De silencio y luz.
Lastura 2015
Un libro de largo recorrido del que traemos aquí el prólogo del profesor y poeta Joaqión Sánchez Vallés.
De
silencio y luz,
de Miguel Ángel Yusta, se nos
ofrece
como un libro del amor y sobre el amor. Ante todo, me gustaría
deshacer
el posible equívoco que encierra su título, que parece obedecer a
una
antítesis en que el silencio (lo negativo) se opondría a la luz (lo
positivo).
En realidad, no hay tal: la inmensa mayoría de los poemas nos
hablan
de un amor logrado, conseguido, gozado y placentero. El silencio
y
la luz son dos formas del amor. El silencio que permite a los amantes
disfrutarse
plenamente y la luz que surge de ellos al cumplirse el amor.
Por
si aún quedara alguna duda, el mismo poeta la despeja cuando reduce
los
dos términos a uno en el verso “es tu silencio luz”, donde se
identifican
los dos términos de la paradoja.
Acabo
de decir que se trata de un libro del amor gozoso y
placentero.
Y habría que añadir: del amor en toda su carnalidad. Lo que
Miguel
Ángel Yusta canta en estos Poemas
de silencio… es
el beso, la
caricia,
el abrazo y, naturalmente, la unión de los cuerpos, el placer
físico,
el “amor en carne viva”, “los supremos instantes de la
entrega”,
“...dulces
sábanas / que arropaban los cuerpos generosos”, “la humedad
desnuda
de
los cuerpos”, en palabras del propio poeta. Lo que sí conviene
señalar
inmediatamente
es el lirismo, la expresión elegante, el lenguaje refinado
con
que Miguel Ángel Yusta sabe manifestar este contenido. La justa y
precisa
utilización de metáforas e imágenes, en su mayoría tomadas de la
naturaleza,
hacen de la materia erótica un ejercicio de sensibilidad: “He
inundado
tus valles agitados / en la penumbra cierta de la noche”, "el
centinela lienzo
de
lo oscuro"“el jazmín de tu pecho”, “súrcame de silencio
en la mañana”, y tantas
otras
imágenes que vienen a demostrar que Miguel Ángel Yusta es un gran
poeta. Y
es
un gran poeta también por el perfecto uso que hace del verso: hay un
predominio
de
heptasílabos y endecasílabos como material con que construye estos
versos
blancos,
con los acentos colocados donde se debe para crear la musicalidad
clara que
inunda
cada poema, que hace que cada poema fluya con naturalidad y
justeza,
sin que sobre ni falte nada, hasta el verso final, ese remate en que
un
poeta se juega buena parte de la emoción que un poema debe
transmitir.
Y no cabe duda de que Miguel Ángel Yusta gana siempre en
ese
juego. Estos tres elementos (imágenes apropiadas y sugerentes,
musicalidad
del verso y justeza en el remate) son la piedra de toque de
un
verdadero poeta. Y Miguel Ángel Yusta lo es, logrando el resultado
que
se espera de un poeta verdadero: la emoción. Es imposible leer estos
poemas
y no emocionarse, no sentir el latido que ese amor expresa, de
aceptarlo
como auténtico.
Dentro
de las imágenes que predominan en Poemas
de silencio…,
destaca
por su abundancia la de la noche, cosa que sí que puede
sorprender
en un poemario que tiene la luz en su título. Pero ya he dicho
que
esa luz es muchas veces la luz creada por el amor de los cuerpos,
como
en la noche de san Juan de la Cruz la luz era la del alma hacia Dios
(“sin
otra luz ni guía / sino la que en el corazón ardía”). No es
extraño
que
la noche sea una de las notas dominantes de estos poemas: es la
noche
que une a los cuerpos (“¡oh noche que juntaste!”, seguiríamos
diciendo
con san Juan), la noche cómplice y propicia en la que se cumple
el
amor. No extrañen estas alusiones a san Juan de la Cruz a que me he
atrevido,
pues en este amor carnal que Miguel Ángel Yusta nos presenta
hay
una agitación de la naturaleza, una transformación del mundo, de
tal
modo
que parece alcanzar cumbres místicas. ¿Y la luz? La luz en la
noche
puede ser la de la luna: “Tiéntame, madre luna, /…/ para que
pueda
amar por fin del todo”, “Hazme tu rayo, luna, / para abrir sus
entrañas”. Pero lo
más
habitual es que la luz sea el resultado del
amor:
tras la noche, amanece; tras el amor, viene la luz a iluminar los
cuerpos
que se han amado.
A
lo largo de todo el poemario prevalecen estos poemas de
exaltación
y gozo amoroso, aunque no falta alguno que aluda a la
ausencia
del ser amado: “Se borrará tu huella / y yo me quedaré
deshabitado”.
/ Solo”. Estas notas negativas se acentúan en la IV parte,
"Final",
donde
aparece el otoño con "sus cuchillos", noviembre "como
un fantasma gris",
diciembre
"lleno de nostalgia", hasta culminar en el último poema,
cuando la noche,
que
hasta entonces la hemos visto como acogedor lecho de los amantes,
se
convierte en "horas lentas de silencio erguido ”. Este último
poema cierra el libro
con
una nota de angustia, con la que el poeta se debate intentando salir
lo más
indemne
posible: “regateo con las últimas raíces del dolor / para que no
puedan
matarme
de nuevo…”. Aquí es donde podemos considerar que el título
De
silencio y luz se revela como
verdadera antítesis, prevaleciendo el silencio sobre
la
luz que ha iluminado prácticamente todo el libro.
JOAQUÍN
SÁNCHEZ VALLÉS
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