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sábado, 19 de mayo de 2018

Pasajero de otoño, por Valentín Martín


Valentín Martín* escribe sobre "Pasajero de otoño"
Muchas gracias...



MAYUSTA EN MAYO.

Tiene la voz de Miguel Fleta, las ganas de un jeque, y el corazón en los amigos y los nietos. Coplero. Y poeta pitón que se estira más allá de los alejandrinos si quiere. Con motivos. O se despierta con la seductora propuesta de cortar el mes de los membrillos en la furia de un ritmo que te obliga a tocar físicamente aquel tiempo suyo que se parece tanto al tuyo.
Charo Fierro le ha puesto un tren para que vuelva a los lugares donde un día fue feliz o lo creyó. Y él, "Pasajero de Otoño", ha obedecido como los violonchelos de Paul y ha vuelto en un volver, no para quedarse, sino para entrar en las torres y los puentes que forman parte de sí mismo.
Mochilero también. Porque sabe que la posible felicidad reside en la libertad de viajar por su cuenta y volver - hacia adelante o hacia atrás- a adentrarse en todos los vacíos que fue dejando. Y volver a llenarnos, y volver a vivirlos.
En "Pasajero de Otoño" emerge de nuevo aquel Miguel Ángel Yusta, el que tiene buen saque, el de la voz loca de estíos y ninguna canícula, el que te hace sentir y luego pensar.
Se hace largo el viaje, dice él. Y a la vez se responde que alguna vez alguien tendrá todo el tiempo del mundo. Y es que pocas veces un libro fue tan certero a la hora de las dudas, se lo digo ahora desde la radiación de los hermanos soles de la noche, porque yo también quise ser revólver y no pude.
Miguel Ángel Yusta ha escrito un libro tan rico que parece fácil.
Porque es una entrega de alta costura que le sienta bien a todos los que un día aprendimos a vivir con las cosas sencillas como mecer un niño, usar una llave para salir, arrepentirse de la prudencia por haber hecho una casa a la que siempre le falta una ventana o te queda muy grande porque todos se van, tener más amigos que parientes, y cosas así.
"Pasajero de Otoño" es un libro sin insomnios al que muchas vírgenes esperan para ver qué se siente en los crepúsculos sin tener que vender sus gotitas de abril. Quiero decir que tiene la sagacidad de abrirse y abrirte sin la necesidad de anestesias, porque a medida que vas leyendo te cubre la dulzura de los despertares y ninguna nostalgia. Caminas por los versos sin rubor como los hombres que hablan de construir un sabor para la boca de los niños.
Y es un libro donde la belleza estalla con la altura de un pozo, y la pujanza de una interrogación que colgaba chupamiel desde el tejado familiar. No hay dilemas para los fusiles, porque todo está en su sitio y en calma.
Por eso desde ahí va Miguel Ángel Yusta vestido de futuro.
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*Valentín Martín es periodista y escritor.

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