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miércoles, 19 de octubre de 2022

Presentación de POSTLUDIO. Joaquín Sánchez Vallés. Zaragoza 18.11.2022

 


 

POSTLUDIO

Miguel Ángel Yusta


Antes de nada, quiero pedir perdón porque tal vez esta presentación me salga algo deslavazada. Pero no he tenido demasiado tiempo para poderla preparar. Al presentador digamos “oficial” le ha surgido un compromiso ineludible –ineludible de verdad, no es culpa suya– y Miguel Ángel me pedido que yo lo sustituya. Como a un buen amigo nunca se le puede decir que no, aquí estoy para hacer lo que pueda. Confieso que he leído este libro como no debe leerse nunca ninguno, y menos si es de poesía: a matacaballo. Mi intención era venir a este acto como público, comprar el poemario y luego leerlo y degustarlo tranquilamente, despacio, dejando tiempo para asimilar los poemas. Y eso es lo que recomiendo que hagan ustedes. Yo, en fin, espero no desbarrar demasiado.

Afortunadamente, este Postludio tiene una ventaja, o por mejor decir, dos: En primer lugar es una poesía muy buena, y así, aun leído aprisa, se puede disfrutar de él. En segundo lugar, la poesía de Miguel Ángel Yusta tiene la virtud de ser muy clara, transparente, con imágenes muy precisas, metáforas de la naturaleza que emocionan directamente, lo cual lleva a que, a través de la emoción, se conecte fácilmente con el poeta. Y ya que hablo de virtudes, destacaré otra en la que Miguel Ángel es un maestro: el perfecto dominio de la métrica, en este caso del endecasílabo y sus versos asociados, lo que nos permite una comprensión musical de los poemas.

Pero centrémonos: el libro se titula Postludio. ¿Y qué es un postludio? El mismo autor se encarga de definirlo al final de la obra, aclarando lo que significa: “Pieza que se toca al terminar los oficios divinos, mientras los fieles salen del templo”. Entiendo que Miguel Ángel ha eliminado la connotación religiosa para darle un sentido humano. Postludio sería la celebración que se realiza después de haber asistido a un evento. Y en este Postludio, dividido en cuatro partes, los eventos serían varios.

La parte primera está a su vez dividida en dos. La primera de ellas (La fiera acosa) nos presenta poemas que surgen de la pandemia de Covid que sufrimos en 2020 (o desde 2020, que aún no se ha acabado del todo). El primer poema nos pone en situación:


“Creímos ser los dueños del abismo

y la distancia fue infinito anhelo.

Llegamos orgullosos como dioses erguidos

sin percibir el fango en que brotamos…”


Y al final acabamos como


“paradoja del hombre, convertido

en añicos su orgullo, desarmado,

ceniza entre los vientos de la nada.”


Poema que viene a ponernos muy en nuestro sitio: contra el mito del ser humano dominador de la naturaleza, la pandemia ha venido a demostrarnos que somos frágiles, fragilísimos, “ceniza entre los vientos de la nada”, como dice el poeta en ese magnífico epifonema.

La mayoría son poemas simbólicos, metafóricos, basados en imágenes que sugieren la angustia provocada por la situación: “los pájaros vigilan en la noche / insomnes sobre horas desmayadas”, “la ciudad se termina en los cristales / de una ventana donde el miedo habita”, alusión, imagino, a los días del confinamiento. El último poema de esta primera subparte, El pico de la curva (es la curva de muertos) resulta un poema mucho más largo, mucho más directo y enormemente conmovedor:


“Mueren en Nueva York a cientos cada día

los latinos pobres de Queens. Y los negros.

Son la fuerza de choque de la pandemia.”


Poema muy interesante de denuncia social que me recuerda ciertos versos de Poeta en Nueva York de Lorca:


“Debajo de las multiplicaciones

hay una gota de sangre de pato;

debajo de las divisiones

hay una gota de sangre de marinero;

debajo de las sumas, un río de sangre tierna.”


Sea como sea, se trata de la muerte. Durante la pandemia, los pobres, los marginados y las minorías étnicas sufrieron la masacre de contagios y muertes mucho más que las capas privilegiadas de la población: “La peste no distingue los colores / aunque a veces separe las carteras”. Y esto ocurrió en el país supuestamente más avanzado del mundo, buen ejemplo del egoísmo capitalista y neoliberal. Claro que también ocurrió en otros lugares. Como termina el poema:


“Mueren en Nueva York a cientos cada día.

Y mueren en Madrid a cientos cada día.”


Recordemos que precisamente ahora se está investigando la mortandad que hubo en las Residencias de la Comunidad de Madrid de ancianos que no fueron trasladados a hospitales, siguiendo las directrices de los políticos neoliberales que gobiernan allí.


La segunda subparte (La impotencia, el dolor. Y la guerra) comienza como una evaluación de lo sucedido:


“Tras el final combate

la soledad es un pájaro muerto

en mitad de la nada.”


El poeta contempla su sombra en el camino, y exclama: “¡Qué desierto de noche y de recuerdos!”

Ha sido la codicia del hombre que ha construido esta sociedad desigual y devoradora la culpable del desastre. Desastre en que no entra solo la pandemia, que no fue más que el resultado de algo mucho mayor, como es la destrucción del planeta. Así ha ocurrido por ejemplo en el mar de Aral, que se convierte en un poema en “metáfora del hombre que destruye”. El mar de Aral, en Asia central, fue antaño rico, “lleno de vida, barcos y alegría” y es “hoy símbolo de muerte y destrucción”.


“El hombre se ha vendido

solo por baratijas y espejismos

y navega cegado hacia la Estigia.”


La destrucción se manifiesta en la muerte, y la muerte viene de manos de la guerra:


“Fue una guerra. Y fueron muchas guerras

con paces muy precarias.

Millones de cadáveres sirvieron en las mesas

de los omnipotentes vencedores.

Se repite la historia a través de los tiempos:

los huérfanos hambrientos lloran desconsolados

y muertos y banderas son proclamados héroes.”


¿Qué voy a añadir? Nada más actual que la denuncia de la guerra en estos terribles momentos que estamos viviendo. Esperemos que la guerra de Ucrania termine pronto y para bien de los ucranianos y no se extienda al resto de Europa como algunas voces amenazan.


La parte segunda se titula El tránsito y consiste en una evocación del pasado de España, concretamente de la posguerra civil, durante la cual transcurrió la infancia del poeta:


“Ayer, tan solo ayer, pasaron estas cosas.

Quizá no os acordéis y os lo recuerdo.

Y, si no lo vivisteis, que ya es fácil,

para que lo sepáis os lo preciso.”


Y sigue una larga enumeración de hechos y situaciones que se dieron en nuestro país: del Auxilio Social a los realquilados, de las maletas de cartón a los cortes de luz, del brasero de herraj al estraperlo. Algo que los jóvenes solo habrán visto acaso por televisión en las películas de “Cine de barrio”. Y termina con un aviso para no echar en saco roto:


“Cuidad porque no vuelvan esos tiempos

y no os quejéis por no tomar cervezas

en el bar de la esquina

o no estar en la playa este verano.”


Atención al llamamiento: “que no vuelvan esos tiempos”. Y va dirigido especialmente a esos muchachos que protestaban contra el confinamiento, la obligatoriedad de las mascarillas y las limitaciones en la hostelería, seducidos por los cantos de sirena de ciertos políticos de la derecha y la ultraderecha que abogaban por la libertad de tomarse una cervecita, cuando sabemos que muchos de esos políticos aplaudirían la supresión de las verdaderas libertades de reunión, manifestación y expresión del pensamiento. Y la de tener un trabajo digno. Así que mucho ojito.

Los poemas de esta parte son recuerdos y evocaciones de la infancia, de otros tiempos pasados en la niñez y la juventud del poeta:


“Se afila la memoria:

niños que chapotean en la playa,

anegados de luz, risas y llantos.”


Recuerdos que son tanto agradables: “La infancia, el paraíso, / los ojos encendidos, las sonrisas…”, como desagradables: “La repentina huida de la noche, / la llegada a las costas desoladas / por tormentas de angustia permanente.” Aunque siempre hay lugar a la esperanza, una fuerza que “abre de par en par las puertas a la dicha.”


La parte tercera (La llegada) continúa con la evocación de recuerdos:


“Apacible me siento

en la esquina del tiempo y de las cosas

y miro el sol en el atardecer”.


Pero esta evocación se centra en el amor:


“Aparecen las voces y las risas

a la orilla del mar y, de repente,

tu figura de junco que pasea

de la mano del viento.”


Es un amor pasado, un recuerdo: el poeta se ha sentado “a la orilla del tiempo”, o sea, contempla un momento que ya fue, y mira “el sol en el atardecer”, el ocaso, el símbolo de la decadencia de la vida, la vejez, lo perdido. Así, la mayoría de los poemas están marcados por términos como nostalgia, añoranza, recuerdo y otros semejantes: “Las nostalgias se esconden en esquinas / donde se aleja el miedo y el silencio”, “Añoro el confortable refugio de unas sábanas / compartidas con tu cálida piel”, “Cuando funde la tarde los recuerdos, / escucho el libre vuelo de los pájaros”.

El poema Despedida en Sol es la despedida de los amantes en la puerta del Sol de Madrid. Ella coge un taxi y él se queda inmóvil mirando cómo marcha. Podría ser una mera anécdota, pero en este contexto representa un adiós definitivo. Aunque se han dicho “hasta muy pronto”, las luces traseras del vehículo, “dos luces rojas” que “alejaban las horas”, se convierten en un claro símbolo de lo que nunca ha de volver.

Sin embargo, a pesar del dolor, siempre queda la esperanza, pues “es tiempo todavía” (título de un poema), tiempo todavía de seguir viviendo, tiempo de amistad, de sonrisas, de disfrutar la primavera… Este poema acaba con una paráfrasis del soneto de Lope de Vega Definiendo el amor: “Quien lo sufrió lo sabe”. Lope había escrito: “Quien lo probó lo sabe”. Este cambio al verbo “sufrir” implica dos cosas: Primera.- El poeta considera el amor terminado. Y segunda.- Al usar una forma perfectiva, también considera acabado el sufrimiento, pues “es tiempo todavía” de vivir.


La parte cuarta (La paz) representa los recuerdos de toda una vida que, ahora, en el momento de hacer balance final, se aceptan y sirven de consuelo. Aquí predominan las imágenes de lluvia, nieve, luz apagada, el otoño, el ocaso…, símbolos de vejez, aunque no de desencanto.


“Caen la últimas hojas

y tras ellas los copos de la nieve.

Al final del camino, no tan lejos,

una luz de esperanza.”


“Es el sueño la paz que llega sin presura

porque ya caminó lo suficiente

los días y los años.”


El poema último supone la aceptación de haber vivido y una serena contemplación de la muerte:


“La discreta, la lenta retirada,

acercarse al silencio lentamente

y desaparecer en la penumbra

lejano de oropeles, voces, ruido.

Decir adiós, y basta.”


Un perfecto final para un libro estupendo. “Decir adiós, y basta”: no hay mejor manera de resumir un poemario que es el resumen de una vida. Pero, como todos somos subjetivos y tenemos nuestras preferencias, yo no me resisto a resumírmelo particularmente en un poema que me ha conmovido especialmente. Está en la parte segunda y tiene solo dos versos:


“Creí que el dolor eras tú.

Y es el mundo.”


Para mí, este poema encierra una interesante lección: si en la juventud actuamos y pensamos guiados por sentimientos personales, como el amor (ese “tú”), en la madurez tenemos que ampliar el horizonte: lo que duele es el mundo, la realidad exterior, el prójimo. Y hemos de ser conscientes y solidarios.

Ahora ya sabemos cuáles son los eventos que celebra este Postludio. En la primera parte, la superación de la pandemia de Covid; en la segunda, la salida de la infancia y la juventud; en la tercera, la pérdida del amor; y en la cuarta, el tramo último de nuestra existencia. Y, aunque tengamos una alusión final a la muerte, este poemario no es pesimista, sino todo lo contrario: evoluciona desde el dolor y la angustia (el Covid, las guerras…) hasta una visión apacible y serena de la vida y su propia disolución.

JSV


 

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