Datos personales

Mi foto
Fotos de portada:Columna Villarroya 2010. Maica Rivera 2018. Todos los contenidos registrados.

martes, 1 de octubre de 2024

SUMMARIUM 25. Prólogo de Félix Maraña.

 

PARA UNA ESTATUARIA DEL AMOR Y SUS CONTRARIOS
Félix Maraña
 
"No hay poema que no sea de amor, hable de lo que hable".
(Eloy Sánchez Rosillo)
 
Este libro es una película amatoria. Como tal, es una visión en panorámica de la poesía que Miguel Ángel Yusta (Zaragoza, 1944), con todos los matices del blanco y negro, los contrastes y luces del color, pero siempre con una sonoridad interior cálida que se proyecta y retrata con ideas, imágenes y palabras en la estatua de los sentidos y sentimientos. Eros y thanatos. Lo que compone y crea y lo que descompone y revierte. Y en el trayecto, en la versión y la reconversión, el hilo generatriz de la poesía y su mundo. El poeta lo ha dicho en un repaso de su historia personal recientemente: Llegó, cómo no, la poesía para quedarse y celebrar el amor y otras circunstancias, porque ¿qué es el mundo sin amor?.
Se recogen aquí una selección de poemas que el escritor ha seleccionado a su libre albedrío, pero que presume y resume siempre una predilección. No es una antología total, sino decididamente parcial, una agrupación de poemas escogidos, aunque para el poeta suponga un desgarro tener que elegir entre una y otra de sus criaturas. Pero este sumario poético que nos ofrece ahora Miguel Ángel Yusta, a modo de resumen del tiempo, nos da noticia de esenciales preocupaciones, nociones y sentimientos del poeta, si reparamos como lectores en algunos vocablos recurrentes, palabras que aparecen con insistencia, se repiten, lucen y relucen, con sus significados, con sus sinónimos y antónimos, de modo sobresaliente, determinando el discurso: amor, dolor, memoria, olvido, silencio, música, territorio. Pero es la palabra lo que engloba todo su propósito creador, como nos advierte Yusta en el primer poema de este libro:
 
Mi palabra es mi vida,
mi luz y mi destino.
 
ARQUITECTURA DE AFECTOS
Declaración de vida y conducta, nociones y términos que conjugan y marcan el tejido de la arquitectura del afecto donde el poeta vuelca sentimientos, querencias, dudas, aspiraciones, experiencias, cargos y descargos de conciencia y alguna que otra purga de su corazón. Compone así Yusta una estatuaria de los sentimientos que hacen al humano más humano –en primer término, al poeta– y le ayudan a no desfallecer, a situarse en el lugar del mundo donde recrear, crear –crear es vivir doblemente, nos dice Albert Camus– y fundirse en la vida personal y social de su tiempo. Y es posible que, en el subconsciente consciente del escritor –ese duende que rige nuestro interior de luces, sombras, dudas, certezas y fantasmas, pues el mundo ya existía antes de Freud–, lo que quiere decirnos en este libro, que corona una obra poética entre dos siglos, está en los poemas que al final ha escogido, aunque se haya visto “obligado” a elegir. Unos poemas en los que las palabras,
los conceptos y su discurso, su aleación metafórica, certifican las preocupaciones vitales, existenciales, sociales e íntimas de este hombre que ha hecho de la poesía y de la música, del silencio y el canto, un modo de vivir, una manera de estar y sentir, “luz y destino”. Su mirada sobre el mundo, atenta a los sentimientos del ser concreto, del individuo desamparado, en alerta al mismo tiempo sobre los problemas de la sociedad que habita, vienen determinados por esa su inmersión en la poesía y la música, la música y la poesía, desde su niñez literaria precoz, en la que escribía versos, que ya eran literatura y no meros ejercicios de redacción de parvulario.
Por tanto, convengamos que, por un dictado interior, sea advertido o no, el poeta ha obrado consecuentemente y ha agavillado poemas de una veintena de publicaciones que explican su trayectoria afectiva.
Además de los libros de versos, Yusta ofrece aquí también una muestra de una parte fundamental de su hacer literario y crítico, como es su práctica, ensayo y visión histórica de la copla, de cuyo cultivo es mentor fervoroso. Sus libros, artículos y el rincón dedicado a la copla durante décadas en el periódico “Heraldo de Aragón”, constante ventana semanal, hacen de Miguel Ángel Yusta uno los promotores y cultivadores en el tiempo de esa literatura popular que me resisto a que sea considerada como menor, tanto hablemos de la copla literaria como la canta de jota, a la que tanto debe el valle del Ebro. Yusta hace así buena la conducta en el tiempo de históricos, como Manuel Machado, en el primer caso, y de otros cultivadores de la jota, en lo que hace referencia a esa expresión popular tan propia de Aragón. Hace breves fechas Yusta ha dado a conocer la segunda edición del ensayo La copla, poema y canto (Lastura, 2023), donde pondera y recoge coplas de escritores de todos los tiempos, además de ofrecer, como lo hace en esta antología que ahora nos ofrece, una muestra de su hacer como coplista. Pero en su tarea intelectual, bien como articulista, crítico musical o ensayista, sobresale en Yusta su espíritu poético, su fervor decidido por la lírica, su hermanamiento con los grandes autores contemporáneos y su disposición cordial para cantar la poesía de los demás en foros, artículos y escenarios en donde la poesía aún tiene cobijo. Cantar a los demás es una de las formas en que el amor se expresa.
 
EL AMOR DE LOS AMORES
No se sabe si es la palabra cumbre del diccionario de la vida hasta que no se palpa, experimenta o padece. Y, por lo que se aprecia en el conjunto de la poesía de Yusta, el amor va mucho más allá del entendimiento común y recorre todas las variables, desde la amatoria, sensual, sensitiva y pasional, hasta la ternura, el afecto, la amistad, la querencia universal, tentación fraternal que se trasluce en el conjunto de su obra, actitud que define y explica la personalidad del poeta.
Aunque el amor es una invocación y una certeza en todo el libro, reluce y se expresa de manera particular en el conjunto de sonetos petrarquescos, de estructura y cadencia clásica.
 
Quisiera ser el amo de tu sueño
y del fuego la llama que te abrasa,
rayo de sol que a ti de luz traspasa
y al mismo tiempo ser tu esclavo y dueño.
 
El amor, que es satisfacción y dicha, y el desamor, que reporta dolor y desolación, pues como afirma en otros de sus logrados sonetos, “Más grande
es el dolor cuanto más se ama”. Son muchas las ocasiones en que el poeta advierte los punzones de la desdicha, ante la que se encara y reflexiona, afirma y sentencia, como en este poema del libro De silencio y luz:
 
REMUEVO en vano
la tierra que tengo sobre los recuerdos,
cuando la inmensa desolación del nombre
se pierde en el hueco del último árbol de la vida.
Las horas lentas de silencio erguido
ya no prestan cobijo a las preguntas:
todo fueron respuestas.
Cuando la luz del día declina para siempre
regateo con las últimas raíces del dolor
para que no puedan matarme de nuevo.
 
Hay otro amor particular que se manifiesta en los campos de la memoria, anclada en buena parte en la infancia, en las vivencias de la escasez y el misterio, en la magia del cine, en la aspiración a la mejora de un tiempo limitado por un ambiente de escasa libertad. El poeta mira al niño, cuando juega con trastos o cuando imagina sus viajes en trenes de madera o la conducción infantil de un descapotable. Excursiones e incursiones de la memoria acumulada en nostalgia reflexiva.
Y en esa memoria hay muchos poemas en donde Yusta invoca las ausencias. Es posible que ausencia sea el término más triste de todo diccionario, pero en sus poemas estas ausencias y el dolor que producen (de los seres queridos, de lo nunca vivido, de lo añorado), están sublimadas. Para hacer una excursión al vasto territorio de la memoria, recurre el poeta a unos versos de su hija, la historiadora de la memoria Mercedes Yusta, tomados de su libro Las mareas del tiempo (1997):
 
El ventanal azul de la memoria
abriga el olvido y lo acuna,
es un niño sin madre
el olvido.
 
Y recurre a ella para introducir este poema que no deja de tener su tono desolador, por la nostalgia acumulada:
 
"EN EL OLVIDO existen primaveras
con arroyos de sol y luces blancas.
Pero en mi olvido, no.
Es un desierto inmenso de cenizas
que ayer fueron jardines
y hoy son espejos rotos del recuerdo".
 
Un dolor que en ocasiones se convierte en angustia o tristeza, una tristeza universal que embarga de pena a la naturaleza, hasta provocar el llanto, como advertimos en este hermoso poema:
 
Sobre el oscuro monte, luz de luna
proyectada en el hombre
invisible y pequeño.
Como el rayo de un dios, cabalga en el espacio
y aquí, sobre la tierra humedecida,
sólo cabe el silencio.
La sangre y el dolor no cesan en la noche:
ella lo sabe y llora.
Son de lluvia y ceniza los tiempos de tristeza.
 
TERRITORIOS DEL "PARAÍSO SUMERGIDO"
Aunque la fraternidad universal se sobreentiende en todo poeta de mente amplia como es Yusta, el escritor aragonés muestra especial querencia por el territorio de la infancia. Memoria de infancia que aparece en el poema machadiano “Nana de tu tarde amada”, unos versos de esa querencia pánica en los que el poeta se ve envuelto y abrazado por la luz, el amor y el misterio que susurra el Universo. La infancia, enquistada en la memoria del poeta, se aparece en muchos de los versos que conforman esta especial antología. Yusta considera la infancia como ese territorio que se asimila a “un tiempo de sueños, un ‘paraíso sumergido’, como escribiría Graciela de Torres Olson”.
Junto a la infancia, determinante y cultivadora de todas las aspiraciones, ilusiones y aventuras imaginables, el poeta se encuentra afectado por algunos escenarios concretos donde se ha desarrollado todo su trayecto vital. Y en ambos casos se trata de dos ciudades, cuya presencia sobresale, Zaragoza y París. Bien es verdad que Yusta expresa su amor y encanto por otras ciudades, como Roma, a la que invoca, o se sumerge en escenarios de la Mediterranía, en su fervor por Grecia. Pero también otras muchas ciudades, donde ha vivido, soñado y querido. Meditando en París sobre el estado del mundo, afirma en su poema “Daguerrotipo”:
 
Berlín, Varsovia, Dresde, Budapest
mis queridas ciudades renovadas
no dejéis que otros hombres os destruyan de nuevo
en nombre de banderas, dioses, patrias y honor.
 
Es cierto que en París el poeta se pierde: “Mi querido París donde se abrió la vida”. Lo resume en unas declaraciones recientes a su periódico, “Heraldo de Aragón”: “Esta ciudad fue un descubrimiento en mi juventud casi adolescente y ha sido una constante en mi vida y en mi poesía. París me iluminó en los primeros años de sombras y me enseñó que el amor puede tener la forma de un abrazo, de una estación llena de emigrantes, de la visión de Notre Dame o del ardiente corazón de una muchachita de ojos inmensos”.
Una ciudad donde arte, librerías, bulevares, gentes de todo origen y condición, naturaleza toda, conviven, se entrañan y extrañan en respetuosa vivencia, una urbe de cuya existencia es testigo de día y noche el Sena, río vértebra que acumula más literatura que caudal. El poeta se recrea en la inmensa belleza que el río contempla al pasar por el Louvre y lo compadece, porque como río también tiene que cumplir con su tarea de tránsito e ir a verterse en el mar:
 
Puede ser que todo eso le haya hecho girar sobre sí mismo tantas veces
y no quiera marcharse de París.
 
París es la ciudad a la que el poeta regresa periódicamente, para huir de la habitualidad, como subraya Manuel Martínez Forega, a propósito de su libro 20 + 1 poemas (Lastura, 2013). Aunque, para escapar de esa habitualidad, añade el citado crítico, el poeta vuelve sobre la senda del amor: “Porque, efectivamente, otra vez huye Yusta de la habitualidad enamorándose, o haciendo que el amor transite por el más allá del más acá que es su realidad habitual. Para abandonar la habitualidad Miguel Ángel Yusta echa mano de la memoria, vuelve casi al útero adoptando la posición natural del neonato; para huir de la habitualidad recoge en frasquitos esenciales la suma de las horas vividas durante su paso por el tiempo”.
Y en Zaragoza, en Aragón, en ese territorio donde conjuga la memoria personal y a cuya cultura y desarrollo histórico está ligado y comprometido el escritor, está el espíritu más abierto, más progresivo y de amplios horizontes, que en el tiempo describió Joaquín Costa, pero que en el pasado inmediato representa el espíritu, la idea y la renovación del pensamiento que inspiró la revista Andalán, promovida por Eloy Fernández Clemente y un amplio equipo de colaboradores y gentes de pensamiento progresivo, entre los que ha estado Yusta. En Andalán se conjuga el propósito de afirmar el entendimiento de la cultura y la necesidad de búsqueda de nuevas ideas para una región a la que esta revista ha dado nombre y modernidad. Un espíritu que intelectuales, poetas, artistas y músicos han sostenido, a pesar de todos los inconvenientes. Ahí están los Hermanos Labordeta, Miguel y José Antonio, y junto con éste, Joaquín Carbonell y el grupo La Bullonera. Revista, músicos, poetas que pusieron timbre a la modernidad de Aragón. Yusta dedica poemas a ambos hermanos Labordeta, a su hermaño el poeta Ángel Guinda. Pero en sus poemas, este amigo de Verdi, a quien admira sobremanera, como a tantos músicos de la ópera o populares, invoca a otros músicos y poetas, porque en la obra de Yusta se aprecia que la base de su primer conocimiento lírico está en la lectura, en ese modo de vivir que es otra manera de amar.
 
LA BELLEZA, ESA ENFERMEDAD SOPORTABLE
Hay en toda la poesía de Yusta un hilo reflexivo, una construcción de pensamiento, que informa su creación. Y, al lado de un vitalismo casi festivo, se asoma cierto determinismo existencial propio de todo lector de Schopenhauer y otros parientes. Lo encontramos en muchos poemas, sobre todo en su libro Reflejos de un espejo roto, donde el escritor, que recorre con su mirada la historia del mundo y de su mundo, llega a concluir que “ya nada importa, sino la belleza”.
 
Cada día vivir
frente al acantilado de la duda
cuidando de no dar un paso en falso.
Vivir en genitivo
y dejar que los días y las noches
pasen en un reloj sin manecillas.
Vivir y acostumbrarse
a estar en el rincón de los esclavos
cuidando que la lluvia
no manche los espejos
donde se escribe el nombre de las cosas.
 Vivir, por decir algo.
 
Mas el poeta está ahí, reflexivo y atento, resistiendo al tiempo, impertérrito, casi desafiante, invocando la nostalgia del futuro:
 
Y busco todavía las respuestas
en el ocaso suave de mis días.
 
Excelente propósito para responder a los embates de la vida cotidiana. Dice el poeta José Blanco que “escribir no te mata, pero no te salva”. Yusta no es tan pesimista. Se rebela incluso contra el lastre de la historia y, al tiempo que maldice “la infancia desesperada y gris”, se reafirma en el lado en que la historia colocó su vida y dispuso todo lo demás que no sea voluntad o destino:
 
Reniego de quienes dejaron sin flores tantos jardines
y, a cambio, nos prohibieron pisar el césped.
 
La poesía de Miguel Ángel Yusta toca, describe, recrea y ama todo cuanto el universo mundo, con sus luces y sombras, nos depara en cada día. Es una poesía de intención moral, de afirmación de una idea pánica universal de bonhomía, de vindicación de la paz del suelo, de aspiración a la libertad, de ingenio y lápices de humor, de una belleza hecha de intenciones nobles y palabras que definen y construyen un discurso amable, crítico y sincero. Nada cuanto nos hace más humanos le es ajeno a este poeta, cuyo aliento parece que no se detiene en esta hora. Es algo que se aprecia en el conjunto de sus libros, que coronan una vida literaria entregada a la inmersión poética, que nuestro autor ha encontrado en el discurso del amor y la amistad con todas sus variables, en el gozo sensitivo de la música –Yusta es melómano hasta el éxtasis–, en la afirmación de la belleza como ideario de un mundo mejor y en el grito, si es preciso, para enfrentarse serena y firmemente al destino impuesto. Así, en el poema “Grito 16” que encontramos en su libro Des-concierto, y reproducido en esta publicación.
En su libro "El primer hombre" Camus afirma que “la memoria del corazón es la más segura”. Yusta deja en este nuevo libro prueba de su ejercicio permanente de amatoria y extiende como remate testamento universal.

No hay comentarios:

Archivo del blog