No eran tal vez horas para el encuentro
pero en la tibia penumbra de la estancia
tus ojos me dijeron lo contrario.
Habíamos caminado los senderos
de cómplices entregas y abandonos
y parecía ya todo decidido.
Yo estaba agazapado como fiera salvaje,
tú jugabas a ser la pieza deseada
mientras era la noche volcán en erupción.
Fue al fin la piel testigo de incursiones
que estremecían el aire de tu aliento.
Restallaban mis manos en tu orilla
y las tuyas surcaban mis mareas.
Mil lazos de infinito te ataron a mis ansias,
mientras los cuerpos seguían oficiando
el rito sublime del fuego y la palabra.
Paramos los relojes,
nadamos a ciegas por los cálidos lagos
donde me sumergí bebiendo de tu sed hasta saciarme.
Después, en el silencio de los cuerpos
habitados de labios y palomas,
la noche fue testigo
del abrazo infinito de las almas...
(c) Mayusta 2011
4 comentarios:
MIguel Angel. Que bien escribes puñetero. Eres grande. Un abrazo
Introito. Luego, la fiera salvaje y la pieza deseada, como el eje que emite las alertas. Después, un glosario delicioso de imágenes: las manos que restallan o surcan; los lazos de infinito; el fuego y la palabra; de labios y palomas... y, al final, qué, sino las almas.
Besos.
Laura
Lo dices de una preciosa forma, un maravilloso encuentro de cuerpos y almas, perfecta fusión.
Besicos, poeta.
Muy buenas imagenes M.Ángel. Como siempre un gustazo pasar por tus poemas.
*elisa*
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