Rafael Soler, escritor y poeta, reseña en TURIA ( núms. 133-134, págs. 486-487) el poemario "Reflejos en un espejo roto".
Muchas gracias.
He aquí el texto:
LA
NOBLE CONDICIÓN DE LOS ESPEJOS
Reflejos
en un espejo roto. Editorial Lastura. Miguel Ángel Yusta
Mal
asunto que un espejo se rompa, ya sea por accidente, descuido o
arrebato de quién, al sentirse vigilado por un igual con ínfulas,
multiplica su imagen al intentar desbaratarla. Y cuando esto sucede,
varios son los remedios que la superstición dicta para evitar el
enfado de los dioses: buscar la pieza de cristal más grande para
raptar con ella los reflejos de la luna; arrojar sal por detrás del
hombro izquierdo, tan abnegado siempre; salir a la busca y captura de
un trébol de cuatro hojas, que los hay; argucias todas que podríamos
calificar de remedios caseros, frente a la novedosa receta que nos
propone Miguel Ángel Yusta, a saber: roto, ay, el espejo espejito de
nuestras tribulaciones, evítese en primer lugar el desconsuelo o el
pánico, que a nada conducen y nublan las entendederas; dese a las
piezas así abruptamente aparecidas el necesario tiempo de sosiego
tras su traumático e inesperado nacimiento, cada una con su estatura
y forma, cada cual en su rincón, y todas muy necesitadas; escúchese
después cuanto a bien tengan contarnos, sin interrupciones ni
jocosos comentarios; bautícese finalmente cada pieza con un nombre
adecuado para afrontar con dignidad su condición de nuevo espejo.
Pues
bien, a nuestro poeta, veinte libros de versos y veinte mil coplas en
su haber, se le rompió hace una vida el espejo donde no siempre se
encontraba al buscarse, y haciendo buenos los versos de Diego Jesús
Jiménez - Has
ido recogiendo, como si se tratara de un espejo roto, / cuantos
fragmentos de la tarde, y de tu corazón, / componen tu presente
– nos ofrece ahora, en “Reflejos en un espejo roto” el
resultado de su personal singladura: nueve piezas con luz y nombre
propio, bien cosidas ahora con el número 146 en la colección
Alcalima de Lastura, donde antes publicó “De silencio y luz” y
“Ayer fue sombra”.
Si
una vida, al romperse, es un punto y final sin libro de
reclamaciones, un espejo, en cambio, se multiplica. Y así, en cada
pieza rota de su personal espejo, ha escuchado Miguel Ángel la voz
de la nostalgia, el desamor, el olvido, la soledad, el silencio, la
incertidumbre, la desolación, el escepticismo y, también, y aquí
un suspiro de alivio, la esperanza. Estamos, pues, ante una propuesta
radical del poeta, organizada en una entrada y setenta y dos poemas
en diez epígrafes, sin concesiones fáciles, mostrando de una vez
las cicatrices que lo vivido deja a quienes por ella transitan sin
más protección que su osadía.
¿Crónica, pues, del
desencanto? ¿Amargo recuento de cuanto pudo ser y no fue? ¿Lícito
desahogo del perdedor? Bien pudiera, a la vista de los asuntos que
inspiran y conducen en este libro la escritura del poeta. Pero, en su
pliegue más íntimo, Miguel Ángel es un tipo tierno, un enamorado
del amor que acepta sus secuelas, un periférico rebelde; y con esos
atributos, con ese parar de poeta atento a lo pequeño para hacerlo
grande, sería impostura mostrarse desabrido, tristón, decepcionado,
intolerante. Hay muchas maneras de asomarse a los espejos de la
desolación, el olvido o el desamor, muchas las maneras de contar y
cantar lo perdido por si vuelve. Solo quien amado perdió puede del
amor hablar, sin que suene a impostura o artificio. Si perder es
adquirir en soledad una certeza, solo quien sus heridas con
discreción luce puede legítimamente hablar de las incertidumbres
que acompañan a su derrota. Y solo quien asume que toda una vida le
llevará ser mortal puede hablar sin desdoro del olvido, la soledad y
el silencio, compañeros de viaje de la cuna al nicho. Y así,
enfrentado a la vida para no perderla, ha escrito Miguel Ángel Yusta
este libro, para que suene a verdad porque es verdad, como sucede
con los cinco poemas que nos ofrece en “Desamor” y que son, como
no podía ser de otra manera, poemas de amor, haciendo buena la
reflexión de Lope: “Creer que un cielo en un infierno cabe, / dar
la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo
sabe”.
Y
acierta también nuestro poeta al elegir estos dos versos de
Alfonsina Storni para abrir los poemas que recoge en “Escepticismo”:
“Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido / no fuera más
que aquello que nunca pudo ser”. ¿Y qué otra cosa es la Poesía
sino búsqueda y anhelo? Con acierto ha escogido y tallado Miguel
Ángel estos poemas que fueron llegando en los últimos años, y
cuando nos dice que “esta vereda es escarpada y ruda / incierto su
final” bien sabe que su escritura es la de un caminante solitario,
y que “aunque la noche niegue al día, y lo encierre en el
recuerdo de la nada”, siempre hay un viaje nuevo a punto de
empezar.
“Miguel
Ángel Yusta no practica la poesía hermética, no poetiza la
expresión en ejercicios estériles, y sus dudas nacen de la certeza
de saber que no queda tanto para cumplir viaje”, fueron algunas de
mis palabras en la presentación de “Pasajero de otoño” el
pasado año, cuando todavía no había sido distinguido con el Premio
Imán por su trayectoria literaria que otorga la Asociación
Aragonesa de Escritores. Palabras que tienen hoy plena vigencia, pues
todos los destellos que este libro atesora nacen de una escritura
espontánea y sin complejos, asomados poeta y lector al ancho y
acogedor espejo de la “Esperanza”:
Acabada
la intensa travesía / cuando el olvido ha consumido el llanto /
resuenan luminosas las trompetas. / Nos llaman por tres veces. / Su
sonido de plata nos indica el sendero. / Resplandece de nuevo la
mañana. // Destruidos los hilos de la sombra / caminamos hacia la
luz del nombre.
Cuídense
de los espejos, sean cautos, asómense lo justo, siempre con humildad
y recato, en deliberado escorzo. Y si rompen, busquen a Mayusta.
RAFAEL
SOLER