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martes, 7 de abril de 2020

Rafael Soler (Revista TURIA) reseña "Reflejos en un espejo roto"





Rafael Soler, escritor y poeta, reseña en  TURIA ( núms. 133-134, págs. 486-487) el poemario "Reflejos en un espejo roto". 
Muchas gracias.
He aquí el texto:

 
LA NOBLE CONDICIÓN DE LOS ESPEJOS
Reflejos en un espejo roto. Editorial Lastura. Miguel Ángel Yusta

Mal asunto que un espejo se rompa, ya sea por accidente, descuido o arrebato de quién, al sentirse vigilado por un igual con ínfulas, multiplica su imagen al intentar desbaratarla. Y cuando esto sucede, varios son los remedios que la superstición dicta para evitar el enfado de los dioses: buscar la pieza de cristal más grande para raptar con ella los reflejos de la luna; arrojar sal por detrás del hombro izquierdo, tan abnegado siempre; salir a la busca y captura de un trébol de cuatro hojas, que los hay; argucias todas que podríamos calificar de remedios caseros, frente a la novedosa receta que nos propone Miguel Ángel Yusta, a saber: roto, ay, el espejo espejito de nuestras tribulaciones, evítese en primer lugar el desconsuelo o el pánico, que a nada conducen y nublan las entendederas; dese a las piezas así abruptamente aparecidas el necesario tiempo de sosiego tras su traumático e inesperado nacimiento, cada una con su estatura y forma, cada cual en su rincón, y todas muy necesitadas; escúchese después cuanto a bien tengan contarnos, sin interrupciones ni jocosos comentarios; bautícese finalmente cada pieza con un nombre adecuado para afrontar con dignidad su condición de nuevo espejo.

Pues bien, a nuestro poeta, veinte libros de versos y veinte mil coplas en su haber, se le rompió hace una vida el espejo donde no siempre se encontraba al buscarse, y haciendo buenos los versos de Diego Jesús Jiménez - Has ido recogiendo, como si se tratara de un espejo roto, / cuantos fragmentos de la tarde, y de tu corazón, / componen tu presente – nos ofrece ahora, en “Reflejos en un espejo roto” el resultado de su personal singladura: nueve piezas con luz y nombre propio, bien cosidas ahora con el número 146 en la colección Alcalima de Lastura, donde antes publicó “De silencio y luz” y “Ayer fue sombra”.

Si una vida, al romperse, es un punto y final sin libro de reclamaciones, un espejo, en cambio, se multiplica. Y así, en cada pieza rota de su personal espejo, ha escuchado Miguel Ángel la voz de la nostalgia, el desamor, el olvido, la soledad, el silencio, la incertidumbre, la desolación, el escepticismo y, también, y aquí un suspiro de alivio, la esperanza. Estamos, pues, ante una propuesta radical del poeta, organizada en una entrada y setenta y dos poemas en diez epígrafes, sin concesiones fáciles, mostrando de una vez las cicatrices que lo vivido deja a quienes por ella transitan sin más protección que su osadía.

¿Crónica, pues, del desencanto? ¿Amargo recuento de cuanto pudo ser y no fue? ¿Lícito desahogo del perdedor? Bien pudiera, a la vista de los asuntos que inspiran y conducen en este libro la escritura del poeta. Pero, en su pliegue más íntimo, Miguel Ángel es un tipo tierno, un enamorado del amor que acepta sus secuelas, un periférico rebelde; y con esos atributos, con ese parar de poeta atento a lo pequeño para hacerlo grande, sería impostura mostrarse desabrido, tristón, decepcionado, intolerante. Hay muchas maneras de asomarse a los espejos de la desolación, el olvido o el desamor, muchas las maneras de contar y cantar lo perdido por si vuelve. Solo quien amado perdió puede del amor hablar, sin que suene a impostura o artificio. Si perder es adquirir en soledad una certeza, solo quien sus heridas con discreción luce puede legítimamente hablar de las incertidumbres que acompañan a su derrota. Y solo quien asume que toda una vida le llevará ser mortal puede hablar sin desdoro del olvido, la soledad y el silencio, compañeros de viaje de la cuna al nicho. Y así, enfrentado a la vida para no perderla, ha escrito Miguel Ángel Yusta este libro, para que suene a verdad porque es verdad, como sucede con los cinco poemas que nos ofrece en “Desamor” y que son, como no podía ser de otra manera, poemas de amor, haciendo buena la reflexión de Lope: “Creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe”.

Y acierta también nuestro poeta al elegir estos dos versos de Alfonsina Storni para abrir los poemas que recoge en “Escepticismo”: “Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido / no fuera más que aquello que nunca pudo ser”. ¿Y qué otra cosa es la Poesía sino búsqueda y anhelo? Con acierto ha escogido y tallado Miguel Ángel estos poemas que fueron llegando en los últimos años, y cuando nos dice que “esta vereda es escarpada y ruda / incierto su final” bien sabe que su escritura es la de un caminante solitario, y que “aunque la noche niegue al día, y lo encierre en el recuerdo de la nada”, siempre hay un viaje nuevo a punto de empezar.

Miguel Ángel Yusta no practica la poesía hermética, no poetiza la expresión en ejercicios estériles, y sus dudas nacen de la certeza de saber que no queda tanto para cumplir viaje”, fueron algunas de mis palabras en la presentación de “Pasajero de otoño” el pasado año, cuando todavía no había sido distinguido con el Premio Imán por su trayectoria literaria que otorga la Asociación Aragonesa de Escritores. Palabras que tienen hoy plena vigencia, pues todos los destellos que este libro atesora nacen de una escritura espontánea y sin complejos, asomados poeta y lector al ancho y acogedor espejo de la “Esperanza”: Acabada la intensa travesía / cuando el olvido ha consumido el llanto / resuenan luminosas las trompetas. / Nos llaman por tres veces. / Su sonido de plata nos indica el sendero. / Resplandece de nuevo la mañana. // Destruidos los hilos de la sombra / caminamos hacia la luz del nombre.

Cuídense de los espejos, sean cautos, asómense lo justo, siempre con humildad y recato, en deliberado escorzo. Y si rompen, busquen a Mayusta.

RAFAEL SOLER

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