Tanta muerte, tanto dolor...
Son las siete treinta y nueve y cruzo apresuradamente el vestíbulo de la
estación de Atocha. Mi tren está a punto de salir; tengo que estar en Zaragoza para mi
jornada laboral. Cientos de personas se mueven apresuradamente hacia sus destinos.
De repente, unas sordas explosiones y el suelo tiembla, una, dos veces. Sorpresa,
asombro, estupor, miedo, angustia, se apoderan del público que no sabemos (Ay,
dios, ese terrible no saber “qué va a pasar ahora...”) qué hacer. Sientes temblar el
mundo alrededor y la sensación de impotencia es total, absoluta, negra.
Se da la orden de desalojo inmediato de la estación: en ese momento la
histeria, que no el pánico, cunde ya en el vestíbulo: gritos y carreras mientras vemos
cómo de los trenes salen apresuradamente los viajeros corriendo hacia la salida,
arrastrando sus equipajes. La alarma aumenta. En la calle, desconcierto, sirenas,
incertidumbre, gente que llora y policía que nos dice “Fuera, salgan fuera de aquí...”
Corremos hacia no sé dónde, y llegamos hasta el Ministerio de Agricultura, lo más
lejos posible del caos que comienza a ser todo el entorno de la vieja-nueva estación.
Se percibe un desastre importante: la sensación es como la de antes – o tal vez
después- de un bombardeo. La mañana es gris, fría...Luego será la más negra de la
triste historia de los atentados terroristas en nuestro país.
Encuentro mucha gente que llora de rabia, de dolor, de impotencia...
Hombres y mujeres desconcertados, tanto de la estación como del pueblo de Madrid.
Gentes que van a su trabajo, mientras las sirenas atruenan el espacio como el terrible
presagio de lo que luego vamos sabiendo...
El tráfico ferroviario está suspendido. Salgo en silencio de la "zona cero", y me dirijo poco a poco a la estación de autobuses para volver a mi casa, a Zaragoza. Tengo el estómago lleno de gatos que me lo arañan sin piedad y mis ojos enrojecidos. Estoy cansado, muy cansado.
A medio camino hacia Zaragoza, luce un espléndido sol de Primavera: esa que no verán,
por desgracia, esos cientos de gentes honradas que iban a trabajar...
M.A.Yusta. Heraldo de Aragón 12.3.2004