya hemos comentado, pasaron numerosas figuras de la época: Caballé, Domingo, Kraus, Carreras, Aragall, Pons, Berini, Obraztsova...Recordamos los 20 minutos de ovación al gran Kraus tras su inolvidable Werther en junio de 1975 con Elena Obratzsova y tantos otros bellos momentos y obras cuyos programas adjuntamos para que puedan ver la categoría de aquellas representaciones a las que, siendo muy jóvenes, tuvimos el placer de asistir.
Desde 1973 a 1977 se representaron un total de treinta y cuatro óperas de las que solamente citaremos los principales intérpretes ya que en los programas, cuyas portadas y repartos se adjuntan, se pueden ver la totalidad de los repartos y fechas:
En 1973:
Manon, de Massenet (María Fleta y Alfredo Kraus )
Aída, de Verdi (Seta del Grande, Bianca Berini, Flaviano Labó)
Don Pascuale, Donizetti (Alfredo Kraus, Giano Socci)
Cavalleria rusticana, Mascagni (Bianca Berini, Evelio Esteve)
I pagliacci, Leoncavallo (Flaviano Labó, María Orán)
El Trovador, Verdi ( Montserrat Caballé, Bernabé Martí, Bianca Berini)
En 1974:
Manon Lescaut, Puccini (Montserrat Caballé, Bernabé Martí, Vicente Sardinero)
Rigoletto, Verdi (Marco Stecchi, Charles Burles, María Arregui, Adriana Alinovi, Juan Pons)
El Barbero de Sevilla, Rossini ( Marco Stecchi, María Fleta)
La Bohème, Pûccini ( Esther Casas, Jaime Aragall)
Tosca, Puccini ( Adelina Romano, Plácido Domingo)
Carmen, Bizet (Gillian Knigth, Plácido Domingo)
Fausto, Gounod ( Jaime Aragall, María Fleta)
En 1975:
Norma, Bellini (Montserrat Caballé, Bernabé Martí, Bianca Berini)
Madame Butterfly, Puccini ( Montserrat Caballé, Bernabé Martí, Bianca Berini, Vicente Sardinero)
Andrea Chenier, Giordano (Plácido Domingo, Gehna Dimitrova )
La Traviata, Verdi ( María Fleta, Jaime Aragall, Vicente Sardinero)
Romeo y Julieta, Gounod ( Alain Banzo, María Fleta)
Werher, Massenet ( Alfredo Kraus, Elena Obraztsova)
1976:
La Bohéme ( Plácido Domingo, Andrea Francois)
La fanciulla del west, Puccini (Marcella Reale, Bernabé Martí)
Turandot, Puccini ( Galina Savova, Bernabé Martí)
Aída, Verdi (Montserrat Caballé, Flaviano Labó)
Adriana Lecouvreur ( Jaime Aragall, Montserrat Caballé)
L'elisir d'amore, Donizetti (María Fleta, Umberto Gtilli, Marco Stecchi)
La favorita, Donizerri (Michele Vilma, Alfredo Ktaus)
La Gioconda, Ponchielli ( Angeles Gulín, Flaviano Labó, Bianca Berini)
Tosca, Puccini (Galina Savova, Gianni Raimondi)
Lucia di Lammermoor, Donizetti ( Maddalena Bonifacio, Alfredo Kraus)
1977:
Carmen, Bizet (Pedro Lavirgen, María Cándida)
Don Carlo, Verdi ( Luis Lima, Montserrat Caballé)
Luisa Miller, Verdi ( Ángeles Gulín, José Carreras)
Il Tabarro, Puccini ( Bernabé Martí, Michele Le Bris)
Payasos, Leoncavallo (Bernabé Martí, Peter Glosop, Sonja Sorensen)
5- Conclusiones finales.
Estos apuntes, breves pinceladas de una época que pasó, deberían hacernos reflexionar sobre el porvenir de la Ópera "premium" en nuestra ciudad, donde actualmente tenemos escasas muestras de calidad, habiendo sin embargo un nutrido grupo de músicos y de cantantes líricos nacidos en Zaragoza y que triunfan en escenarios de todo el mundo. Tal vez nuestro carácter individualista y el poco interés que se ha tenido desde instancias públicas y privadas por mantener esta afición, sean la causa de la sequía lírica que impera por esta tierra, cuna de grandes cantantes, como los citados Miguel Fleta y Pilar Lorengar. Claro está que los nuevos medios de difusión (Ópera en cine, Youtube) y la facilidad de viajar, impelen a muchos aficionados a contemplar este bello espectáculo con figuras de primera línea y lugares emblemáticos.
En los últimos años, solo ha habido algunas representaciones aisladas y Compañías itinerantes, cuya labor es sin embargo encomiable, han visitado la escena zaragozana . En esta fecha ya no tenemos ópera ni en ese formato y el Teatro Principal, en su última planta, está pendiente de una importante reforma.
Tras dieciséis ediciones, se ha suspendido también el Concurso Internacional de Canto Montserrat Caballé, que convocaba en Zaragoza cantantes de numerosos países, algunos de los cuales son hoy primeras figuras (Pretty Yende, Nadine Sierra, Levy Strauss Sekgapane ...) y que paseaba el nombre de la ciudad por el universo operístico y atraía a importantes profesionales de la crítica y el periodismo especializado. Nos preguntamos si se podrá recuperar algún dia el certamen, de una u otra forma.
El futuro nos parece incierto pero siempre hay lugar a la esperanza de mejora y de que, al fin, no solo las instituciones públicas, sino las grandes empresas privadas que se alojan en Aragón patrocinen y se impliquen en esta actividad cultural de primer orden que tantos días de gloria dio a la afición aragonesa..
Miguel Ángel YUSTA.
El eco de los libres, nº 2. Ateneo Jaqués
Heraldo de Aragón.
Imagen:Teatro Principal de Zaragoza
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