Creímos ser los dueños del abismo
y la distancia fue infinito anhelo.
El brillo de los astros rutilaba
sobre el tablero oscuro.
Llegamos orgullosos como dioses erguidos
sin percibir el fango en que brotamos,
la escueta levedad de los pulmones
que pueden apagarse en un instante...
Al final, terminó la cruel batalla;
todo estaba en silencio,
brillaba el sol en un cielo sin nubes,
paradoja del hombre, convertido
en retazo de orgullo, desarmado,
ceniza entre los vientos de la nada.
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