LA
PASIÓN CONTENIDA DE MIGUEL ANGEL YUSTA
Fernando
Aínsa
Miguel
Angel Yusta ha decidido en Pavesas
(2013)
poner un freno a
su
poesía generosa y desbordada, de pasión exaltada en noches de
incansable
ejercicio amoroso con que nos había inundado en El
camino
de tu nombre (2011).
Ahora se contiene, aherroja los
sentimientos
en la forma despojada de todo título, mayúscula, punto
o
coma, y los confina a una forma que no quiere llamar haiku,
pero
que
se le asemeja en el obligado ritmo de tres versos por estrofa:
dos
de cinco sílabas y uno central de siete. Con el probado oficio del
semanalmente
ejemplos en el Heraldo
de Aragón, Yusta
se mueve
con
soltura en la nueva forma con que ciñe su poesía.
Encomiable
ejercicio de circunspección y modestia, que se
traduce
en la condensada e intensa emoción de pavesas que en
su
momentáneo chisporroteo pueden provocar incendios al
leerse,
donde el amor sigue estando presente desde la primera
estrofa:
“sobre tu nombre/ amanecen las luces/ que me renacen”.
Un
nombre que no se enuncia porque los “silencios de olvido”, lo
han
borrado entre “brumas indefinidas”, pero que sobrevive en
la
mirada, en la risa, en los ojos, en el beso, en los labios, que en
forma
cadenciosa aparecen en las estrofas subsiguientes,
marcando
un lirismo donde “se ahogan las palabras” y “hablan
los
pájaros”, aunque el eco de un erotismo exhausto aparezca
como
“flor entre sábanas”.
La
contención con que Yusta se desnuda en estas formas
austeras
es posible porque —sobre la pasión evocada— ha pasado el
tiempo
que ha dejado, sobre la “herida abierta”, el silencio de
una
ausencia. “Luego te fuiste”, nos dice lacónico el poeta en la
segunda
parte del poemario titulada justamente El
silencio.
Por
algo
“envejecemos/ a fuerza de ser jóvenes/ sin conseguirlo”,
remacha.
En
Pavesas,
Yusta
reanuda, desde un territorio poético muy
diferente,
la evocación de un pasado que en Ayer
fue sombra
(2009)
rememoraba con indignación contenida los años de su
juventud.
Sombra del ayer que era grisura, censura, represión,
datos
en que se reconocía la historia vivida de la Zaragoza de
fines
de los años cincuenta. Ahora evoca desde el silencio y
frente
a las efímeras marcas que sobre la arena de la orilla del
mar
deja su nostálgico deambular: “Huella de olvido/ tus pasos
en
la playa/ borra la espuma.” Lo que era el contexto social y
político
de una época, es intimidad, un replegarse sobre sí
mismo,
un sentir desde un desolado y “largo camino/ cuando va
la
tristeza de compañía”, un “camino eterno”, un “duro
camino”.
En
definitiva, un descubrirse “desnudo como un niño/ ante tu
ausencia”
o, más tristemente, decirse: “desde la noche/
parecemos
felices/ tras las ventanas”.
¿Final
de un ciclo poético?; ¿pausa creativa en que la contención
impera
tras el desbordamiento sin pudor de la poesía amorosa
precedente
o la evocación circunstanciada de un tiempo
dictatorial
felizmente superado, aunque otras amenazas nos
abrumen?
¿Austero rigor que contagia la buena poesía? Todo es
posible
en un creador que se pone a prueba en cada libro.
Pruebas
que él mismo decide sean cada vez más difíciles,
como
parte de un viaje iniciático hacia la anhelada perfección. En
todo
caso, Pavesas
queda como hito fundamental en la construcción
de
una obra gestada en plena madurez, cuando los pecados de la
juventud
ya habían sido perdonados.
Febrero,
2013
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