Suzanne
Eran aquellas noches de horas blancas,
de estudio apresurado de materias sin sentido
que habíamos dejado para el final del curso.
Excitados ya por el olor de mayo.
apurábamos un cigarrillo sin filtro
-tal vez un Camel-
y en el viejo tocadiscos de maleta,
segunda mano, 45 r.p.m.,
surgía la voz amiga de Leonard Cohen
con la profundidad de un viento huracanado
arrasando fronteras y certidumbres impuestas.
Suzanne te lleva abajo
hacia su lugar cerca del río.
Se deslizaban las notas, lentas, ritmicas
y penetraba en el alma ese otro rio
donde yació la casada infiel lorquiana...
Y queríamos tocar, como fuera,
ese cuerpo de inalcanzables formas
que Leonard, el de la voz terrosa,
nos descubría tan lleno de luz.
Y quieres viajar con ella
Y quieres viajar a ciegas.
No queríamos salvarnos,
ni que nos liberase el mar de un tal Jesús.
Tan solo ella, Suzanne,
solamente Suzanne,
una mano en la nuestra y la otra en su espejo.
Nada más. Confiados
porque los pensamientos se unían
más allá de los cuerpos
donde siempre ha tocado el amor.
Y
sabes que puedes confiar en ella
porque ha tocado tu cuerpo
perfecto
con su forma de pensa.
Sí:
viajar con ella, a ciegas
seguir ese camino a través de los años
-toda una vida entera-
desde esa juventud negra e incierta
donde nos debatíamos, sin otra escapatoria,
que las palabras vivas de Cohen y Suzanne.
(c)
Miguel Ángel Yusta. 2016.
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