Presentación del Libro “De silencio y luz” de
Miguel Ángel Yusta
Fnac Pza. de España. Zaragoza. 7 abril 2015
Fnac Pza. de España. Zaragoza. 7 abril 2015
Nada más recibir el libro de Miguel Ángel Yusta, lo
primero que me atrajo la atención fue su título De
silencio y luz. Silencio y luz son dos
términos muy presentes en todos mis libros, desde el primero, Ese
muro secreto, ese silencio, y he querido
completar mi ciclo vital con otro libro, ya hecho, Revelaciones
del silencio, mis obras primera y última. El
libro primero recoge los predicados, el muro y el silencio.
He ahí el asunto accidental por el cual me gusta tanto
el libro De silencio y luz,
de Miguel Ángel. Hay en él, un sujeto que podríamos nominarlo con
el título el tiempo, o el amor, o poemas de silencio y luz. Si lo
ceñimos a poemas, aplicándole los adjetivos correspondientes a los
sustantivos, serían poemas silenciosos y luminosos. Pero, a
propósito de esta cuestión, me conviene hacer alguna precisión
semántica sobre los términos.
En el caso de silencio, no es exactamente lo contrario
del sonido, sino mutismo. Silencio es un preludio o apertura del
habla y de la música; mutismo es un cierre al habla. El primero es
un proceso; el segundo, una regresión; el primero cubre los grandes
eventos, el segundo, los oculta. El habla habla, dice Heidegger; el
sonido habla, según lo entendemos. Igualmente, lo contrario de la
luz es la oscuridad, y no la sombra; sombra participa de la luz. A
veces utilizamos silencio y luz como contrarios a sonido y oscuridad;
pero conviene atender al contexto en que se hallan. Cuando dice
Miguel Ángel “el silencio es la respuesta”, dice mutismo; pero
cuando dice, “Es tu ausencia, la presencia/ es tu silencio luz”,
es el rumor o la reverberación del silencio que se convierte en luz.
Se inicia el libro con el prólogo del excelente poeta y
autor Joaquín Sánchez Vallés, muy amigo nuestro, novelista y
crítico. Sigue una cita del autor en la página 13, a modo de
aforismo personal: “Para que no puedan matarme de nuevo”. Es un
verso que cierra el último poema de la última parte del libro y
tiene su correlato en un poema anterior: “para poder amar por fin
del todo”. Falta el sujeto, un sintagma nominal: “las raíces del
dolor” que semánticamente equivale a sus amores.
En la página 15, aparece la cita tomada de “La
destrucción o el amor”, de Vicente Aleixandre, en cuatro
endecasílabos. La cita expresa el simbolismo del amor que atañe a
Miguel Ángel: la soledad es calvero, la realidad, es plomo frío;
no, ya no quema el fuego que dejó “aquel remoto mar al marcharse”.
Ha elegido la cita que lo representa en pasado.
Y entramos ya en el libro. Se vertebra en cuatro partes
y, a partir de la primera, se integran tres intermezzos delante de
las tres siguientes. La primera parte se intitula Albor
y día, y contiene cinco poemas. Sigue
Intermezzo I, que acompaña a la segunda parte, titulada Nocturno,
con 13 poemas. Sigue Intermezzo II y la tercera parte, que se titula
Estancia, con once
poemas; a continuación, el Intermezzo III y la última parte, de
título Final, con
ocho poemas. Es obvio que el término italiano Intermezzo,
equivale al término nuestro intermedio,
acompañando a las obras teatrales, comedias y tragedias, y a las
óperas de corta duración. El intermezzo opera de divertimento
musical con cuatro versos e imita las coplas aragonesas. Hay, en el
Intermezzo I, cuatro versos de ocho sílabas con rima asonante, el II
de siete sílabas con rima asonante, y el III, una cuarteta de versos
de 7 sílabas, rimando en asonante el 1 y 3 y el 2 con el 4. Los
versos de las cuatro partes son endecasílabos, de 11 sílabas:
heptasílabos, de 7 sílabas, y alejandrinos, de 14 sílabas. Sólo
hay tres versos cortos, uno de 4 sílabas: dos, de 6, y un verso de
15 sílabas en el último poema. Todos están bien timbrados,
ajustándose a la métrica tradicional.
Antes de entrar en el contenido del libro, veamos un
poema de la segunda parte, que abarca en síntesis el significado
alegórico de todos los poemas. Dice así:
En la bóveda inmensa
los astros difuminan sus
orillas.
Nada deja de ser
en el momento en que se
cierra el cielo.
Hay luz en lo invisible.
Es un poema muy misterioso y sintético por la
intención que conlleva de macrocosmos y microcosmos. Se divide en
tres apartados. Primero: los astros difuminan sus contornos o amplían
sus orillas. Segundo: nada deja de ser cuando se cierra el cielo y la
oscuridad aparece. Y tercero: hay luz, aunque no la veamos, en lo
invisible del universo. Existe una relación entre la unidad y la
multiplicidad, o sea, entre el macrocosmos y el orden de los
vegetales, animales y seres humanos en el microcosmos. En nuestro
caso concreto, cuanto más se ajustan los poemas con la unidad de
relación del universo, hay más acorde en todo. Si falla la luz,
falla la relación con el macrocosmos y falla lo múltiple. Falla el
amor por falta de desamor amoroso; falla la soledad por falta de
compañía, fallan las orillas porque no hay encuentros. Hay olvido
porque falta la verdad del amor y del deseo; hay ausencia porque no
hay presencia; fallan las preguntas, porque no hay respuestas;
fallan las palabras, porque hay mutismo, etc.
Pero veamos cuál es el contenido de la luz, proyectado
por el macrocosmos como iluminante en los poemas, o como opaco a la
luz del microcosmos. Digamos, antes de nada, qué difícil es este
laberinto de tiempos en que los personajes se hallan enredados.
Hallamos alguna dificultad en la ausencia de títulos en casi todo el
libro, por su síntesis escueta. Por de pronto, en este hilado de
tejidos, que cuenta el amante poeta lírico, aparecen dos amadas en
el drama que nos envuelve: una mujer, que pertenece a un pasado
movilizado en los tiempos de presente, y otra, imagen que asoma como
guía de luz, en el presente y pasado anterior. No es extraño que al
poeta se le mezclen distintos estratos de imágenes y símbolos.
En la primera parte hay recuerdos de ausencias del
pasado, como declara en la confesión inicial del poema: “No busco
primaveras imposibles/ ni deseo pasiones violentas”, aunque desea
“ese cálido abrazo/donde se funden todas las preguntas”. Las
alusiones al pasado aparecen, desde el presente, recordando al mar,
símbolo de la existencia, “vacío de memoria” en que “mis
obras incompletas/ reposan misteriosas en el fondo oscuro”, y es el
futuro oscuro el que quedará deshabitado. Pero al final se borrará
su huella para que “seas mi guía hasta esa luz”. “No me
hables”, “ni me digas aún de dónde vienes”, interpela a la
mujer de la luz renovadora. La mujer será una compañera que
alentará al poeta.
A continuación, el Intermezzo I, cuyos versos musicales
comunican el sentido de la parte segunda: “Bajó lenta la mirada,/
lanzó un suspiro muy suave/ y en mi noche comenzó/ a deshacerse su
tarde”. La tarde de la vida del poeta comienza a desvanecerse como
el preludio de la parte que empieza. Después, da comienzo esta
segunda parte, Nocturno,
que alude a una pieza musical en piano, destinada a ser interpretada
por la noche. La noche, cuando el amor es asunto íntimo, la
presencia se convierte en manifiesta, aunque hay ciertas ausencias.
El poema primero es una invocación a la luna. Lo expresa así:
Tiéntame, madre luna,
en las desnudas horas de mi
sueño
para poder amar por fin del
todo.
Sea mi sangre lava fugitiva
que atropelle los cuerpos y
los queme
y los funda y los haga de mi
carne.
Dame, luna, tu brillo,
tus cráteres manchados,
la levedad albina de tu piel
para que pueda ser luz de tu
luz.
Hazme tu rayo, luna,
para abrir sus entrañas,
hundirme en sus contornos,
deshabitar su cuerpo del
olvido
y llenarlo de mí
en los tibios instantes de tu
noche.
El poema es clásico, tocado de romanticismo. Invoca a
la luna “para poder amar por fin del todo”, ya que antes no ha
amado así. En su fantasía, a la luna le pide que su sangre sea lava
que atropelle los cuerpos y los queme y los haga de su carne. Tal
ímpetu romántico (y eso que, hace poco, en el poema de confesión,
no deseaba “pasiones violentas”), y ese deseo arranca del pasado,
y pide a la luna deshabitar su cuerpo del olvido. Es un nocturno
musical como preludio de la noche amorosa.
Los poemas los podemos clasificar en series: poemas que
arrastran el pasado con sus consecuentes ausencias, un número de
cinco, y poemas de plenitud amorosa, ocho en total. Los últimos,
surgidos de la compenetración amorosa, están en estrecha relación
cósmica. Los primeros, divididos en dos apartados, no comportan tal
relación, pues todos los apartados se hallan separados por una
oposición adversativa que los enfrenta entre sí, mediante una
conjunción “pero”,
o una conjunción causal “porque”,
o por la duda tal vez
de las afirmaciones del poeta. Pero leamos un poema de plenitud.
Ha quedado prendido
en tu cabello
un latido de
estrellas.
Parecías dormida sobre un lecho
apacible
inmersa en la quietud de soñados
jardines.
Ondulaban tu pecho los suspiros,
dulce goce del centro sosegado
donde la vida tiene su refugio
y me naces, mujer.
En ese instante mágico te he
contemplado amante,
cómplice de la muerte de las
horas.
De tu sagrado aroma, fiel
devoto,
mi religión, mi fuego, mi
sustento.
La presencia de esta pieza, que yo he denominado poema
de plenitud, es completa y singular. Los primeros versos están
relacionados con el latido de astros y estrellas; “el centro
sagrado” se parece a San Juan de la Cruz. Con un toque místico;
además de ese final: “sagrado aroma”, “mi religión”, “mi
fuego, mi sustento”. Es la mujer que hace nacer al amante en
regeneración y nuevo nacimiento.
Leemos en un poema de la segunda serie, tan distinto en
cuanto al contenido:
Apenas acostado, te contemplo
y tu respiración, leve y
pausada,
apacigua mis males.
Un sonido apagado en la
distancia
testifica que aún hay vida
allá afuera.
Todavía no duermo,
quiero vivir las horas más
largas a tu lado,
pensar que aún es momento de
verte y respirarte.
Porque tal vez mañana
-ojalá no amanezca-
podría ser pasado y
despedida.
Con el pensamiento testifica que quiere “vivir las
horas más largas a tu lado”, y, a continuación, mediante la
conjunción causal porque,
cambia su deseo vehemente por un futurible dubitativo, “tal vez
mañana”, que puede ser la realidad de un pasado con temor actual
de despedida.
En los poemas de plena presencia, aparece algún
elemento distorsionante que lo salva el contexto: la lluvia, elemento
favorable, socava la metáfora “las piedras del recuerdo” (pag.
52). En los poemas de ausencia suelen darse dos contenidos, el
primero, de signo positivo, y el segundo, de signo negativo.
En el Intermezzo II, continúa su romancillo de 4
versos, de 7 sílabas, con rima asonante. Lo dice en verso lírico,
que anticipa el contenido posterior:
Amo la brisa cálida
preludio de ese fuego
que conmueve tu rosa
ungida por mis besos.
La tercera parte abarca, con nombre de Estancia,
la morada, mansión o habitación, un contexto semántico
idealizante. Está unida a la segunda parte con las piezas plenas o
de evocación casi plena (6 poemas), guardando relación con la
unidad cósmica, y las que se alejan y entran por las vías de
ausencia y dispersión subjetivante (5 poemas). Pero, con todo esto,
estas dos partes del libro constituyen lo más granado de la armonía
musical de Miguel Ángel. El poema primero se expresa de este modo:
“No eran horas tal vez para el encuentro”, y lo atestiguan los
contrarios. Todo tan resuelto, expresado en un tiempo pasado: “los
cuerpos seguían oficiando el rito sublimado de fuego y de palabra”.
“Después el alba fue testigo del abrazo infinito”. El poema, a
pesar de las dudas del principio, eleva hacia arriba su anámnesis,
su memoria, en la sublimación y lo infinito del abrazo. Vemos otro
poema breve, que yo he denominado Renacer del
amor.
He recorrido a ciegas, tembloroso,
tu carne enajenada.
He inundado tus valles agitados
con las espumas locas del deseo
en la penumbra cierta de la tarde.
Y el jazmín de tu pecho
ha desterrado mis palomas negras.
Renace la certeza nuevamente.
“He inundado tus valles” “en la penumbra de la
tarde”: la tarde, lo hemos repetido, representa la edad del poeta.
Afirma que ha desterrado sus palomas negras, símbolo de su vida, y
así renace la certeza nuevamente. Mantiene la esperanza de un pasado
negro hacia un presente y un futuro. Los poemas oscurecen el deseo en
las ausencias y se encuentran las oposiciones con las conjunciones
adversativas y temporales: pero,
mas, mientras,
y conjunción copulativa y,
con un valor negativo; no obstante, también acompaña mas
a un poema pleno, con valor positivo.
Veamos uno donde lo negativo precede a lo positivo con
la conjunción mas:
Podrá no ser la misma
tu palabra de ayer.
O mi vaso vacío
el recuerdo salino de momentos
de luz.
O mi búsqueda loca, la negación
oscura.
Mas lo importante, entonces,
será que no nos hieran las
ausencias.
Esto lo dirige a una mujer cuando pesan los recuerdos
del ayer. Ahora pasa el recuerdo a marcar un futurible favorable para
los dos amantes.
Y llegamos al último Intermezzo, el III, que es una
copla del poeta a la amada que dibuja en sus versos: “Una pluma
cansada/ sigue amando en silencio/ y en la noche, tan larga,/ te
dibuja en los versos”.
La cuarta parte finaliza con el título Final,
y completa la obra. Expone certeras meditaciones, con reflexiones
sobre el tiempo, y acaban con sombría pérdida amorosa. Es una
pérdida muy dramática por la angustia y la falta de respuestas en
los “buscadores de la luz”.
La meditación sobre el verano es un arranque soberbio
de pérdida devoradora. Lo expresa así: “Muerde el verano con
furia loca/ preñado de mil soles”. ¿Qué ha ocurrido aquí de
pronto? Esos cuerpos olvidados
que persiguen la luz entre las sombras, ¿no será la luz del cosmos,
donde había una luz invisible, oscurecido y alejado de nosotros
porque no hemos lanzado una mirada hacia lo alto? Estética de la
mirada. Negado el cosmos, se niega toda relación entre los seres
amorosos. La claridad viene del silencio y representa la luz que
rumorea del silencio.
El verano no tiene respuesta; la contemplación del
otoño en noviembre viene como un fantasma; diciembre está lleno de
nostalgia en el invierno de la soledad de lo vivido, como fantasma
sin nombre; al hombre, viajero de mares y peregrino habitado de
ausencias, sólo le queda vivir y morir en la orilla final. Huyeron
las palabras y dejaron vacía la memoria.
“Pero, un día, de repente, me condena el espejo”.
No aclara de qué es el espejo. Sólo expresa que es invierno. ¿No
será el espejo cósmico, el espejo de la relación con el amante?
Hay una negación en la oración seguida de mas,
que contiene una oración afirmativa: “Mas en la nueva primavera,/
yo volveré a mirarme en ti” “en el templado fuego de tus ojos”.
Está la primavera estallando cósmicamente ante los ojos de la mujer
amada. En el poema final del libro, nos deja la sospecha siguiente:
“Cuando la luz del día decline para siempre”, discutiré las
condiciones de las raíces de un dolor “para que no puedan matarme
de nuevo”. Así establece un círculo en las frases del principio
de la obra y su final.
En conclusión, lo que me ha interesado es singularizar
la forma y los contenidos inherentes a la obra de Miguel Ángel
Yusta. Ha escrito un libro hermoso, sintético y denso, muy sugerente
en su ritmo e imágenes, muy ajustado en sus partes. Me gustan tanto
las ausencias como las presencias y las pérdidas de sus poemas,
todos tan diversos y contrarios, algo frecuente en la poesía actual.
Le doy un abrazo a mi amigo y lo felicito con mi más
cordial enhorabuena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario