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domingo, 17 de julio de 2022
Lectura de Postludio y dos poemas de M A Yusta
Foto de Miguel Ángel Yusta para la |
No está pensado ni escrito el prólogo de Valentín Martín para los días de los bochornos. Es tralla, es una potente emergencia. Aconsejo leerlo. Bien hizo el autor en encargarle a VM el pórtico. Arco de entrada que predispone. Sé que dudaba el Miguel Ángel Yusta en extender sus publicaciones, y creo que ha acertado dilatándolas. Aunque cubra y rotule esta con ese personalísimo título Postludio que hace referencia tanto a la pieza musical con que se despide las funciones mientras el público busca la salida como a un posible anuncio de próxima finitud editorial. Veremos. La producción de Lastura es impecable.
Postludio es una recolección de emociones. Pocas veces un texto está tan ligado a los estadios anímicos del autor con tanta autenticidad. Desde los manantiales del otoño y la soledad, que no nacen tan separados, se vierte un torrente delicado de nostalgia, desencanto, denuncias y aceptación. Tanto de lo vivido –de reconciliación con lo vivido– como de conciencia cierta de un futuro ya sin ansias cegadoras. Lo que me ha impresionado el tono desde el que está escrito, que se mantiene en su forme ternura a lo largo de los 44 poemas que lo conforman. Desde la crónica de una epidemia en soledad (primera parte) hasta el refugio de los paisajes y atardeceres de la segunda parte para desembocar en la tercera, en donde el esplendor en la hierba de los recuerdos aviva en un casi presente los momentos esplendorosos de un amor cierto, todo permanece hilado en la armonía del que sabe qué decir y cómo decirlo. La poesía se ha ido decantando en Miguel Ángel Yusta aliada con el buen hacer de la armonía y en buen gusto. Enemigo de lo desapacible, buen amante de la música, dice preferir “la palabra de los árboles a las disquisiciones de los necios”. Solo así es posible transitar desde la desolación –Mar de Aral como ejemplo– a “los volcanes que surgen impetuosos en las cimas sin fin de tus caderas” con que abre unos de sus poemas de amor. Parece un libro escrito desde el enigma del tiempo, desde la necesidad de decirse, que es de donde deben surgir los libros, mas con la intención de ser transitivo, río en curso en busca de sensaciones lectoras fértiles, acompasadas. No es un libro de juventud, no, pero tampoco de limes y fronteras, en un libro que va de la mano con lo vivido y lo por vivir. La última y cuarta parte, el auténtico postludio, es una declaración de serenidad ante los noviembres: clara, precisa, en donde las palomas oscuras –y le parafraseo– aletean sobre los silencios de lo que fueron nuestros juveniles ideales. Saber lo que hemos sido es la mejor moneda con que la vida premia a quienes la han honrado. Desde ese mirador he leído el libro del poeta aragonés. Muy cerca de los montes turolenses de sus manantiales.
Poemas la mayoría sin título, algunos casi aforísticos, y todos al servicio del poeta que mira sin miedo y sin riesgo a lo que fue en sus alrededores, a los presentes del mundo, a lo que tal vez le despida. Elegimos estos dos.
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Despedida en Sol
Recuerdo
con nostalgia aquella noche:
Puerta de Sol, las dos de la
mañana.
Tú esperabas un taxi y la tristeza
asomaba
filtrándose en tus ojos.
Nos esperaba el cielo y la
distancia.
Un lazo nos ceñía
con palabras de amor y hasta
muy pronto
y un abrazo sincero de amistad
despedía las
luces de la plaza.
Luego
subiste al coche, silenciosa.
Yo me quedé muy quieto
contemplando
cómo dos luces rojas alejaban las
horas.
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Cuarteto nº 12
Agotar
el secreto de las horas
con el bello cuarteto de
Beethoven,
cuando la vibración de los sonidos
estremece el
silencio.
Contemplar en penumbra
la líquida mirada de unos
ojos,
inmenso mar de notas enlazadas
donde navega el
fuego.
Regresar al contacto
de huellas y certeza
con
manos que dibujan cadencias y deseos
mientras, sobre el compás,
muere la tarde.
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