Recordando un hermoso texto del ensayista y poeta Fernando Aínsa, que aparece en su blog.
http://enlamarcha.fernandoainsa.com/2016/11/03/miguel-angel-yusta-sigue-enamorado/
Por Fernando Aínsa.
Miguel Ángel Yusta sigue enamorado. Hace de su última obra –DE
SILENCIO Y LUZ (Lastura, 2015)– un nuevo y arriesgado inventario de
felices imágenes sobre el tema, el que abordara con pasión en AMAR Y
CALLAR (Sabara, 2013) y en la generosa panoplia metafórica de SENDEROS
DE AMOR Y OLVIDO (Unalune ediciones, 2008). Y lo hace, aunque guarde
siempre la perspectiva de escribir distanciado en el tiempo del instante
jubiloso de la explosión amorosa, cuando “ya no quema el fuego que en
las ingles/ aquel remoto mar dejó al marcharse”, como cita en el
epígrafe inicial de Vicente Aleixandre.
No hay que llamarse a
engaño. Enamorado, sí, pero capaz de ver proyectado desde un presente de
reflexión y melancólica evocación esas “pasiones violentas/ que duermen
con los años/ en los anaqueles del recuerdo”. Una distancia en el
tiempo que le permite desde el inicio del poemario comprender que
“después vendrá lo oscuro,/ se borrará tu huella/ y yo me quedaré
deshabitado./ Solo.” Una soledad que vaga errabunda “bajo la lluvia”,
después que la amada ha dejado sobre su piel su “sabor fugitivo”.
El
amor en Yusta es luz —esa luz presente desde el título— y guía del
poeta. “Estoy aquí —nos dice— para seguir tu huella inapelable/ y que
sea mi guía hasta esa luz”, esa luz que está presente en “lo invisible”.
Una luz diurna que se contrapone a la “noche implacable” presente en la
mayoría de los poemas en que el amor y la pasión reinan de consuno. Una
noche que no se quiere abandonar “porque tal vez mañana/ –ojalá no
amanezca– podría ser pasado y despedida”. La amada, evocada en el
tiempo, ha sido “apacible refugio de mis días”, triste comprobación de
que “es tu ausencia presencia, es tu silencio luz”, una búsqueda que ya
estaba presente en Amar y callar cuando anunciaba “ya no me reconozco en
el pasado,/ me dirijo a la luz”.
Simbiosis de luz y silencio que
Joaquín Sánchez Vallés en el prólogo resalta como paradoja del título y
síntesis de una “expresión elegante” de “lenguaje refinado” que haga
“imposible leer estos poemas y no emocionarse, no sentir el latido que
ese amor expresa, de aceptarlo como auténtico”.
A Yusta le gustan
estas contradicciones. Si aquí se conjugan el silencio y la luz, en Amar
y callar lo era la pasión y el sexo confrontado a “la tarde de la vida”
desde la que se jugaba “el resto”.
En este nuevo libro sobre el
amor que el poeta ha tardado en publicar un par de años (el prólogo de
Sánchez Vallés está fechado en abril del 2013), hay felices imágenes y
metáforas dignas de ser citadas, donde el amor evocado es capaz de
“disolver el sabor del miedo” y “lo oscuro se viste de nosotros”. El
“huracán salobre del deseo” dibuja “alfabetos de caricias” y la “sangre
lava fugitiva/ que atropelle los cuerpos y los queme”.
Ante tanto
desborde apasionado, remover “en vano/ la tierra que tengo sobre los
recuerdos” es un triste modo de comprobar que “sólo el silencio es la
respuesta”. Miguel Ángel Yusta vuelve —como en sus libros anteriores— a
exaltar el amor y la pasión del pasado desde un presente de languidez,
donde “la luz del día declina para siempre”, para regatear “con las
últimas raíces del dolor/ para que no puedan matarme de nuevo”. Una
proeza que el lector apresurado que he sido de DE SILENCIO Y LUZ
agradece.