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martes, 19 de febrero de 2013

Fernando Aínsa reseña "Pavesas"



LA PASIÓN CONTENIDA DE MIGUEL ANGEL YUSTA
Fernando Aínsa

Miguel Angel Yusta ha decidido en Pavesas (2013) poner un freno a
su poesía generosa y desbordada, de pasión exaltada en noches de
incansable ejercicio amoroso con que nos había inundado en El
camino de tu nombre (2011). Ahora se contiene, aherroja los
sentimientos en la forma despojada de todo título, mayúscula, punto
o coma, y los confina a una forma que no quiere llamar haiku, pero
que se le asemeja en el obligado ritmo de tres versos por estrofa:
dos de cinco sílabas y uno central de siete. Con el probado oficio del
coplero que desde hace más de cuarenta años nos ofrece
semanalmente ejemplos en el Heraldo de Aragón, Yusta se mueve
con soltura en la nueva forma con que ciñe su poesía.
Encomiable ejercicio de circunspección y modestia, que se
traduce en la condensada e intensa emoción de pavesas que en
su momentáneo chisporroteo pueden provocar incendios al
leerse, donde el amor sigue estando presente desde la primera
estrofa: “sobre tu nombre/ amanecen las luces/ que me renacen”.
Un nombre que no se enuncia porque los “silencios de olvido”, lo
han borrado entre “brumas indefinidas”, pero que sobrevive en
la mirada, en la risa, en los ojos, en el beso, en los labios, que en
forma cadenciosa aparecen en las estrofas subsiguientes,
marcando un lirismo donde “se ahogan las palabras” y “hablan
los pájaros”, aunque el eco de un erotismo exhausto aparezca
como “flor entre sábanas”.
La contención con que Yusta se desnuda en estas formas
austeras es posible porque —sobre la pasión evocada— ha pasado el
tiempo que ha dejado, sobre la “herida abierta”, el silencio de
una ausencia. “Luego te fuiste”, nos dice lacónico el poeta en la
segunda parte del poemario titulada justamente El silencio. Por
algo “envejecemos/ a fuerza de ser jóvenes/ sin conseguirlo”,
remacha.
En Pavesas, Yusta reanuda, desde un territorio poético muy
diferente, la evocación de un pasado que en Ayer fue sombra
(2009) rememoraba con indignación contenida los años de su
juventud. Sombra del ayer que era grisura, censura, represión,
datos en que se reconocía la historia vivida de la Zaragoza de
fines de los años cincuenta. Ahora evoca desde el silencio y
frente a las efímeras marcas que sobre la arena de la orilla del
mar deja su nostálgico deambular: “Huella de olvido/ tus pasos
en la playa/ borra la espuma.” Lo que era el contexto social y
político de una época, es intimidad, un replegarse sobre sí
mismo, un sentir desde un desolado y “largo camino/ cuando va
la tristeza de compañía”, un “camino eterno”, un “duro camino”.
En definitiva, un descubrirse “desnudo como un niño/ ante tu
ausencia” o, más tristemente, decirse: “desde la noche/
parecemos felices/ tras las ventanas”.
¿Final de un ciclo poético?; ¿pausa creativa en que la contención
impera tras el desbordamiento sin pudor de la poesía amorosa
precedente o la evocación circunstanciada de un tiempo
dictatorial felizmente superado, aunque otras amenazas nos
abrumen? ¿Austero rigor que contagia la buena poesía? Todo es
posible en un creador que se pone a prueba en cada libro.
Pruebas que él mismo decide sean cada vez más difíciles,
como parte de un viaje iniciático hacia la anhelada perfección. En
todo caso, Pavesas queda como hito fundamental en la construcción
de una obra gestada en plena madurez, cuando los pecados de la
juventud ya habían sido perdonados.
Febrero, 2013

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