ENTONCES...
No entendimos jamás el
porqué
de los densos y largos
silencios.
De tantas miradas apagadas
por el dolor,
por el recuerdo del pasado
innombrable.
No entendimos, niños de
la posguerra,
por qué éramos distintos
a los niños de las
películas americanas,
felices y sonrientes
en aquellas casas con
amplias cocinas,
teléfonos blancos,
mamás rubias y jóvenes
que conducían coches,
-tan largos y brillantes
aquellos grandes coches-,
y siempre estaban hablando
por teléfono
mientras nosotros
crecíamos despacio
en aquellos cines de
sesión continua.
No comprendimos nada del
motivo
de tantos padrenuestros y
sopapos,
de luces mortecinas y
madres envejecidas
cansadas de intentar
comidas imposibles
en aquellas modestas
cocinas de carbón.
Llenaban nuestras vidas
los sonidos
de los viejos tranvías
renqueantes
que por aquel entonces nos
llevaban
hacia la periferia de una
ciudad sin nombre.
Pero aún rememoramos el
olor a pobreza
llenando las miradas de
gentes sin futuro
y la espera del padre
abatido y callado
que un día, un solo día,
llegó a casa ebrio de
desesperación.
No. No entendimos nada.
Mas sí recordaremos por
siempre cada hora
en que pudimos haber sido
felices
pero no nos dejaron
ni siquera la sombra de
nuestra libertad.
Miguel Ángel Yusta: Ayer fue sombra. Lastura, 2017.