He leído con extraordinario placer tu Pasajero de Otoño. Viaje
–viaje siempre es singular y nos remite a ese otro viaje único con su
rostro bifronte, como Jano, vida y muerte inscritos en él- viaje, decía,
a tres ciudades símbolo donde se mira –y mira- el yo lírico para
atender, con gran exquisitez formal, aspectos universales de lo humano.
El equilibrio rítmico reproduce, con brillantes imágenes, el latido del sentimiento.
Y
terminas, querido amigo, con una tercera parte –la que da nombre al
libro- que recoge la experiencia del viajero, en apretada síntesis, para
ofrecer la destilación de un pensamiento poético donde asoma la
sabiduría que concede el amor a la vida y a las palabras (“pues ningún
edificio se derrumba / si el buril del amor fue su arquitecto.”).
Cortas mis palabras para tu largo aliento.
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