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viernes, 18 de noviembre de 2016

La soledad del nadador forzoso.


Cada mañana, a la hora en punto,
haga frío o calor allí se encuentra,
con las gafas, el gorro y la toalla,
nadador en la nada.
Luchador con el tiempo y el destino,
brazada tras brazada, treinta largos.
El agua está climatizada, dicen,
el nadador, a solas, reflexiona
mientras también a solas hiende el agua.
Uno tras otro, lleva ya seis largos;
a veces no respira, a ver qué ocurre;
otras piensa en dejarse llevar, tranquilamente,
hasta el fondo absoluto
de ese mar de salón deshabitado.
Hace frío en las calles, es noviembre,
pero el agua es de playa de verano
y el nadador forzoso nada sólo,
nadador de la nada hacia la nada.
Ya lleva doce largos y sigue sin parar.
Un día no estará, mas nadie tendrá en cuenta
que el nadador no ha llegado a la hora
y que quizás no venga nunca más.
Nadie preguntará qué fue del hombre
que nadaba en silencio.
Tal vez esté en las aguas de otros mares
-donde no existe el hielo de las horas
ni las incertidumbres del mañana-
cansado de nadar contracorriente.

Del poemario :"Des-Concierto "
(c) Mayusta 2016 


Reseña de Laura Gómez Recas en:
http://lagosavari.blogspot.com/2018/01/el-buen-orden-resena-de-des-concierto.html

sábado, 5 de noviembre de 2016

De silencio y luz (Lastura Edcs.) , visto por Fernando Aínsa

Recordando un hermoso texto del ensayista y poeta Fernando Aínsa, que aparece en su blog.

http://enlamarcha.fernandoainsa.com/2016/11/03/miguel-angel-yusta-sigue-enamorado/
 Por Fernando Aínsa.

Miguel Ángel Yusta sigue enamorado. Hace de su última obra –DE SILENCIO Y LUZ (Lastura, 2015)– un nuevo y arriesgado inventario de felices imágenes sobre el tema, el que abordara con pasión en AMAR Y CALLAR (Sabara, 2013) y en la generosa panoplia metafórica de SENDEROS DE AMOR Y OLVIDO (Unalune ediciones, 2008). Y lo hace, aunque guarde siempre la perspectiva de escribir distanciado en el tiempo del instante jubiloso de la explosión amorosa, cuando “ya no quema el fuego que en las ingles/ aquel remoto mar dejó al marcharse”, como cita en el epígrafe inicial de Vicente Aleixandre.
No hay que llamarse a engaño. Enamorado, sí, pero capaz de ver proyectado desde un presente de reflexión y melancólica evocación esas “pasiones violentas/ que duermen con los años/ en los anaqueles del recuerdo”. Una distancia en el tiempo que le permite desde el inicio del poemario comprender que “después vendrá lo oscuro,/ se borrará tu huella/ y yo me quedaré deshabitado./ Solo.” Una soledad que vaga errabunda “bajo la lluvia”, después que la amada ha dejado sobre su piel su “sabor fugitivo”.
El amor en Yusta es luz —esa luz presente desde el título— y guía del poeta. “Estoy aquí —nos dice— para seguir tu huella inapelable/ y que sea mi guía hasta esa luz”, esa luz que está presente en “lo invisible”. Una luz diurna que se contrapone a la “noche implacable” presente en la mayoría de los poemas en que el amor y la pasión reinan de consuno. Una noche que no se quiere abandonar “porque tal vez mañana/ –ojalá no amanezca– podría ser pasado y despedida”. La amada, evocada en el tiempo, ha sido “apacible refugio de mis días”, triste comprobación de que “es tu ausencia presencia, es tu silencio luz”, una búsqueda que ya estaba presente en Amar y callar cuando anunciaba “ya no me reconozco en el pasado,/ me dirijo a la luz”.
Simbiosis de luz y silencio que Joaquín Sánchez Vallés en el prólogo resalta como paradoja del título y síntesis de una “expresión elegante” de “lenguaje refinado” que haga “imposible leer estos poemas y no emocionarse, no sentir el latido que ese amor expresa, de aceptarlo como auténtico”.
A Yusta le gustan estas contradicciones. Si aquí se conjugan el silencio y la luz, en Amar y callar lo era la pasión y el sexo confrontado a “la tarde de la vida” desde la que se jugaba “el resto”.
En este nuevo libro sobre el amor que el poeta ha tardado en publicar un par de años (el prólogo de Sánchez Vallés está fechado en abril del 2013), hay felices imágenes y metáforas dignas de ser citadas, donde el amor evocado es capaz de “disolver el sabor del miedo” y “lo oscuro se viste de nosotros”. El “huracán salobre del deseo” dibuja “alfabetos de caricias” y la “sangre lava fugitiva/ que atropelle los cuerpos y los queme”.
Ante tanto desborde apasionado, remover “en vano/ la tierra que tengo sobre los recuerdos” es un triste modo de comprobar que “sólo el silencio es la respuesta”. Miguel Ángel Yusta vuelve —como en sus libros anteriores— a exaltar el amor y la pasión del pasado desde un presente de languidez, donde “la luz del día declina para siempre”, para regatear “con las últimas raíces del dolor/ para que no puedan matarme de nuevo”. Una proeza que el lector apresurado que he sido de DE SILENCIO Y LUZ agradece.

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