POSTLUDIO
Miguel
Ángel Yusta
Antes
de nada, quiero pedir perdón porque tal vez esta presentación me
salga algo deslavazada. Pero no he tenido demasiado tiempo para
poderla preparar. Al presentador digamos “oficial” le ha surgido
un compromiso ineludible –ineludible de verdad, no es culpa suya–
y Miguel Ángel me pedido que yo lo sustituya. Como a un buen amigo
nunca se le puede decir que no, aquí estoy para hacer lo que pueda.
Confieso que he leído este libro como no debe leerse nunca ninguno,
y menos si es de poesía: a matacaballo. Mi intención era venir a
este acto como público, comprar el poemario y luego leerlo y
degustarlo tranquilamente, despacio, dejando tiempo para asimilar los
poemas. Y eso es lo que recomiendo que hagan ustedes. Yo, en fin,
espero no desbarrar demasiado.
Afortunadamente,
este Postludio
tiene una ventaja, o por mejor decir, dos: En primer lugar es una
poesía muy buena, y así, aun leído aprisa, se puede disfrutar de
él. En segundo lugar, la poesía de Miguel Ángel Yusta tiene la
virtud de ser muy clara, transparente, con imágenes muy precisas,
metáforas de la naturaleza que emocionan directamente, lo cual lleva
a que, a través de la emoción, se conecte fácilmente con el poeta.
Y ya que hablo de virtudes, destacaré otra en la que Miguel Ángel
es un maestro: el perfecto dominio de la métrica, en este caso del
endecasílabo y sus versos asociados, lo que nos permite una
comprensión musical de los poemas.
Pero
centrémonos: el libro se titula Postludio.
¿Y
qué es un postludio? El mismo autor se encarga de definirlo al final
de la obra, aclarando lo que significa: “Pieza que se toca al
terminar los oficios divinos, mientras los fieles salen del templo”.
Entiendo que Miguel Ángel ha eliminado la connotación religiosa
para darle un sentido humano. Postludio sería la celebración que se
realiza después de haber asistido a un evento. Y en este Postludio,
dividido en cuatro partes, los eventos serían varios.
La
parte primera está a su vez dividida en dos. La primera de ellas (La
fiera acosa)
nos presenta poemas que surgen de la pandemia de Covid que sufrimos
en 2020 (o desde 2020, que aún no se ha acabado del todo). El primer
poema nos pone en situación:
“Creímos
ser los dueños del abismo
y
la distancia fue infinito anhelo.
…
Llegamos
orgullosos como dioses erguidos
sin
percibir el fango en que brotamos…”
Y
al final acabamos como
“paradoja
del hombre, convertido
en
añicos su orgullo, desarmado,
ceniza
entre los vientos de la nada.”
Poema
que viene a ponernos muy en nuestro sitio: contra el mito del ser
humano dominador de la naturaleza, la pandemia ha venido a
demostrarnos que somos frágiles, fragilísimos, “ceniza entre los
vientos de la nada”, como dice el poeta en ese magnífico
epifonema.
La
mayoría son poemas simbólicos, metafóricos, basados en imágenes
que sugieren la angustia provocada por la situación: “los pájaros
vigilan en la noche / insomnes sobre horas desmayadas”, “la
ciudad se termina en los cristales / de una ventana donde el miedo
habita”, alusión, imagino, a los días del confinamiento. El
último poema de esta primera subparte, El
pico de la curva (es
la curva de muertos) resulta un poema mucho más largo, mucho más
directo y enormemente conmovedor:
“Mueren
en Nueva York a cientos cada día
los
latinos pobres de Queens. Y los negros.
Son
la fuerza de choque de la pandemia.”
Poema
muy interesante de denuncia social que me recuerda ciertos versos de
Poeta
en Nueva York
de Lorca:
“Debajo
de las multiplicaciones
hay
una gota de sangre de pato;
debajo
de las divisiones
hay
una gota de sangre de marinero;
debajo
de las sumas, un río de sangre tierna.”
Sea
como sea, se trata de la muerte. Durante la pandemia, los pobres, los
marginados y las minorías étnicas sufrieron la masacre de contagios
y muertes mucho más que las capas privilegiadas de la población:
“La peste no distingue los colores / aunque a veces separe las
carteras”. Y esto ocurrió en el país supuestamente más avanzado
del mundo, buen ejemplo del egoísmo capitalista y neoliberal. Claro
que también ocurrió en otros lugares. Como termina el poema:
“Mueren
en Nueva York a cientos cada día.
Y
mueren en Madrid a cientos cada día.”
Recordemos
que precisamente ahora se está investigando la mortandad que hubo en
las Residencias de la Comunidad de Madrid de ancianos que no fueron
trasladados a hospitales, siguiendo las directrices de los políticos
neoliberales que gobiernan allí.
La
segunda subparte (La
impotencia, el dolor. Y la guerra)
comienza como una evaluación de lo sucedido:
“Tras
el final combate
la
soledad es un pájaro muerto
en
mitad de la nada.”
El
poeta contempla su sombra en el camino, y exclama: “¡Qué desierto
de noche y de recuerdos!”
Ha
sido la codicia del hombre que ha construido esta sociedad desigual y
devoradora la culpable del desastre. Desastre en que no entra solo la
pandemia, que no fue más que el resultado de algo mucho mayor, como
es la destrucción del planeta. Así ha ocurrido por ejemplo en el
mar de Aral, que se convierte en un poema en “metáfora del hombre
que destruye”. El mar de Aral, en Asia central, fue antaño rico,
“lleno de vida, barcos y alegría” y es “hoy símbolo de muerte
y destrucción”.
“El
hombre se ha vendido
solo
por baratijas y espejismos
y
navega cegado hacia la Estigia.”
La
destrucción se manifiesta en la muerte, y la muerte viene de manos
de la guerra:
“Fue
una guerra. Y fueron muchas guerras
con
paces muy precarias.
Millones
de cadáveres sirvieron en las mesas
de
los omnipotentes vencedores.
…
Se
repite la historia a través de los tiempos:
los
huérfanos hambrientos lloran desconsolados
y
muertos y banderas son proclamados héroes.”
¿Qué
voy a añadir? Nada más actual que la denuncia de la guerra en estos
terribles momentos que estamos viviendo. Esperemos que la guerra de
Ucrania termine pronto y para bien de los ucranianos y no se extienda
al resto de Europa como algunas voces amenazan.
La
parte segunda se titula El
tránsito
y consiste en una evocación del pasado de España, concretamente de
la posguerra civil, durante la cual transcurrió la infancia del
poeta:
“Ayer,
tan solo ayer, pasaron estas cosas.
Quizá
no os acordéis y os lo recuerdo.
Y,
si no lo vivisteis, que ya es fácil,
para
que lo sepáis os lo preciso.”
Y
sigue una larga enumeración de hechos y situaciones que se dieron en
nuestro país: del Auxilio Social a los realquilados, de las maletas
de cartón a los cortes de luz, del brasero de herraj al estraperlo.
Algo que los jóvenes solo habrán visto acaso por televisión en las
películas de “Cine de barrio”. Y termina con un aviso para no
echar en saco roto:
“Cuidad
porque no vuelvan esos tiempos
y
no os quejéis por no tomar cervezas
en
el bar de la esquina
o
no estar en la playa este verano.”
Atención
al llamamiento: “que no vuelvan esos tiempos”. Y va dirigido
especialmente a esos muchachos que protestaban contra el
confinamiento, la obligatoriedad de las mascarillas y las
limitaciones en la hostelería, seducidos por los cantos de sirena de
ciertos políticos de la derecha y la ultraderecha que abogaban por
la libertad de tomarse una cervecita, cuando sabemos que muchos de
esos políticos aplaudirían la supresión de las verdaderas
libertades de reunión, manifestación y expresión del pensamiento.
Y la de tener un trabajo digno. Así que mucho ojito.
Los
poemas de esta parte son recuerdos y evocaciones de la infancia, de
otros tiempos pasados en la niñez y la juventud del poeta:
“Se
afila la memoria:
niños
que chapotean en la playa,
anegados
de luz, risas y llantos.”
Recuerdos
que son tanto agradables: “La infancia, el paraíso, / los ojos
encendidos, las sonrisas…”, como desagradables: “La repentina
huida de la noche, / la llegada a las costas desoladas / por
tormentas de angustia permanente.” Aunque siempre hay lugar a la
esperanza, una fuerza que “abre de par en par las puertas a la
dicha.”
La
parte tercera (La
llegada)
continúa con la evocación de recuerdos:
“Apacible
me siento
en
la esquina del tiempo y de las cosas
y
miro el sol en el atardecer”.
Pero
esta evocación se centra en el amor:
“Aparecen
las voces y las risas
a
la orilla del mar y, de repente,
tu
figura de junco que pasea
de
la mano del viento.”
Es
un amor pasado, un recuerdo: el poeta se ha sentado “a la orilla
del tiempo”, o sea, contempla un momento que ya fue, y mira “el
sol en el atardecer”, el ocaso, el símbolo de la decadencia de la
vida, la vejez, lo perdido. Así, la mayoría de los poemas están
marcados por términos como nostalgia, añoranza, recuerdo y otros
semejantes: “Las nostalgias se esconden en esquinas / donde se
aleja el miedo y el silencio”, “Añoro el confortable refugio de
unas sábanas / compartidas con tu cálida piel”, “Cuando funde
la tarde los recuerdos, / escucho el libre vuelo de los pájaros”.
El
poema Despedida
en Sol
es la despedida de los amantes en la puerta del Sol de Madrid. Ella
coge un taxi y él se queda inmóvil mirando cómo marcha. Podría
ser una mera anécdota, pero en este contexto representa un adiós
definitivo. Aunque se han dicho “hasta muy pronto”, las luces
traseras del vehículo, “dos luces rojas” que “alejaban las
horas”, se convierten en un claro símbolo de lo que nunca ha de
volver.
Sin
embargo, a pesar del dolor, siempre queda la esperanza, pues “es
tiempo todavía” (título de un poema), tiempo todavía de seguir
viviendo, tiempo de amistad, de sonrisas, de disfrutar la primavera…
Este poema acaba con una paráfrasis del soneto de Lope de Vega
Definiendo
el amor:
“Quien lo sufrió lo sabe”. Lope había escrito: “Quien lo
probó
lo sabe”. Este cambio al verbo “sufrir” implica dos cosas:
Primera.- El poeta considera el amor terminado. Y segunda.- Al usar
una forma perfectiva, también considera acabado el sufrimiento, pues
“es tiempo todavía” de vivir.
La
parte cuarta (La
paz)
representa los recuerdos de toda una vida que, ahora, en el momento
de hacer balance final, se aceptan y sirven de consuelo. Aquí
predominan las imágenes de lluvia, nieve, luz apagada, el otoño, el
ocaso…, símbolos de vejez, aunque no de desencanto.
“Caen
la últimas hojas
y
tras ellas los copos de la nieve.
…
Al
final del camino, no tan lejos,
una
luz de esperanza.”
“Es
el sueño la paz que llega sin presura
porque
ya caminó lo suficiente
los
días y los años.”
El
poema último supone la aceptación de haber vivido y una serena
contemplación de la muerte:
“La
discreta, la lenta retirada,
acercarse
al silencio lentamente
y
desaparecer en la penumbra
lejano
de oropeles, voces, ruido.
Decir adiós, y basta.”
Un
perfecto final para un libro estupendo. “Decir adiós, y basta”:
no hay mejor manera de resumir un poemario que es el resumen de una
vida. Pero, como todos somos subjetivos y tenemos nuestras
preferencias, yo no me resisto a resumírmelo particularmente en un
poema que me ha conmovido especialmente. Está en la parte segunda y
tiene solo dos versos:
“Creí
que el dolor eras tú.
Y es el mundo.”
Para
mí, este poema encierra una interesante lección: si en la juventud
actuamos y pensamos guiados por sentimientos personales, como el amor
(ese “tú”), en la madurez tenemos que ampliar el horizonte: lo
que duele es el mundo, la realidad exterior, el prójimo. Y hemos de
ser conscientes y solidarios.
Ahora
ya sabemos cuáles son los eventos que celebra este Postludio.
En la primera parte, la superación de la pandemia de Covid; en la
segunda, la salida de la infancia y la juventud; en la tercera, la
pérdida del amor; y en la cuarta, el tramo último de nuestra
existencia. Y, aunque tengamos una alusión final a la muerte, este
poemario no es pesimista, sino todo lo contrario: evoluciona desde el
dolor y la angustia (el Covid, las guerras…) hasta una visión
apacible y serena de la vida y su propia disolución.
JSV